Un dilema crucial al lidiar con grupos armados ilegales es dosificar la mezcla entre zanahoria y garrote.
Tras la operación Sodoma en la que fue abatido el comandante más temido y odiado del conflicto, un influyente político anotó que “Jojoy era el símbolo del terror en Colombia; Jojoy era el símbolo de la servicia, de la inhumanidad de una organización que por casi medio siglo ha jugado con la vida y la libertad de los colombianos. El mundo recuerda con horror las escalofriantes imágenes en las que este cabecilla terrorista humillaba a sus indefensos secuestrados recibidos en atroces campos de concentración”. Concluía que así terminaban esos delincuentes, “como Tirofijo, acosado por las bombas, como Raúl Reyes, como Iván Ríos, traicionado por sus hombres, como tantos más que mueren en su ley, que es la ley del crimen y la violencia”.
Cualquiera pensaría que semejante diatriba antiterrorista provino de algún subalterno, seguidor incondicional o admirador de Álvaro Uribe Vélez. Así lo sugería su afirmación “este es un triunfo de la seguridad democrática”.
En ese punto el enardecido político generó confusión pues hacía parte del nuevo gobierno, posterior a los dos cuatrienios del uribismo. “Nos estamos fortaleciendo para seguir el mismo camino hacia la prosperidad democrática. Tengan la certeza de que no bajaremos la guardia contra el narcoterrorismo”. Agregaba que era el momento de seguir atacando “hasta que todos los violentos entiendan que el único camino es la desmovilización y la dejación de armas y del terrorismo”.
Difícil no pensar que esas palabras tan firmes e implacables las pronunciaba un duro halcón, un implacable y combativo guerrero, tal vez un decidido militar. Sin embargo, ese mismo energúmeno ganaría después el premio Nobel de la Paz gracias al viraje de 180º en su actitud y su opinión sobre la que, recién elegido presidente, consideraba una banda de terroristas y narcotraficantes seguidores del rebelde más viejo del mundo.
En medio de su entusiasmo por la baja de principal enemigo público colombiano, el nuevo primer mandatario y antiguo ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, ofreció un detenido reporte de la estrategia militar utilizada para derrotarlo. Hizo énfasis en el “poder de la inteligencia”, un esfuerzo que se había iniciado en 2006, cuando “habíamos puesto en marcha una profunda transformación en la forma de operar las Fuerzas Armadas que se basó en dos aspectos fundamentales: por un lado, el fortalecimiento y modernización de la inteligencia, como el arma fundamental para llegar a los objetivos de alto valor estratégico y, por otro lado, el énfasis en el trabajo conjunto y coordinado”.
La descripción de los preparativos para dar de baja al Mono Jojoy las adornó con comentarios reveladores de su talante guerrerista. “Las Farc son un ratón que con terrorismo pretende rugir como un león, y vamos a seguir ese ratón hasta que deje de respirar. Esa es la consigna. Los comandantes tienen todo el respaldo del presidente de la República”.
Tras la caída de este roedor con ínfulas de felino, la prioridad estratégica era Alfonso Cano. Se logró dar con él pues “al hostigamiento de los militares se unió un largo trabajo de filigrana de la inteligencia policial y militar que infiltró por varios años a varios hombres y mujeres en la zona, que se hicieron pasar por comerciantes, vendedores de minutos de celulares e incluso administradores de prostíbulos”.
Cuando dos años después del ataque verbal el implacable gobernante lanzó su propuesta de diálogo con las Farc, hubo reacciones muy distintas que dependieron de la posición política. Los más prudentes señalaron con sorpresa que se había dado un audaz viraje sin ningún mecanismo protector. “Juan Manuel Santos lanzó la apuesta más audaz de su carrera política y completó un calculado viraje desde sus posiciones duras como ministro de Defensa de Álvaro Uribe”. Tratando de entender su radical cambio de actitud hacia las Farc, se hacía alusión a su afición al póker.
Bastaba un mínimo conocimiento del conflicto para saber que la voluntad de diálogo de las Farc era la única vía para que evitaran su eventual aniquilamiento. “Los golpes que han recibido las Farc en los últimos cuatro años han sido contundentes, golpes que nunca habían recibido en su historia… Esto ha llevado al liderazgo de esta guerrilla a aceptar que no hay otra posibilidad que la negociación” comentó Mauricio Romero, quien de inmediato fue criticado por su visión reaccionaria de la situación. Un iluminado anotó que la voluntad de diálogo de la guerrilla no era en lo más mínimo un punto de inflexión sino algo que las mismas Farc venían buscando hacía muchos años.
El margen de maniobra que un gobierno que funge de paloma tiene disponible para la paz total con una amplia gama de organizaciones criminales, varias transnacionales, es definitivamente inferior al que tuvo un curtido halcón con una guerrilla campesina de comandantes acomodados, envejecidos y deseosos de jubilarse.
Ver más …
Un dilema crucial al lidiar con grupos armados ilegales es dosificar la mezcla entre zanahoria y garrote.
Tras la operación Sodoma en la que fue abatido el comandante más temido y odiado del conflicto, un influyente político anotó que “Jojoy era el símbolo del terror en Colombia; Jojoy era el símbolo de la servicia, de la inhumanidad de una organización que por casi medio siglo ha jugado con la vida y la libertad de los colombianos. El mundo recuerda con horror las escalofriantes imágenes en las que este cabecilla terrorista humillaba a sus indefensos secuestrados recibidos en atroces campos de concentración”. Concluía que así terminaban esos delincuentes, “como Tirofijo, acosado por las bombas, como Raúl Reyes, como Iván Ríos, traicionado por sus hombres, como tantos más que mueren en su ley, que es la ley del crimen y la violencia”.
Cualquiera pensaría que semejante diatriba antiterrorista provino de algún subalterno, seguidor incondicional o admirador de Álvaro Uribe Vélez. Así lo sugería su afirmación “este es un triunfo de la seguridad democrática”.
En ese punto el enardecido político generó confusión pues hacía parte del nuevo gobierno, posterior a los dos cuatrienios del uribismo. “Nos estamos fortaleciendo para seguir el mismo camino hacia la prosperidad democrática. Tengan la certeza de que no bajaremos la guardia contra el narcoterrorismo”. Agregaba que era el momento de seguir atacando “hasta que todos los violentos entiendan que el único camino es la desmovilización y la dejación de armas y del terrorismo”.
Difícil no pensar que esas palabras tan firmes e implacables las pronunciaba un duro halcón, un implacable y combativo guerrero, tal vez un decidido militar. Sin embargo, ese mismo energúmeno ganaría después el premio Nobel de la Paz gracias al viraje de 180º en su actitud y su opinión sobre la que, recién elegido presidente, consideraba una banda de terroristas y narcotraficantes seguidores del rebelde más viejo del mundo.
En medio de su entusiasmo por la baja de principal enemigo público colombiano, el nuevo primer mandatario y antiguo ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, ofreció un detenido reporte de la estrategia militar utilizada para derrotarlo. Hizo énfasis en el “poder de la inteligencia”, un esfuerzo que se había iniciado en 2006, cuando “habíamos puesto en marcha una profunda transformación en la forma de operar las Fuerzas Armadas que se basó en dos aspectos fundamentales: por un lado, el fortalecimiento y modernización de la inteligencia, como el arma fundamental para llegar a los objetivos de alto valor estratégico y, por otro lado, el énfasis en el trabajo conjunto y coordinado”.
La descripción de los preparativos para dar de baja al Mono Jojoy las adornó con comentarios reveladores de su talante guerrerista. “Las Farc son un ratón que con terrorismo pretende rugir como un león, y vamos a seguir ese ratón hasta que deje de respirar. Esa es la consigna. Los comandantes tienen todo el respaldo del presidente de la República”.
Tras la caída de este roedor con ínfulas de felino, la prioridad estratégica era Alfonso Cano. Se logró dar con él pues “al hostigamiento de los militares se unió un largo trabajo de filigrana de la inteligencia policial y militar que infiltró por varios años a varios hombres y mujeres en la zona, que se hicieron pasar por comerciantes, vendedores de minutos de celulares e incluso administradores de prostíbulos”.
Cuando dos años después del ataque verbal el implacable gobernante lanzó su propuesta de diálogo con las Farc, hubo reacciones muy distintas que dependieron de la posición política. Los más prudentes señalaron con sorpresa que se había dado un audaz viraje sin ningún mecanismo protector. “Juan Manuel Santos lanzó la apuesta más audaz de su carrera política y completó un calculado viraje desde sus posiciones duras como ministro de Defensa de Álvaro Uribe”. Tratando de entender su radical cambio de actitud hacia las Farc, se hacía alusión a su afición al póker.
Bastaba un mínimo conocimiento del conflicto para saber que la voluntad de diálogo de las Farc era la única vía para que evitaran su eventual aniquilamiento. “Los golpes que han recibido las Farc en los últimos cuatro años han sido contundentes, golpes que nunca habían recibido en su historia… Esto ha llevado al liderazgo de esta guerrilla a aceptar que no hay otra posibilidad que la negociación” comentó Mauricio Romero, quien de inmediato fue criticado por su visión reaccionaria de la situación. Un iluminado anotó que la voluntad de diálogo de la guerrilla no era en lo más mínimo un punto de inflexión sino algo que las mismas Farc venían buscando hacía muchos años.
El margen de maniobra que un gobierno que funge de paloma tiene disponible para la paz total con una amplia gama de organizaciones criminales, varias transnacionales, es definitivamente inferior al que tuvo un curtido halcón con una guerrilla campesina de comandantes acomodados, envejecidos y deseosos de jubilarse.
Ver más …