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                                                                                                                                Literatura, plata y poder

                                                                                                                                Poetas y escritores mantienen relaciones bien especiales y dispares con el mercado y la política.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                La actitud de este indignado defensor del rebusque con las letras cambiaría si se tratara de ventas callejeras de libros piratas. Tal vez el poeta y escritor callaría ante la detención de alguno de esos infractores por la policía y jamás lanzaría un grito de batalla del tipo “vendedores ambulantes de impresos clandestinos, uníos” para, sin permiso de las autoridades, ni de agentes literarios, ni de empresas editoriales o de distribución, impulsar la lectura, un hábito que siempre conviene promover.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Si la relación de la literatura con el capitalismo es opaca, refleja incomodidad y tiene lugar como a escondidas, los vínculos con la “cosa pública” y el poder son generalmente explícitos, entusiastas y apasionados. En este punto me temo que persisten importantes diferencias entre escritores y escritoras. La tradición de un oficio predominantemente masculino podría explicar esta ambigüedad de cercanía con la política a espaldas del mercado. En épocas precapitalistas, la literatura no pagaba: panaderos, herreros, carpinteros o prostitutas podían ganarse la vida con sus oficios, los autores no. “Escribir era un arte liberal, un pasatiempo, no una profesión. Era la noble ocupación de personas ricas, de reyes, notables del reino y hombres de Estado, de patricios y otros gentilhombres financieramente independientes”. Todos tenían profundo interés por arreglar el mundo, pero ninguno se rebajaba a hablar del vil metal.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Por desgracia, la competencia de mecenazgos desapareció, y con ella se enredaron las relaciones de muchos escritores con ciertos regímenes políticos. Particularmente chocante ha sido la insistencia en apoyar tiranos y dictadores simplemente por proclamarse progresistas, preocupados por el pueblo, sin que importen mucho sus excesos. El comandante Fidel murió incólume: su autocracia no ha sufrido el revés de opinión de la China maoísta o la Unión Soviética, que ya nadie defiende ignorando los crímenes que cometieron. No siempre fue así. Cuando Albert Camus publicó el Hombre rebelde criticando el totalitarismo comunista, su antiguo amigo Jean Paul Sartre, servil como pocos ante las dictaduras, decretó contra él un verdadero linchamiento intelectual. Catherine Camus recuerda que su madre le dijo: “¿Y qué esperaba Albert? Son unos supositorios. Y los supositorios se funden”.

                                                                                                                                Ver más...

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                                                                                                                                Poetas y escritores mantienen relaciones bien especiales y dispares con el mercado y la política.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                La actitud de este indignado defensor del rebusque con las letras cambiaría si se tratara de ventas callejeras de libros piratas. Tal vez el poeta y escritor callaría ante la detención de alguno de esos infractores por la policía y jamás lanzaría un grito de batalla del tipo “vendedores ambulantes de impresos clandestinos, uníos” para, sin permiso de las autoridades, ni de agentes literarios, ni de empresas editoriales o de distribución, impulsar la lectura, un hábito que siempre conviene promover.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Si la relación de la literatura con el capitalismo es opaca, refleja incomodidad y tiene lugar como a escondidas, los vínculos con la “cosa pública” y el poder son generalmente explícitos, entusiastas y apasionados. En este punto me temo que persisten importantes diferencias entre escritores y escritoras. La tradición de un oficio predominantemente masculino podría explicar esta ambigüedad de cercanía con la política a espaldas del mercado. En épocas precapitalistas, la literatura no pagaba: panaderos, herreros, carpinteros o prostitutas podían ganarse la vida con sus oficios, los autores no. “Escribir era un arte liberal, un pasatiempo, no una profesión. Era la noble ocupación de personas ricas, de reyes, notables del reino y hombres de Estado, de patricios y otros gentilhombres financieramente independientes”. Todos tenían profundo interés por arreglar el mundo, pero ninguno se rebajaba a hablar del vil metal.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Por desgracia, la competencia de mecenazgos desapareció, y con ella se enredaron las relaciones de muchos escritores con ciertos regímenes políticos. Particularmente chocante ha sido la insistencia en apoyar tiranos y dictadores simplemente por proclamarse progresistas, preocupados por el pueblo, sin que importen mucho sus excesos. El comandante Fidel murió incólume: su autocracia no ha sufrido el revés de opinión de la China maoísta o la Unión Soviética, que ya nadie defiende ignorando los crímenes que cometieron. No siempre fue así. Cuando Albert Camus publicó el Hombre rebelde criticando el totalitarismo comunista, su antiguo amigo Jean Paul Sartre, servil como pocos ante las dictaduras, decretó contra él un verdadero linchamiento intelectual. Catherine Camus recuerda que su madre le dijo: “¿Y qué esperaba Albert? Son unos supositorios. Y los supositorios se funden”.

                                                                                                                                Ver más...

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