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En 2018, Ana Julia Quezada confesó haber matado a su hijastro Gabriel. Muy joven, había llegado a España como prostituta. Tuvo que ver con la muerte de su primogénita y reveses patrimoniales de sus maridos.
En 1991, con 18 años, dejando atrás a Ridelca, su hija recién nacida, Ana Julia emigró de República Dominicana para trabajar en un “club de carretera” en Burgos. Allí enamoró a un camionero, decidieron vivir juntos, quedó embarazada y se casaron. Después trabajó como empleada doméstica mientras cuidaba a su segunda hija Judit. Su esposo le propuso traer a Ridelca quien a los cuatro meses de llegar apareció muerta en el patio del edificio. Había caído accidentalmente a pesar de que tal evento requería “coger una mesita, pegarla a la pared, subirse a ella, abrir la doble ventana del séptimo piso y caerse”.
La pareja ganó casi 100 mil euros en la lotería. Tras tomar un seguro de vida, el camionero sufrió extrañas fiebres atendidas en urgencias. Ana Julia pidió el divorcio, que resultó tormentoso. Él acabó condenado por acoso y sin ver a Judit por cuatro años. Ella ya había conocido a Javier, propietario de un bar y 16 años menor, con quien vivió dos años hasta que él murió de cáncer. Le había comprado una casa en República Dominicana y un seguro de vida a nombre de ella. Antes de fallecer le firmó un crédito para que se operara el busto. En el funeral Ana Julia apareció acompañada de un hombre mayor que pronto moriría de cáncer de garganta. Sus familiares denunciaron que ella le había robado 17 mil euros. Ya conocía a Sergio, también más joven, con quien se instaló en Almería para empezar una nueva vida. Decidió entonces mandar a Judit a vivir con el padre. Convenció a Sergio que pusiera a su nombre el bar Black atendido por ambos. Al separarse, ella se quedó con el negocio en donde había conocido a Ángel Cruz, padre de Gabriel, con quien pronto formó otro hogar. El niño estaba en custodia compartida y pasaba los fines de semana con Ángel. No simpatizaba con Ana Julia, pero un día ella lo convenció que la acompañara a la finca de los abuelos donde lo mató y enterró.
El incidente se investigó primero como secuestro. Aunque Ana Julia colaboró con las labores de rastreo luciendo una camiseta “Todos somos Gabriel”, como sospechosa de la desaparición, estaba vigilada. Ocho días después, la detuvieron con el cadáver del niño escondido en su carro. Tras el juicio fue condenada a “prisión permanente revisable”. Siempre fue considerada única autora del infanticidio.
Seis años después, desde la cárcel, Ana Julia estableció contacto con una productora de TV. Apoyada por quien fuera su abogado de oficio, preparaban un documental sobre el caso. La madre de Gabriel presentó una querella por ese proyecto. La infanticida fue entonces trasladada a un módulo de aislamiento.
El impacto del asesinato en los medios hizo que se examinara con lupa el pasado de la victimaria. La policía reabrió la investigación de 1996 sobre la supuesta muerte accidental de Ridelca.
El móvil de crimen confeso sigue sin aclarar. Persisten dos hipótesis. Una, celos del niño y por la buena relación del padre con su ex. Dos, que la autora buscara beneficio económico cobrando un rescate, algo que concuerda con que la familia ofreció recompensa de 10 mil euros a quien aportara información sobre el paradero del niño y ante la posibilidad de cambiar esa suma, ella siempre recomendaba una mayor. En el mismo sentido apunta la descripción de “mujer de caprichos caros” por su pareja anterior.
“Egocéntrica, manipuladora, posesiva”. Una persona de “máxima frialdad… todo lo que hacía era una farsa, todos sus movimientos buscaban desviar la atención sobre ella” concluyeron los investigadores cuando la condenaron, reforzando la idea de una mujer en extremo manipuladora. El testimonio de Ana Julia durante el juicio sugiere matices. Cuando estaban en la finca vio al niño jugando con un hacha. Al reprocharle el peligro que corría, él le habría respondido: “tú no eres mi madre, tú no me mandas y además no te quiero volver a ver nunca”. Se pelearon, ella le quitó el hacha “y al final, con la rabia, acabé asfixiándolo”. Las cálculos y consideraciones vinieron después, al darse cuenta que estaba metida en un problema serio. Lo sensato era enterrarlo.
El estereotipo que más desafía Ana Julia Quezada es el de víctima de trata. Más creíble es el escenario de llegada a España como paloma, denominación usual para prostitutas adolescentes dominicanas que normalmente trabajan sin proxeneta. A ella no la forzaban, siempre decidió lo que quería hacer, con la eventual excepción del crimen atroz que pudo haber sido pasional, no premeditado.