El discurso sobre la violencia política en Colombia se consolidó con varias imprecisiones. Una bien burda es que surgió de la lucha campesina por la tierra y que sus principales protagonistas fueron las Farc, supuesta guerrilla precursora tras la confrontación partidista de los años cincuenta.
Otra inexactitud es que la violencia fue reactiva, una respuesta tras los ataques de las fuerzas militares. En la Batalla por la Paz, Juan Manuel Santos, artífice del acuerdo con la principal guerrilla rural, anota que “en mayo de 1964 el Ejército lanzó una operación para acabar con el reducto revolucionario en Marquetalia, pero el tiro les salió por la culata. A pesar de su inferioridad numérica, Marulanda y la mayoría de sus hombres lograron escapar al cerco militar. A las pocas semanas, redactaron su Programa Agrario y constituyeron el Bloque Sur, con lo que nació la primera guerrilla revolucionaria de Colombia… En 1966, dicho grupo se constituyó oficialmente como las Fuerzas Armadas Revolucionarios de Colombia, Farc, si bien siempre ubicaron su nacimiento en la fallida operación de Marquetalia”. Fuera del destemplado guiño destacando la astucia de estos héroes perseguidos, lo más lamentable de esta afirmación del nobel es su falsedad.
Antes, justo tras la llegada de Fidel Castro al poder en Cuba, varios miembros de las juventudes del Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) liderado por Alfonso López Michelsen -oligarca bogotano familiar de presidente, como Santos- junto con jóvenes prosoviéticos del Partido Comunista y futuros maoístas del Movimiento Obrero Estudiantil y Campesino (MOEC) hicieron parte de los muchos universitarios “becados del Gobierno cubano a principios de los años sesenta para estudiar lo básico del comunismo y la revolución”.
La violencia ejercida por estos insurgentes urbanos estaba lejos de ser inocua y defensiva. Miembros del MOEC acompañaron al médico Tulio Bayer en sus aventuras guerrilleras por la selva. El líder fundador del MOEC, Antonio Larrota, habría sido asesinado en Tacueyó, Valle del Cauca, por sus propios compañeros. El atentado terrorista más sanguinario ocurrió en la Nochebuena de 1961, al estallar una bomba en la sede del Batallón Palacé, Buga, mientras las familias de los militares asistían a un espectáculo de fuegos artificiales. “El ataque causó la muerte de 10 militares y 35 civiles, incluyendo varios niños, y heridas a ciento ocho personas”. El presunto autor del asesinato masivo, Gustavo Nest Barrabás, provenía de una familia comunista. Madre polaca y padre alemán que había infiltrado el batallón como talabartero. Según fuentes militares, en su casa fueron encontrados documentos que lo vinculaban con el MOEC.
Así, tres años antes del bombardeo del ejército a Marquetalia, que según la intelectualidad capitalina marcó el inicio de la lucha armada campesina por la tierra, el régimen comunista cubano ya había adiestrado en la isla un número considerable de estudiantes universitarios, pertenecientes a la élite del país, en la confrontación bélica con tácticas terroristas dirigidas principalmente contra el ejército, sin molestarse por los daños colaterales entre víctimas civiles inocentes, incluso menores de edad, como ocurrió en el ataque al Batallón de Buga. La guerra sucia temprana hizo que el Che Guevara quisiera empezar la revolución latinoamericana en Colombia antes que en Bolivia.
Además de acciones militares para enfrentar a la guerrilla -campesina, obrera o estudiantil- y a los bandoleros de la violencia partidista, las Fuerzas Armadas consideraron necesario emprender acciones cívicas para “prevenir la formación de nuevos focos o núcleos de antisociales, a fin de obtener y mantener un estado de paz y tranquilidad”. Los uniformados consideraban que la violencia estaba alimentada por “la creciente tasa de desempleo que se derivaba de la migración forzada de la gente del campo hacia las ciudades, obligándose, por necesidad, a recurrir al pillaje o al robo para poder sobrevivir junto con sus familias… el bajo nivel cultural ligado a las altas tasas de analfabetismo; por la dificultad que los jóvenes tenían para formarse profesionalmente dado el alto costo de la educación”.
Paradójicamente, mientras los militares argumentaban que la violencia surgía por la falta de oportunidades educativas, quienes sí las tenían, algunos privilegiados y burgueses con formación universitaria, empuñaban las armas o ponían explosivos a nombre del pueblo para tomarse el poder, aupados por barbudos, también de la élite urbana, que pretendieron erradicar a bala la miseria campesina de todo un continente.
Era el preámbulo, muchísimo más sanguinario, del Mayo del 68 francés, que terminó lánguidamente ese mismo año al llegar el verano. Mientras los proletarios oprimidos “en vez de revolución preferían un plato de lentejas capitalistas… los estudiantes se fueron de vacaciones, pero con las maletas cargadas de inquina generacional”. En América Latina, desde entonces, académicos e intelectuales que critican y detestan el sistema lo disfrutan cómodamente mientras campesinos y proletarios votan a la derecha para aumentar sus posibilidades de trabajo y salario. En Colombia, algunos lunáticos aún no condenan la violencia cuando es à gauche.
El discurso sobre la violencia política en Colombia se consolidó con varias imprecisiones. Una bien burda es que surgió de la lucha campesina por la tierra y que sus principales protagonistas fueron las Farc, supuesta guerrilla precursora tras la confrontación partidista de los años cincuenta.
Otra inexactitud es que la violencia fue reactiva, una respuesta tras los ataques de las fuerzas militares. En la Batalla por la Paz, Juan Manuel Santos, artífice del acuerdo con la principal guerrilla rural, anota que “en mayo de 1964 el Ejército lanzó una operación para acabar con el reducto revolucionario en Marquetalia, pero el tiro les salió por la culata. A pesar de su inferioridad numérica, Marulanda y la mayoría de sus hombres lograron escapar al cerco militar. A las pocas semanas, redactaron su Programa Agrario y constituyeron el Bloque Sur, con lo que nació la primera guerrilla revolucionaria de Colombia… En 1966, dicho grupo se constituyó oficialmente como las Fuerzas Armadas Revolucionarios de Colombia, Farc, si bien siempre ubicaron su nacimiento en la fallida operación de Marquetalia”. Fuera del destemplado guiño destacando la astucia de estos héroes perseguidos, lo más lamentable de esta afirmación del nobel es su falsedad.
Antes, justo tras la llegada de Fidel Castro al poder en Cuba, varios miembros de las juventudes del Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) liderado por Alfonso López Michelsen -oligarca bogotano familiar de presidente, como Santos- junto con jóvenes prosoviéticos del Partido Comunista y futuros maoístas del Movimiento Obrero Estudiantil y Campesino (MOEC) hicieron parte de los muchos universitarios “becados del Gobierno cubano a principios de los años sesenta para estudiar lo básico del comunismo y la revolución”.
La violencia ejercida por estos insurgentes urbanos estaba lejos de ser inocua y defensiva. Miembros del MOEC acompañaron al médico Tulio Bayer en sus aventuras guerrilleras por la selva. El líder fundador del MOEC, Antonio Larrota, habría sido asesinado en Tacueyó, Valle del Cauca, por sus propios compañeros. El atentado terrorista más sanguinario ocurrió en la Nochebuena de 1961, al estallar una bomba en la sede del Batallón Palacé, Buga, mientras las familias de los militares asistían a un espectáculo de fuegos artificiales. “El ataque causó la muerte de 10 militares y 35 civiles, incluyendo varios niños, y heridas a ciento ocho personas”. El presunto autor del asesinato masivo, Gustavo Nest Barrabás, provenía de una familia comunista. Madre polaca y padre alemán que había infiltrado el batallón como talabartero. Según fuentes militares, en su casa fueron encontrados documentos que lo vinculaban con el MOEC.
Así, tres años antes del bombardeo del ejército a Marquetalia, que según la intelectualidad capitalina marcó el inicio de la lucha armada campesina por la tierra, el régimen comunista cubano ya había adiestrado en la isla un número considerable de estudiantes universitarios, pertenecientes a la élite del país, en la confrontación bélica con tácticas terroristas dirigidas principalmente contra el ejército, sin molestarse por los daños colaterales entre víctimas civiles inocentes, incluso menores de edad, como ocurrió en el ataque al Batallón de Buga. La guerra sucia temprana hizo que el Che Guevara quisiera empezar la revolución latinoamericana en Colombia antes que en Bolivia.
Además de acciones militares para enfrentar a la guerrilla -campesina, obrera o estudiantil- y a los bandoleros de la violencia partidista, las Fuerzas Armadas consideraron necesario emprender acciones cívicas para “prevenir la formación de nuevos focos o núcleos de antisociales, a fin de obtener y mantener un estado de paz y tranquilidad”. Los uniformados consideraban que la violencia estaba alimentada por “la creciente tasa de desempleo que se derivaba de la migración forzada de la gente del campo hacia las ciudades, obligándose, por necesidad, a recurrir al pillaje o al robo para poder sobrevivir junto con sus familias… el bajo nivel cultural ligado a las altas tasas de analfabetismo; por la dificultad que los jóvenes tenían para formarse profesionalmente dado el alto costo de la educación”.
Paradójicamente, mientras los militares argumentaban que la violencia surgía por la falta de oportunidades educativas, quienes sí las tenían, algunos privilegiados y burgueses con formación universitaria, empuñaban las armas o ponían explosivos a nombre del pueblo para tomarse el poder, aupados por barbudos, también de la élite urbana, que pretendieron erradicar a bala la miseria campesina de todo un continente.
Era el preámbulo, muchísimo más sanguinario, del Mayo del 68 francés, que terminó lánguidamente ese mismo año al llegar el verano. Mientras los proletarios oprimidos “en vez de revolución preferían un plato de lentejas capitalistas… los estudiantes se fueron de vacaciones, pero con las maletas cargadas de inquina generacional”. En América Latina, desde entonces, académicos e intelectuales que critican y detestan el sistema lo disfrutan cómodamente mientras campesinos y proletarios votan a la derecha para aumentar sus posibilidades de trabajo y salario. En Colombia, algunos lunáticos aún no condenan la violencia cuando es à gauche.