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Auxiliando a políticos desprestigiados, expertos internacionales y la ONU proponen una majadería en lugar del índice que nos dio varios campeonatos.
Hace un año, según Gallup, Colombia encabezaba otra vez el ranking mundial de la felicidad. Los escépticos se preguntaron cómo era posible semejante hazaña, sin la paz firmada, Uribe trinando, Ordoñez procurador y tanta desigualdad. Al menospreciar ese índice se ignora una tradición, iniciada en 1977, que actualmente hace entrevistas anuales a casi 70 mil personas en más de sesenta países, con muestras representativas de la población. El resultado más heterodoxo de esta encuesta, obvio para quien haya viajado, es que en la aldea global la felicidad no depende del ingreso. El Washington Post anotó que en los países desarrollados “nos acongojamos con la epidemia de depresión, la anomia social y el aislamiento virtual. Los colombianos no se preocupan por esas cosas y prefieren sentarse en la calle, cocinar un sancocho en una olla inmensa sobre una hoguera, beber y reirse con familiares y vecinos”.
La atención está siendo desviada hacia otro indicador promovido por Naciones Unidas (ONU) y lanzado el “Día Internacional de la Felicidad”, cursilería ya establecida. Como el del PIB o la transparencia, el nuevo ordenamiento lo encabezan países de Europa del Norte y destaca la felicidad de vivir en sociedades ricas e igualitarias, con instituciones que funcionan y ayudas estatales. Este año Noruega desplazó a Dinamarca, que bajó al segundo lugar; siguen Islandia, Suiza, Finlandia, Holanda… (bostezo). Aunque la importancia del nivel económico en el podio es evidente, periodistas progres insisten en razones sensibleras. En Noruega, por ejemplo, está el koselig “que remite a la sensación de bienestar y calidez, ligada al sentimiento de pertenencia a un grupo” y en Dinamarca el hygge, “que vendría a ser lo acogedor, sentarse en la terraza de un café disfrutando de los rayos de sol que anuncian la primavera”; básicamente un sancocho callejero menos tropical y aderezado con seguridad social.
Los titulares insinuaron que los noruegos nos derrotaron tras una caída en nuestros índices de felicidad, cuando los nórdicos ni siquiera están en la lista Gallup y en la ONU puntean hace rato. El informe que impulsa el nuevo indicador destaca correlaciones con variables arbitrariamente escogidas como factores de felicidad por unos académicos. Por eso los medios creyeron que ahí había un sofisticado cálculo, más riguroso que la metodología chismosa de Gallup, que pregunta directamente por esa inasible sensación. Pero no, el índice que nos desbancó también está basado en percepciones subjetivas de felicidad. ¿Por qué tales discrepancias entre las dos encuestas?
El quid de la propuesta burocrática es una metáfora del esfuerzo constante, el capital acumulado paso a paso, la carrera brillante o la salvación eterna; la pregunta es transparente: “imagine una escalera, con peldaños numerados desde 0 el más bajo hasta 10 el más alto. La parte de arriba de la escalera representa la mejor vida posible para usted. ¿En qué escalón diría usted que está en este momento?” Entre más cerca del tope, más feliz.
Difícil concebir algo tan materialista, maternal y escuelero, digno de maestra, entrenador, supervisora o cura. Nada más alejado del koselig, el hygge o el sancocho dominguero que esta alucinación tecnocrática: los deberes revueltos con satisfacción, diversión, pasarla bien y “ausencia de inconvenientes o tropiezos”. Si así fuera, se llamarían placeres, y la alegoría apropiada sería tirarse por un rodadero gritando. Solamente fariseos, artistas prepotentes, pedagogas idealistas o políticos cínicos pregonan el nirvana del esfuerzo y el trabajo.
La encuesta Gallup es otro paseo: sin echar línea, averigua lo que sienten las personas, no la evaluación de su existencia, “preguntando sobre experiencias positivas y negativas. Las primeras incluyen estar descansado, sonreir, reir, disfrutar, sentirse respetado y haciendo algo interesante; las negativas escrutan estrés, tristeza, dolor físico, preocupación y rabia”. Además, indagan por el día anterior a la encuesta, no por la vida entera, o eterna.
“Felicidad es todavía lo que los políticos no se atreven a prometer directamente” anotaba hace unos años Fernando Savater. El taimado y aburrido indicador ONU rompe con esa tradición. “La felicidad se considera de manera creciente la medida apropiada del progreso social y el objetívo de la política pública”, sermonea un experto global. “Redefinir la narrativa del crecimiento para poner el bienestar del pueblo en el centro del gobierno” predica otro. Una felicidad medible y alcanzable embellecerá el ramillete de ofertas electorales: limitarse al desarrollo económico con locomotoras será insuficiente, poco igualitario, excluyente, neoliberal, anti ecológico, hasta arribista y de mal gusto. Además de las agencias multilaterales alineadas con ese noble propósito, para animarnos a ser felices como escandinavos, habrá pedagogía, propaganda, apoyo mediático, empresarial, académico y oenegero, como con la paz. ¡Hueepa! ¡Seamos felices YA!