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La música es parte esencial de todas las culturas. La capacidad de casi cualquier ser humano para disfrutar melodías o ritmos ha llevado a sugerir que se trata de un asunto innato.
La habilidad para tocar algún instrumento, o para componer, que exige dedicación y práctica, apunta en la dirección contraria: esa destreza se lograría con educación y perseverancia, sería un proceso de culturización. Emilio Lamo de Espinosa, sociólogo español con el que tomé dos seminarios, era un culturalista tan convencido que citaba con frecuencia el virtuosismo alcanzado por algunos intérpretes de piano o violín para reiterar la validez de su “tabula rasa”: se nace con la mente en blanco, sin cualidades congénitas y cualquier habilidad se adquiere con aprendizaje y experiencia. Sí tenía razón en que el entrenamiento musical puede moldear el cerebro.
El consenso científico hoy, para mucha gente simple sentido común, es que las competencias musicales dependen tanto de la naturaleza como de la crianza. Quien pretenda destacarse en música debe tener “buen oído” y, además, estudiar con dedicación.
Las primeras investigaciones sobre la base genética de las habilidades musicales se hicieron sin suficiente rigor y con muestras pequeñas. El reciente boom en genética ha reanudado el interés. Una de las primeras preguntas es si existen rasgos que se agrupen entre la parentela más allá de un nivel aleatorio. Por ejemplo, si la habilidad musical se da simultáneamente entre hermanos.
La manera como un rasgo relacionado con la música se hereda también requiere análisis. Con procedimientos de máxima verosimilitud se identifica el patrón de herencia que mejor explica la transmisión observada en la línea familiar. Una medida es la proporción de descendientes que heredan un atributo.
El “tono perfecto” (TP) es la rara habilidad musical para identificar o producir tonos sin depender de una referencia externa. Tiene una prevalencia estimada de menos de 1 en 10.000. Aunque el TP no es requisito de una destreza especial, su rareza y las ventajas que confiere han generado interés por investigarlo. Con estudios familiares se ha explorado la base genética del TP. A finales de los 80, se encontró una incidencia significativa entre parientes. El TP resultó más común en mujeres y la transmisión vertical fue la más usual. Otra investigación posterior reveló que los hermanos de alguien con TP tienen chances 20 veces superiores de tenerlo que la población general.
La amusia congénita (AC o “sordera tonal”) es un déficit de percepción de tono caracterizado por la incapacidad para que gente con habilidades intelectuales, lingüísticas y auditivas normales detecte notas “incorrectas” en melodías. La AC es poco común, con una prevalencia estimada del 4 % en la población. Un trabajo pionero mostró que el 39 % de los familiares de primer grado de quienes sufren AC también la tienen, contra sólo 3 % de los controles. Otro trabajo concluyó que escuchar música a diario no basta para mejorar la percepción del tono en menores afectados.
Los estudios de gemelos van más lejos al desentrañar las contribuciones relativas de los factores genéticos y ambientales. Los gemelos monocigóticos comparten el 100 % de sus genes, mientras que los mellizos dicigóticos solo la mitad. Si la similitud entre los primeros es mayor, se puede sospechar influencia genética. En una investigación realizada en 2001 con 136 pares de gemelos y 148 de mellizos se hizo una prueba de melodías distorsionadas en la que juzgaban si piezas musicales simples y conocidas contenían tonos incorrectos que las “desafinaran”. Se estimó una transmisión hereditaria muy alta, del 71 al 80 %, sin mayor efecto del entorno compartido, lo que indica un componente genético sustancial que afecta la percepción melódica.
Un trabajo más reciente con una respetable muestra de 10.500 gemelos suecos concluyó que la actividad musical era “sustancialmente heredable (40 % - 70 %). Las asociaciones entre la práctica musical y la habilidad musical fueron predominantemente genéticas y, en forma contraria a la hipótesis causal, las influencias ambientales no compartidas no contribuyeron”. No aparecieron diferencias de capacidad entre gemelos monocigóticos que practicaran con mayor o menor regularidad. Al controlar por predisposición genética, las discrepancias en términos de esfuerzo y dedicación ya no ayudaban a explicar la calidad de la interpretación. En buen romance, “la práctica musical puede no influir causalmente en la habilidad musical y la variación genética entre los individuos afecta tanto la destreza como la inclinación a la práctica”.
En la película Maestro(s) los Dumars, padre e hijo, son reconocidos directores de orquesta. François culmina una brillante carrera internacional mientras que Denis continúa en ascenso. El padre cree haber sido designado de planta en la mítica Scala de Milán pero en realidad fue su hijo el elegido. La relación entre ellos se hace aún más difícil. Con mayor atención a la genética, François hubiese quedado tranquilo por lo que hizo o dejó de hacer para orientar la carrera del vástago. En la vida real abundan casos, que todos conocemos, de habilidades musicales heredadas.