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Como pasa con los celos, existen dos tipos de envidia: una deseable, productiva, que estimula la competencia, y otra perversa, destructora.
Según una leyenda occitana, el diablo se le apareció a un campesino.
-Te concederé lo que quieras, pero a tu vecino le daré el doble.
El elegido quiso pensarlo. Días después:
-¿Ya aclaraste tu deseo?
-Si, déjame tuerto.
Esta envidia mítica es el extremo de una variante negra que, según la Real Academia, produce “tristeza o pesar del bien ajeno”. Pero hay envidia “de la buena”, la verde, que es “emulación, deseo de algo que no se posee”.
Arthur Brooks, envidiólogo, recuerda que al cantante Bono lo sorprendía que en Estados Unidos una mansión suscitara un “tal vez, trabajando duro, podría vivir así”; en Irlanda, según él, la reacción sería “esos bastardos me las pagarán”. El francés Alexis de Tocqueville también se asombraba de la capacidad norteamericana para encauzar positivamente la envidia y percibir los triunfos ajenos como buen presagio colectivo. Los resultados de la World Values Survey sugieren que en Europa tienden a concebir el éxito económico más como una cuestión de suerte y conexiones que de trabajo duro. Lo mismo ocurriría en Colombia.
La envidia negra provoca aversión a las diferencias, obsesión por la igualdad hasta el punto de querer eliminar cualquier retribución personal no compartida: nadie debe sobresalir del montón. Tirso de Molina, que como español reflexionó mucho sobre la envidia, hablaba de la “enemistad que causa la competencia”, una observación opuesta a la teoría que la postula requisito de eficiencia en los mercados.
Cuando dicté introducción a la economía en una facultad de derecho había estudiantes a quienes ofendía la pregunta de cuánto esperaban ganar al graduarse: su interés no era la plata, decían. Les molestaba tanto el contenido del curso como la calificación con curva que favorecía diferencias en las notas individuales. Yo anotaba que no recompensar los mejores resultados era tan fofo como jugar materile-rile-ro. Después constaté que en España es aún más fuerte la oposición a destacarse: está vetado participar o hacer preguntas en clase. Estudiantes con dudas o deseo de profundizar iban a mi oficina, evadiendo la aplanadora igualitaria. Percibí una envidia más fuerte que en Colombia o Francia donde aún se aplaude, no se combate, el buen desempeño académico.
Decía Borges que los españoles "siempre están pensando en la envidia. Para decir que algo es bueno dicen: 'es envidiable'". Cervantes la llamaba "raíz de infinitos males y carcoma de virtudes". Para consolarse, hay quienes la consideran un pecado muy práctico porque incorpora la penitencia: cuanto más se envidia, más se sufre.
Por ser uno de los siete pecados capitales, en la literatura religiosa hay numerosas definiciones de la envidia. Sin embargo, en la primera lista destinada a los monjes del desierto se eliminó. Según San Gregorio, en el siglo VII, este pecado es secundario pues surge del orgullo no satisfecho y engendra rabia.
En la literatura medieval francesa la palabra envidia casi no aparece hasta el siglo XV, cuando se volvió una explicación común para los enfrentamientos políticos que destrozaban a Francia; muy pronto simbolizó un vicio generalizado. David Cast, especialista en arte italiano, rastreó la iconografía de la envidia y anotó que “era la metáfora central del pensamiento social renacentista".
A partir del siglo XV se produjo en España un proceso de reflexión en distintas disciplinas creativas. La envidia fue un tema frecuente relacionado “con nociones como competencia, fama, calumnia, emulación o afán de superación”. Estaban revueltas la variante productiva y la destructiva. Durante el Siglo de Oro, reputación, envidia y éxito literario fueron conceptos muy relacionados que contribuyeron a una realidad intelectual dinámica, compleja, con potentes grupos enfrentados.
Lope de Vega, escritor prolífico y exitoso, siempre estuvo involucrado en guerras literarias. Algunas de sus innovaciones teatrales recibieron fuertes críticas. No sorprende que lo obsesionara la envidia. En La Doncella Teodora anota que un gran sabio debe ser humilde pero un poeta “envidiado por otros”. En las dedicatorias de sus comedias uno de los temas constantes era la envidia. A pesar de tantas reflexiones, no pudo soportar que, después de muchas penurias, con casi 60 años, su amigo Miguel de Cervantes ganara fama como escritor. Este, a su vez, quedó con la sospecha de que el plagiario del segundo tomo del Quijote bajo seudónimo era Lope de Vega.
Mi recomendación de mermarle a la envidia en 2020 aplica sólo a la negra. La verde incentiva competencia, productividad y eficiencia; facilita recaudar impuestos, gasto social y bienestar. El gran capitalismo corporativo en Colombia pelecha, precisamente, por falta de respaldo ideológico a nuevas empresas que lo desafíen y por un Estado redentor que, abrumado por diálogos y solicitudes cada vez más diversas, descuidó una tarea pública fundamental: controlar monopolios.