Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
A pesar de cultivar con esmero su imagen de esposo y padre ejemplar, John F. Kennedy (JFK) ha sido sin duda el presidente norteamericano más mujeriego.
“Tenía una propensión a las prostitutas y a los encuentros sexuales atrevidos que rayaban en la irresponsabilidad criminal”. Su más célebre affaire fue con Marilyn Monroe quien en mayo de 1962 le cantó un hipersensual “Happy Birthday” en el Madison Square Garden. Se habían conocido en febrero en una cena en Nueva York. Siguió un corto romance en la mansión de Bing Crosby, en la Florida. La diva, encontrada muerta ese mismo año, soñaba con ser primera dama y le habría escrito a su amante sobre sus intenciones.
Antes de llegar a la presidencia, JFK sostuvo estrechos vínculos con artistas amigos de mafiosos que así aseguraban una conveniente palanca política. En 1960 Frank Sinatra le presentó en Las Vegas a Judith Campbell, expareja suya y del mafioso Sam Giancana de Chicago. Esta aventura se prolongó y ella lo visitaba regularmente en la Casa Blanca. Después revelaría que era el contacto entre su amante y el bajo mundo. Fue la primera mujer que reveló públicamente del lado oscuro de JFK al hablar de su romance ante un comité del Senado. Más tarde daría mayores detalles. Sobre su papel de mensajera: “Sentí que estaba haciendo algo importante… Probablemente, estaba ayudando a Jack a orquestar el intento de asesinato de Fidel Castro con ayuda de la mafia”.
El romance de JFK con la supuesta espía comunista alemana Ellen Rometsch , el mejor sexo de su vida, no fue el único que puso en alerta a los servicios de inteligencia. Mientras sirvió en la Armada fue novio de Inma Arvad de quien se rumoraba era espía soviética. También estuvo envuelto con Mary Pinchot Meyer, exesposa de un agente de la CIA, asesinada luego en circunstancias misteriosas.
Por la cama de JFK pasaron muchas actrices pero también secretarias y asistentes bastante menores que él. “Si no tengo sexo durante tres días me empieza a doler la cabeza”, le habría confesado alguna vez JFK al primer ministro británico Harold Macmillan. Dada su promiscuidad, nadie ha intentado hacer el inventario de sus aventuras con escorts.
Al pensar en JFK como cliente de profesionales contactadas por subordinados suyos o compinches del bajo mundo, es inevitable preguntarse por los detalles de las transacciones. Por ejemplo, saber si predominaba el intercambio básico de sexo por dinero o también era frecuente alguna forma de trueque de favores o incluso la expectativa de seducir al paradigma del buen partido que podría cambiarle definitivamente la vida a una amante, como alcanzó a soñar Marilyn Monroe.
El hecho de que en los EE. UU. la prostitución haya sido no sólo ilegal sino duramente perseguida, sumado al perfil de algunos alcahuetas del presidente, permite sospechar que en las aventuras de JFK fue común tanto la figura de la amante, así fuera efímera, como la de acompañante. Bill Thompson, por ejemplo, socio del Quorum Club que le presentó a Ellen Rometsch, “sirvió como voluntario del Cuerpo de Paz en Colombia de 1965 a 1967 en un proyecto de televisión educativa … En Bogotá, trabajó como productor y director para grabar programas educativos de televisión que se transmitirían a las escuelas. También enseñó órgano en la Universidad Nacional”. Un personaje así sin duda ofrecía más posibilidades de romance con el presidente que remuneración monetaria en efectivo.
En la película Princesas, de Fernando León de Aranoa, Caye, prostituta madrileña, le confiesa a Zule, dominicana, que añora no tener a alguien que la quiera. Cuando en un bar conocen a dos tipos, se preguntan si los van a tratar como novios o como clientes. Ese fue el dilema de Dania Londoño, la colombiana que en Cartagena acudió a la policía para cobrarle sus servicios a uno de los guardaespaldas de Barack Obama. El sinvergüenza se negaba a pagarle porque la amiga con la que estaban en una discoteca decidió no ponerle precio a su idilio con el otro agente gringo que conocieron esa noche.
De acompañantes o escorts el feminismo hegemónico no habla, ni en Colombia, España o Francia, ni siquiera en Suecia, donde también las hay, como en Davos y ocasionalmente en la Casa Blanca. La fracción glamurosa, dinámica y sin intermediarios del mercado del sexo es políticamente incómoda porque no encaja en el guion de amenazas o engaño. Incluso cuando el comercio es legal y regulado, como en Colombia, la hipocresía y el clasismo son rampantes. Permean hasta el lenguaje. El giro “mujer que ejerce la prostitución”, acuñado para evitar la idea de un oficio permanente, no tiene equivalentes como “dama que practica el escortismo” o “universitaria en situación de prepagada”, así su dedicación sea más ocasional y por pocos años. Hasta cuando, tal vez, se organice con el amor de su vida.