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Stephanie Sinclair lleva más de una década documentando los matrimonios de niñas en sociedades como Afganistán, Etiopía, India y Yemen.
El mes pasado inauguró en Nueva York la exposición “Demasiado joven para casarse” con sus fotografías. En una de las más conmovedoras aparece Tehani, de ocho años, con su esposo Majed de 27. Los acompañan Ghada, una compañerita de clase, y su marido que se ve aún mayor que Majed. Tehani le recordó a la reportera que en los primeros días de su matrimonio “siempre que lo veía, me escondía. Odiaba verlo”. En otra foto se ve a Nujoud Alí radiante. Tiene diez años y lleva dos divorciada de un hombre con casi treinta.
“Entiendo los matices culturales detrás de la costumbre y entiendo las preocupaciones de estas familias. Pero sé que hay otras opciones y creo que es nuestra responsabilidad impulsar y hacer que más de esas opciones estén disponibles” anota Sinclair en una entrevista. Considera que sus fotografías ayudarán a que se tome conciencia de este fenómeno en la agenda por los derechos de las mujeres.
Ojalá esta fotógrafa incluyera en su próximo periplo los resguardos indígenas colombianos para mostrarle al mundo lo que Eulalia Yagarí, de la etnia Embera-Chamí de Antioquia, considera corriente en su comunidad. “Es frecuente ver niñas de 12 a 15 años formando pareja con hombres mayores …. las mujeres procrean a veces desde los 7, 8 y 9 años, edad a partir de la cual se consideran como mujeres aptas para el matrimonio o para tener novio. Además, a esta edad se entiende que las mujeres tienen la posibilidad de decidir si desean irse a vivir junto con su pareja”. La escalofriante declaración hace parte de una entrevista para la Corte Constitucional en la revisión de una tutela interpuesta por César –de la misma etnia- buscando impedir que la justicia ordinaria lo persiguiera por “acceso carnal abusivo” contra Catalina, su compañera menor de edad.
César cuenta que se conocieron en la cancha de fútbol y a los pocos meses ella le propuso que fueran novios. La madre supo que tenían relaciones sexuales y por eso “la regañó y dejó de hablarle como 15 días hasta que se lo presentó… entonces la orientó en método de planificación”. De todas maneras Catalina quedó embarazada. Por tener tan sólo 13 años fue remitida para valoración psicológica al Hospital de Riosucio. Allí la trabajadora social dio aviso a la Fiscalía que inició entonces una acción penal contra César, de 26 años.
La sentencia incluye un llamado a los jueces para no limitarse a la perspectiva “occidental” a la hora de evaluar la situación de una menor indígena. A pesar de lo revelado por Eulalia Yugarí la Corte se lava las manos anotando que “no existe en este momento siquiera algún indicio que permita inferir que la comunidad Embera–Chamí no va a tutelar los derechos de la menor”. Mejor ni pensar en el impacto de esta sentencia sobre las opciones diferentes al matrimonio de otras niñas indígenas.
En un país agobiado por el embarazo precoz, el bajo nivel educativo rural y el reclutamiento de adolescentes que con frecuencia ingresan al grupo armado enamoradas de su guerrero, es imposible para el lego no opinar que aquí a la sabia Corte se le fueron las luces. La inquietud más tenaz –por qué las menores “occidentalizadas”, normalmente más educadas, no tienen capacidad de discernimiento sobre cuestiones sexuales críticas pero sus congéneres Emberas sí- queda magistralmente resuelta en la sentencia: “el menor indígena es guardián de saberes ancestrales y de valores culturales cuya protección persiguió con ahínco el constituyente de 1991”. Para los derechos de las niñas indígenas, una imagen de Stephanie Sinclair tal vez valga más que las casi cuarenta mil palabras de la sentencia T-921/13.