Acaba de morir Quino, el genial caricaturista argentino. No ha perdido vigencia la división básica de las mujeres propuesta por él hace varias décadas.
Están por un lado las Mafaldas, que le dan prioridad a la educación y a su carrera, se preocupan por la política, el medio ambiente, la justicia social y buscan arreglar el mundo. En el otro extremo están las Susanitas, obsesionadas por casarse y tener hijos, sin importarles mucho lo que ocurra más allá de su hogar.
Hace años, en Colombia hubo debate público entre unas y otras. En 1982, por ejemplo, para el Día de la Mujer, una ama de casa defendía su posición: “el hogar debe ser el objetivo vital, sacar los hijos adelante y darles bases sólidas para que, en un mañana, sean profesionales honestos”. Una Mafalda, a su vez, criticaba al feminismo colombiano por haberse centrado en la liberación sexual.
Posteriormente, el debate se convirtió en monólogo y después en regaño, como dejó claro el rechazo a Marta Lucía Ramírez, la vicepresidenta. Las Mafaldas intensas no la quisieron aceptar en su club por ser de derecha, aunque no hayan podido encajarla en el estereotipo de Susanita. “Soy mujer y no me representas… Tus ideas no llevan la bandera de todas las mujeres jóvenes ni del feminismo ni de la comunidad LGBTIQ”.
En el 2005 construí con la Encuesta Colombiana de Valores (ECV) un indicador para identificar a las Mafaldas y a las Susanitas en Colombia. Es una lástima que esta encuesta no tenga información sobre asuntos de pareja. La variable clave para el índice fue el acuerdo o desacuerdo con la idea de que ser ama de casa es tan satisfactorio como tener un empleo pagado. Con base en esta y otras cuatro variables de la ECV –si en épocas de crisis el empleo masculino debe ser prioritario, el número deseado de hijos y la importancia de estos para realizarse como persona y el interés por la política- calculé un indicador que agrupa a las compatriotas en tres categorías: las Mafaldas, las intermedias y las Susanitas.
La variable construida no tiene nada que ver con que la mujer tenga un empleo. No es algo tan burdo como “Mafalda trabaja, Susanita es ama de casa”. Es lo que piensan y opinan las mujeres, son sus valores. Esta versión de la ECV no da información sobre la situación laboral, allí debe haber Susanitas con empleo y, también, Mafaldas sin trabajo. Lo que sí se pregunta es qué tan felices se sienten las mujeres con sus vidas.
El ejercicio de comparar este índice con otras variables de la ECV arroja resultados interesantes. Las feministas, y en general las intelectuales, le deberían poner más atención a todas las colombianas, y no sólo a las que piensan de determinada manera. En estado puro o mezcladas, las Susanitas no sólo son mayoría en el país, sino que en promedio se sienten más satisfechas con sus vidas que las Mafaldas. El trillado cuento de que una mujer con valores tradicionales es siempre una víctima toca revaluarlo. O, tal vez, agregarle que el sistema patriarcal ha desarrollado sofisticados mecanismos de lavado cerebral para las mujeres hogareñas.
Un resultado nítido es que ser Mafalda es una característica que ha ganado terreno con el tiempo. El feminismo tiene cada vez más seguidoras. Entre las jóvenes, las Susanitas no alcanzan una de cada cinco mujeres. Entre las cincuentonas ya casi son mayoría. La atracción que ejerce el hogar ha ido decayendo sin cambios bruscos: más o menos 1% de las mujeres dejan de ser Susanitas cada año. Las Mafaldas, por el contrario, aumentan hasta que dejan de estudiar. A los 30 empiezan a ser menos que las Susanitas y al borde de la tercera edad son casi un tercio de sus contrincantes.
Con la explosión y mediatización del feminismo light, al que adhirieron actrices, cantantes y hasta reinas de belleza, las dogmáticas de la vieja guardia se han atribuido todo el mérito de este avance. Menosprecian una variable clave y es el número de hijos que tiene una mujer. Mientras entre quienes no los tienen la proporción de Mafaldas es casi la mitad, para las mujeres con familia grande, 4 hijos o más, el porcentaje es inferior al 10%. El avance del feminismo ha sido más una secuela de la contracepción y la transición demográfica que de la ideología.
Además, como cualquiera que ha criado lo sabe, tener mucha prole es una carga demasiado pesada. No sorprende que la felicidad reportada por las Susanitas, y las Mafaldas que se aventuraron a dejar descendencia, disminuya con el tamaño de la familia. En mi casa era común una frase cuando se oía alguna feminista demasiado soberbia: “esa no sabe lo que es ser madre”.
Acaba de morir Quino, el genial caricaturista argentino. No ha perdido vigencia la división básica de las mujeres propuesta por él hace varias décadas.
Están por un lado las Mafaldas, que le dan prioridad a la educación y a su carrera, se preocupan por la política, el medio ambiente, la justicia social y buscan arreglar el mundo. En el otro extremo están las Susanitas, obsesionadas por casarse y tener hijos, sin importarles mucho lo que ocurra más allá de su hogar.
Hace años, en Colombia hubo debate público entre unas y otras. En 1982, por ejemplo, para el Día de la Mujer, una ama de casa defendía su posición: “el hogar debe ser el objetivo vital, sacar los hijos adelante y darles bases sólidas para que, en un mañana, sean profesionales honestos”. Una Mafalda, a su vez, criticaba al feminismo colombiano por haberse centrado en la liberación sexual.
Posteriormente, el debate se convirtió en monólogo y después en regaño, como dejó claro el rechazo a Marta Lucía Ramírez, la vicepresidenta. Las Mafaldas intensas no la quisieron aceptar en su club por ser de derecha, aunque no hayan podido encajarla en el estereotipo de Susanita. “Soy mujer y no me representas… Tus ideas no llevan la bandera de todas las mujeres jóvenes ni del feminismo ni de la comunidad LGBTIQ”.
En el 2005 construí con la Encuesta Colombiana de Valores (ECV) un indicador para identificar a las Mafaldas y a las Susanitas en Colombia. Es una lástima que esta encuesta no tenga información sobre asuntos de pareja. La variable clave para el índice fue el acuerdo o desacuerdo con la idea de que ser ama de casa es tan satisfactorio como tener un empleo pagado. Con base en esta y otras cuatro variables de la ECV –si en épocas de crisis el empleo masculino debe ser prioritario, el número deseado de hijos y la importancia de estos para realizarse como persona y el interés por la política- calculé un indicador que agrupa a las compatriotas en tres categorías: las Mafaldas, las intermedias y las Susanitas.
La variable construida no tiene nada que ver con que la mujer tenga un empleo. No es algo tan burdo como “Mafalda trabaja, Susanita es ama de casa”. Es lo que piensan y opinan las mujeres, son sus valores. Esta versión de la ECV no da información sobre la situación laboral, allí debe haber Susanitas con empleo y, también, Mafaldas sin trabajo. Lo que sí se pregunta es qué tan felices se sienten las mujeres con sus vidas.
El ejercicio de comparar este índice con otras variables de la ECV arroja resultados interesantes. Las feministas, y en general las intelectuales, le deberían poner más atención a todas las colombianas, y no sólo a las que piensan de determinada manera. En estado puro o mezcladas, las Susanitas no sólo son mayoría en el país, sino que en promedio se sienten más satisfechas con sus vidas que las Mafaldas. El trillado cuento de que una mujer con valores tradicionales es siempre una víctima toca revaluarlo. O, tal vez, agregarle que el sistema patriarcal ha desarrollado sofisticados mecanismos de lavado cerebral para las mujeres hogareñas.
Un resultado nítido es que ser Mafalda es una característica que ha ganado terreno con el tiempo. El feminismo tiene cada vez más seguidoras. Entre las jóvenes, las Susanitas no alcanzan una de cada cinco mujeres. Entre las cincuentonas ya casi son mayoría. La atracción que ejerce el hogar ha ido decayendo sin cambios bruscos: más o menos 1% de las mujeres dejan de ser Susanitas cada año. Las Mafaldas, por el contrario, aumentan hasta que dejan de estudiar. A los 30 empiezan a ser menos que las Susanitas y al borde de la tercera edad son casi un tercio de sus contrincantes.
Con la explosión y mediatización del feminismo light, al que adhirieron actrices, cantantes y hasta reinas de belleza, las dogmáticas de la vieja guardia se han atribuido todo el mérito de este avance. Menosprecian una variable clave y es el número de hijos que tiene una mujer. Mientras entre quienes no los tienen la proporción de Mafaldas es casi la mitad, para las mujeres con familia grande, 4 hijos o más, el porcentaje es inferior al 10%. El avance del feminismo ha sido más una secuela de la contracepción y la transición demográfica que de la ideología.
Además, como cualquiera que ha criado lo sabe, tener mucha prole es una carga demasiado pesada. No sorprende que la felicidad reportada por las Susanitas, y las Mafaldas que se aventuraron a dejar descendencia, disminuya con el tamaño de la familia. En mi casa era común una frase cuando se oía alguna feminista demasiado soberbia: “esa no sabe lo que es ser madre”.