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Se puede estar o no de acuerdo con Marx o Lenin, pero es imposible desconocer que el comunismo inspirado en sus teorías fue un verdadero contrincante del sistema capitalista. Su legado, por el contrario, es inocuo.
Algunos marxistas contemporáneos, charlatanes y bufones, ya ni siquiera esbozan alternativas sociales viables. Se limitan a criticar el sistema económico y político del que disfrutan las ventajas, atacándolo con ligereza, descaro, argumentos falaces y bastante intolerancia.
Un ejemplo reciente y llamativo son las declaraciones de quien fuera ministro estrella del gobierno griego, Yanis Varoufakis, en una entrevista concedida a El País a raíz del lanzamiento de su novela La otra realidad, que no será publicada y distribuida por una cooperativa de trabajadores sino por una gran casa editorial capitalista.
La antigua estrella internacional de las finanzas anota que en la Unión Europea, “hay tanta democracia como oxígeno en la Luna, cero”. La afirmación es tan ridícula que él mismo se encarga de desvirtuarla en la misma entrevista. “Yo soy demócrata y liberal, soy marxista libertario y si estuviera en China estaría encarcelado, seamos claros en esto, es un régimen muy autoritario y cada vez más”.
El descarado político farandulero habla con orgullo de su incoherencia, con un toque seductor, comparándose con su héroe intelectual. “Cumplo 60 años, sigo siendo marxista… Siempre me he definido como marxista libertario, raro, inconsistente, en el sentido de que estoy en desacuerdo conmigo mismo, como Marx”.
Una vez anunciada esa caprichosa faceta Yanis puede, por supuesto, decir lo que se le antoje. “Cuando entras en Facebook o Amazon sales del capitalismo. Entras en una empresa que está más cerca de la Unión Soviética: hay una estética, un politburó, una ideología. Hay una KGB en Google: muy amable, muy agradable, pero hay una política sobre qué puedes decir y qué no”
El flamante exministro de economía, alguna vez fue definido por un diario alemán como “el hijo perdido de Zeus con un corazón de piedra”. Ya sin responsabilidades, puede darse el lujo de una fanfarronada para mercadear su libro. Pero por la época que proponía políticas para superar la crisis del euro, o mientras trabajó como research fellow en la Universidad de Cambridge o cuando defendía su tesis doctoral no se hubiese arriesgado a tamaño desliz. Consuela saber que alguna vez tuvo un mínimo de congruencia.
No siempre existen filtros para la irresponsabilidad. Hace poco conocí una socióloga, profesora titular en el por muchos años mullido mundo universitario venezolano, que se enorgullecía de ser sofista, y criticar lo que fuera sin molestarse en proponer soluciones: “mi función es ser diletante, atacar siempre al establecimiento, no servirle de caja de resonancia”. Lamentablemente, con Maduro tuvo que escaparse de un sistema mucho peor del que lamentó toda su vida y ahora echa de menos.
Con argumentos falaces es más divertido aprender imaginativas soluciones que limitarse al disco rayado de las críticas. Después de quejarse porque los medios colombianos no saben dar cubrimiento adecuado a las marchas feministas, una locuaz militante, que no deja de sorprender por su ecuanimidad, la originalidad de sus observaciones, las propuestas siempre sensatas y factibles, lanzó una brillante idea: que quienes cubran esos eventos “sean periodistas mujeres, esto incluye camarógrafas”. Semejante genialidad se quedaría corta limitándola al entorno femenino activista. Bien podría extenderse a cualquier colectivo: indígenas, afrodescendientes, LGBT, sindicalistas, docentes, estudiantes, futbolistas, etc... Cada grupo con periodistas de bolsillo que nunca lo critiquen. Difícil imaginar un esquema más expedito para promover democracia, libertad e igualdad de oportunidades para todas y todos.
Una muestra inconfundible de intolerancia, común en las toldas progresistas, es la furia con quienes discrepan en algún tema debatible y con algún dilema serio. Héctor Abad cuenta el estupor que le produjo un grupo de encapuchadas que en el centro de Bogotá rompían las vidrieras de una iglesia y trataban de prenderle fuego. ¿La razón del ataque? “Son violadores que se oponen al aborto”. Quienes critican que se normalice la violencia contra las mujeres no tienen reparo en agredir, con la peregrina disculpa de que siendo por su buena causa eso no importa.
Otra característica estándar del fanatismo progre es el ideario global, que no se puede desmembrar sino aceptarlo como un todo. Ser feminista implica anticlericalismo, condena al capitalismo y al sistema heteropatriarcal. Es una herejía diferenciar a las cis mujeres de las trans o mencionar enredos diferentes de la homosexualidad masculina y la femenina. Una (ex) feminista colombiana muy sensata alcanzó a plantear que la coherencia en la defensa de los derechos de las mujeres exigía ser vegana y preocuparse por las hembras de cualquier especie.
En últimas, tal vez haya que celebrar la franqueza de Varoufakis quien por lo menos reconoce sus raíces marxistas. Abunda la militancia inculta y despistada que ni siquiera es consciente de esa influencia.