Al no condenar a Hamás, Petro abrió la caja de Pandora del pasado del M-19. Resurgieron dos ataques terroristas a la embajada de Israel en Bogotá y el entrenamiento militar con la OLP de Arafat.
El evento organizado por la Corte Suprema de Justicia para los 38 años de la Toma del Palacio de Justicia alborotó esos recuerdos y machacó otra gaffe de Petro. Hace un par de meses, cuando se cumplían 50 años del golpe militar en Chile, en un Acto de Reconocimiento al Movimiento Sindical, el mandatario comparó lo ocurrido en Santiago el 11 de septiembre de 1973 con la retoma del 7 de noviembre de 1985 en Bogotá. Para eso, unificó la autoría de ambos ataques (“lo mismo que hicieron con el Palacio de Justicia lo hicieron con el Palacio de la Moneda antes”), anotó semejanzas militares (“rodearon el Palacio con tanques, dispararon contra las paredes y los aviones bombardearon por el techo”) y sentenció enfático que “quienes han desatado esta violencia en Colombia, los dueños de la codicia … son peores que Pinochet … allá uniformados, aquí de corbata … El de aquí fue más asesino que el de uniforme”.
Tras un resumen de ese día aciago, Mauricio Reina subrayó “los dos hechos igualmente atroces”, la toma y la retoma. Puntualizó que la “reflexión retrospectiva es lo que permite medir verdaderamente con la vara de los valores democráticos” a los distintos grupos involucrados. Celebró la llegada al poder por votación popular de un exguerrillero reinsertado de ese grupo, pero lamentó salidas en falso, como la aludida comparación con el golpe en Chile, “sin hacer referencia a que antes de la retoma vino la toma por parte del grupo guerrillero … Esa vara que mide de manera desigual los hechos dependiendo de quién haya sido el protagonista histórico preocupa, sobre todo ignorando la gravedad de la toma por parte del M-19 del Palacio de Justicia”.
Esta acción delirante y sangrienta, con la que el grupo guerrillero buscaba capturar y mantener rehenes a los más altos dignatarios de la justicia, quedó prácticamente blanqueada del historial de ataques del M-19. Lograron convencer que su objetivo era simplemente hacerle un “juicio armado” a Belisario Betancur por haberlos traicionado en la búsqueda de la paz.
El informe final de la Comisión de la Verdad sobre los hechos del Palacio de Justicia (CVPJ 2010 p. 339) cita al mandatario conjeturando sobre las posibles consecuencias si el Gobierno hubiese accedido a las demandas de los atacantes. Adriana Echeverry y Ana Mª Hanssen (periodistas) entrevistaron a Gustavo Petro (GP) cuando era representante a la Cámara. Difícil no percibir en las respuestas de este parlamentario elegido popularmente cierta añoranza por la gesta revolucionaria y la vía armada.
Periodistas: ¿Qué habría pasado si el Ejército cesa el fuego?
GP: Yo creo que el Ejército pensó una cosa que podría ser cierta: si la toma del Palacio de Justicia salía bien, llegaríamos al poder porque el apoyo popular era manifiesto. Con una toma de esas, después de poner al Gobierno a negociar, lo que seguía era la toma del poder. Y eso, más que asustar al Ejército, asustó a la oligarquía colombiana
Periodistas: ¿Cuál era el plan que debían seguir si hubieran logrado retener vivos a los magistrados?
GP: Comenzar con el juicio, iniciar un proceso político y tomarse el poder. No desde el Palacio, pero sí concentrar la capacidad política más grande, la capacidad de convocatoria popular más grande posible, con un cono- cimiento militar muy fuerte y con una fuerza militar igualmente fuerte. Y hacer lo que se hizo en Nicaragua: entrar con fusiles, tanques, guerrilleros y centenares de miles de personas, todos al mismo tiempo.
Tras las últimas elecciones locales, que sólo la guardia pretoriana del presidente se niega a ver como un rechazo a su azaroso e incomprensible estilo de gobernar, la izquierda moderada buscó rescatar su imagen. “Es el presidente más culto, más leído, más inteligente de la historia de la república de Colombia. El más curtido en política ... ha logrado prestancia a nivel internacional”. Lo compararon con Alfonso López Pumarejo o Carlos Lleras Restrepo pero, en el otro extremo, lo reprendieron pública y maternalmente por sus desatinos como gobernante y presuntos problemas de adicción: “Si quiere cambiar a Colombia debería sincerarse y dejar de decirnos mentiras”. Las incivilidades no son sostenibles.
El antiguo comandante, sus alfiles, admiradores y seguidores deben empezar por condenar la violencia política de cualquier origen. Globalmente están aliados con fanáticos y tiranos, lejos de las democracias funcionales, incluso de Gabriel Boric que sufrió a Pinochet pero condenó no sólo a Israel sino a Hamás. Los excombatientes del M-19 deben sumar el arrepentimiento por el daño que causaron a víctimas inocentes. De ese pasado opaco y sangriento no hay nada, absolutamente nada, que valga la pena rescatar.
Al no condenar a Hamás, Petro abrió la caja de Pandora del pasado del M-19. Resurgieron dos ataques terroristas a la embajada de Israel en Bogotá y el entrenamiento militar con la OLP de Arafat.
El evento organizado por la Corte Suprema de Justicia para los 38 años de la Toma del Palacio de Justicia alborotó esos recuerdos y machacó otra gaffe de Petro. Hace un par de meses, cuando se cumplían 50 años del golpe militar en Chile, en un Acto de Reconocimiento al Movimiento Sindical, el mandatario comparó lo ocurrido en Santiago el 11 de septiembre de 1973 con la retoma del 7 de noviembre de 1985 en Bogotá. Para eso, unificó la autoría de ambos ataques (“lo mismo que hicieron con el Palacio de Justicia lo hicieron con el Palacio de la Moneda antes”), anotó semejanzas militares (“rodearon el Palacio con tanques, dispararon contra las paredes y los aviones bombardearon por el techo”) y sentenció enfático que “quienes han desatado esta violencia en Colombia, los dueños de la codicia … son peores que Pinochet … allá uniformados, aquí de corbata … El de aquí fue más asesino que el de uniforme”.
Tras un resumen de ese día aciago, Mauricio Reina subrayó “los dos hechos igualmente atroces”, la toma y la retoma. Puntualizó que la “reflexión retrospectiva es lo que permite medir verdaderamente con la vara de los valores democráticos” a los distintos grupos involucrados. Celebró la llegada al poder por votación popular de un exguerrillero reinsertado de ese grupo, pero lamentó salidas en falso, como la aludida comparación con el golpe en Chile, “sin hacer referencia a que antes de la retoma vino la toma por parte del grupo guerrillero … Esa vara que mide de manera desigual los hechos dependiendo de quién haya sido el protagonista histórico preocupa, sobre todo ignorando la gravedad de la toma por parte del M-19 del Palacio de Justicia”.
Esta acción delirante y sangrienta, con la que el grupo guerrillero buscaba capturar y mantener rehenes a los más altos dignatarios de la justicia, quedó prácticamente blanqueada del historial de ataques del M-19. Lograron convencer que su objetivo era simplemente hacerle un “juicio armado” a Belisario Betancur por haberlos traicionado en la búsqueda de la paz.
El informe final de la Comisión de la Verdad sobre los hechos del Palacio de Justicia (CVPJ 2010 p. 339) cita al mandatario conjeturando sobre las posibles consecuencias si el Gobierno hubiese accedido a las demandas de los atacantes. Adriana Echeverry y Ana Mª Hanssen (periodistas) entrevistaron a Gustavo Petro (GP) cuando era representante a la Cámara. Difícil no percibir en las respuestas de este parlamentario elegido popularmente cierta añoranza por la gesta revolucionaria y la vía armada.
Periodistas: ¿Qué habría pasado si el Ejército cesa el fuego?
GP: Yo creo que el Ejército pensó una cosa que podría ser cierta: si la toma del Palacio de Justicia salía bien, llegaríamos al poder porque el apoyo popular era manifiesto. Con una toma de esas, después de poner al Gobierno a negociar, lo que seguía era la toma del poder. Y eso, más que asustar al Ejército, asustó a la oligarquía colombiana
Periodistas: ¿Cuál era el plan que debían seguir si hubieran logrado retener vivos a los magistrados?
GP: Comenzar con el juicio, iniciar un proceso político y tomarse el poder. No desde el Palacio, pero sí concentrar la capacidad política más grande, la capacidad de convocatoria popular más grande posible, con un cono- cimiento militar muy fuerte y con una fuerza militar igualmente fuerte. Y hacer lo que se hizo en Nicaragua: entrar con fusiles, tanques, guerrilleros y centenares de miles de personas, todos al mismo tiempo.
Tras las últimas elecciones locales, que sólo la guardia pretoriana del presidente se niega a ver como un rechazo a su azaroso e incomprensible estilo de gobernar, la izquierda moderada buscó rescatar su imagen. “Es el presidente más culto, más leído, más inteligente de la historia de la república de Colombia. El más curtido en política ... ha logrado prestancia a nivel internacional”. Lo compararon con Alfonso López Pumarejo o Carlos Lleras Restrepo pero, en el otro extremo, lo reprendieron pública y maternalmente por sus desatinos como gobernante y presuntos problemas de adicción: “Si quiere cambiar a Colombia debería sincerarse y dejar de decirnos mentiras”. Las incivilidades no son sostenibles.
El antiguo comandante, sus alfiles, admiradores y seguidores deben empezar por condenar la violencia política de cualquier origen. Globalmente están aliados con fanáticos y tiranos, lejos de las democracias funcionales, incluso de Gabriel Boric que sufrió a Pinochet pero condenó no sólo a Israel sino a Hamás. Los excombatientes del M-19 deben sumar el arrepentimiento por el daño que causaron a víctimas inocentes. De ese pasado opaco y sangriento no hay nada, absolutamente nada, que valga la pena rescatar.