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Misoprostol: el nuevo aborto

Mauricio Rubio
13 de marzo de 2013 - 11:00 p. m.
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A principios de este año, el Consejo de Estado autorizó la distribución con fórmula médica del misoprostol y confirmó su inclusión en el Plan Obligatorio de Salud.

Esta decisión es un duro golpe para los dos polos del debate sobre el aborto, que en Colombia ha sido bastante bizantino. Para los opositores, la distribución casi libre de la pepa preferida para interrupir embarazos en el país muestra que la legislación represiva ya es inocua, y lo será cada vez más. En el extremo opuesto, no hubo la debida celebración. Para los defensores de la pureza jurisprudencial, obsesionados con la casi irrelevante sentencia C355 de la Corte Constitucional -no cubre ni el 3% de los casos- y poco interesados en cómo están resolviendo la mayoría de colombianas un embarazo sorpresivo, es un recorderis de que el debate y la batalla legal estuvieron mal planteados: se fueron por las ramas, a la tapada y sin polo a tierra.

En el mundo real, el misoprostol es una verdadera revolución en técnicas abortivas. La historia de su uso refleja la astucia de las latinoamericanas para apropiarse de sus derechos reproductivos sin intermediarios, ni debates trascendentales, ni doctrinas, ni leyes, ni jueces, ni protectores iluminados, ni recursos públicos.

Fue en los barrios populares de Brasil donde, hace un par de décadas, las mismas mujeres descubrieron que podían interrumpir su embarazo con este fármaco recetado para la gastritis. Se recomendaba no tomarlo en estado de gravidez, pues podía causar un aborto. Las mujeres embarazadas que no querían dar a luz y enfrentaban la ilegalidad, lo utilizaron precisamente como no tocaba: para inducir abortos. Físicamente, el efecto es similar a una pérdida espontánea, con el mismo riesgo para la salud. Con misoprostol por vía oral sublingual, es casi imposible distinguir un aborto inducido de uno natural. Así, en caso de eventuales complicaciones tras una interrupción voluntaria casera, las mujeres pudieron incluso acudir a los servicios de salud exigiendo atención médica. El verdadero revolcón consistió en deshacerse de las redes clandestinas del aborto y, también, de las mentes dogmáticas que les señalaban como única vía la interminable y quijotesca lucha por la legalización. El misoprostol desbarata el argumento del aborto como prioridad pública por el peligro mortal de la clandestinidad, un discurso caduco e hipócritamente utilizado por quienes adoptaron la legalización como bandera política.

Para la OMS se trata de un medicamento esencial. No sólo por anti-gástrico sino por su eficacia contra la hemorragia post-parto, causa líder de mortalidad materna. Con precio muy inferior al de otros abortivos es estable a temperatura ambiente y se almacena en una repisa. No sorprende que, aún antes del espaldarazo oficial, la mitad de los abortos colombianos ocurrieran en privado con misoprostol.

La naturaleza informal, popular y doméstica del uso de esta pepa providencial, ha hecho que en España, con aborto legal disponible, la interrupción casera sea “el método más popular entre las inmigrantes suramericanas ... Se calcula que cada mes, alrededor de 1.000 mujeres, sobre todo brasileñas, colombianas y ecuatorianas interrumpen su embarazo en las primeras semanas introduciéndose en la vagina varias pastillas de misoprostol”.

Con la nueva tecnología, la esencia del aborto cambió radicalmente. Es cada vez menos asunto público y más decisión privada, casi íntima. Hace rato, como ocurrió en varios países, se ha debido reconocer lo que estaba pasando para difundir información sobre el uso seguro del fármaco emancipador. Inquisidores fanáticos, parteras clandestinas y agoreros ilustrados se están quedando sin oficio. El inatajable misoprostol es como el televisor de Sanandresito que, ajeno al debate académico, ya había invadido los hogares antes de la apertura, a la que tal vez le abrió el camino.

Referencias

 

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