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El 21 de noviembre se publicó la foto de un evento social en Cartagena que nadie habría imaginado. Dos meses antes, el gigante sueco de los muebles aterrizaba en Colombia. Ambos sucesos tienen puntos en común.
El elegante almuerzo en la Casa de Huéspedes Ilustres reunió a doce de los empresarios más pesados del país con un reducido grupo de funcionarios del gobierno. Más que un simple ágape fue un acontecimiento político, como lo ilustra el detallado cubrimiento por medios sin tradición en páginas sociales. Además de política hubo economía, orientada a generar confianza inversionista.
Tras el desconcierto inicial, algunas conjeturas permiten interpretar la reunión. Una posible lógica sería el modelo sueco de desarrollo económico y socialdemocracia. El Nobel de economía de 1974 lo compartieron Friedrich Hayek y el sueco Gunnar Myrdal. Hayek defendía las libertades individuales. Su inquietud era práctica: la disponibilidad de información. “El conocimiento necesario para generar prosperidad no cabe en una sola mente”. Solo la sociedad libre, insistía, permite que cada cual utilice su limitado conocimiento y lo transmita. Myrdal, por el contrario, promovía el desarrollo planificado, orientado por expertos.
El dirigismo de Myrdal acabó imponiéndose en Europa bajo el liderazgo de Suecia. Allí, hace un siglo la socialdemocracia renunció al marxismo para controlar sin violencia el capitalismo. Evitando expropiar los medios de producción prefirieron planificar minuciosamente la demanda para que la empresa privada produjera bienes considerados prioritarios por las autoridades. Era necesario cambiar las costumbres y la manera de pensar; buscar que se consumieran productos “adecuados” a objetivos colectivos. Alcanzar la sociedad soñada sin estatizar la producción requería dirigir la vida privada con paternalismo, tecnocracia, minuciosa planificación e ingeniería social. Gunnar Myrdal y su esposa Ava, militante feminista, lideraron las políticas sociales suecas a partir de los años treinta. Al implementarlas se debilitaron “los lazos familiares y sociales de los individuos” y se fortaleció “la dependencia del Estado y sus políticas”.
Así, la cordialidad de la reunión entre grandes cacaos y gobierno del cambio podría leerse como el primer paso de un acercamiento al gran capital para ensayar la versión no coercitiva del intervencionismo económico, como se hizo en Suecia hace décadas: sin alterar la propiedad de los medios de producción.
¿Qué tiene que ver un negocio de muebles con ese ambicioso acuerdo entre burocracia y oligarquía económica? Una historia sobre el “espacio culturalmente codificado” de esta tienda global muestra que su papel fue más allá de una estrecha colaboración con el Estado sueco. “IKEA ayuda a construir, reproducir y difundir una narrativa… (que) muestra la imagen de Suecia como una pequeña nación pacífica, homogénea y trabajadora, que ejemplifica los ideales de progreso social y económico de la Ilustración, evitando al mismo tiempo sus aspectos más violentos… La tienda IKEA es un espacio de aculturación, un archivo vivo en el que los valores y rasgos identificados como distintivamente suecos se comunican a los consumidores a través de sus líneas de productos de identificación nórdica, un recorrido por la sala de exhibición minuciosamente dirigido y una narrativa nacionalista”.
Cualquier colaboración entre este gobierno y los grandes conglomerados empresariales tiene buenas posibilidades de ser ejecutada siempre que los segundos reciban la contraprestación adecuada. Que esos arreglos tengan el impacto social que seguramente espera el presidente es otra cosa.
La peculiar historia sueca, su aislamiento geográfico, la agricultura casi colectiva y el bruk, manufactura instalada en zonas rurales bajo influencia comunitaria, impidieron el desarrollo de una cultura individualista y permitieron establecer una administración centralizada y fuerte que llevó al Estado de Bienestar. La alta calidad de la burocracia y el débil poder legislativo reforzaron esas bases. Poco aficionados a divagar y filosofar, los suecos concentraron sus esfuerzos en ingeniería, innovación y excelencia administrativa. Un sistema educativo público monolítico y la destreza macroeconómica para enfrentar la gran depresión con keynesianismo reforzaron la creencia en las ventajas de planificar e intervenir la actividad productiva. Con mayor éxito y menor oposición que el leninismo, la socialdemocracia sueca manipuló el entorno y moldeó mentalidades para la nueva sociedad. Además, Suecia ya estaba pacificada con monopolio estatal de la coerción.
El rol de IKEA en la configuración del capitalismo orientado y dirigido por un Estado fuerte y un gran capital dócil es digno de análisis. Por lo pronto, la locura causada por su apertura en Colombia, el nombre de la tienda como tendencia en redes sociales y las largas colas de espera bajo la lluvia para acceder al “diseño democrático asequible y funcional para todos”, como precisó la embajadora sueca, le deberían mostrar al gobierno que la relación del pueblo urbano con el capitalismo y el consumo es bastante más compleja que la explotación del trabajo por el capital. Valores pequeño burgueses motivan más que el decrecimiento, el sindicalismo o la protesta. Hasta malas interpretaciones de Hayek difundidas con técnicas histriónicas de influencer pueden definir elecciones.