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                                                                                                                                Místico, nadaísta, sociólogo y guerrillero

                                                                                                                                En los años 60, los caminos que llevaban a académicos y estudiantes universitarios colombianos hasta la guerrilla eran impredecibles.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                La lectura en clave evangélica que Camilo Torres hacía de Marx inspiraba a muchos jóvenes que terminaban envueltos en profundas disertaciones psicoanalíticas mezcladas con intensos debates sobre las variantes del marxismo-leninismo más pertinentes. Los trotskos enfrentaban con vehemencia la línea comunista soviética y también las orientaciones de Mao desde Pekín. El debate también tenía que ver con la correlación de fuerzas políticas locales. Todos los factores atávicos, reaccionarios y opresores hacían impostergable la lucha revolucionaria siguiendo el ejemplo esperanzador de la Revolución cubana.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Una década antes de los rumberos y traviesos rebeldes urbanos del M-19, ya se cultivaba entre la pequeña burguesía capitalina de vanguardia la peculiar visión de que la revolución, así sea robando, secuestrando y matando, es una verdadera fiesta. “Actúe primero, reflexione después. Pensar paraliza la acción” sería la delirante fórmula tupamara importada al país por el grupo armado dirigido por Jaime Bateman Cayón, cocinero mayor del Gran Sancocho Nacional que conduciría trágicamente a la Toma del Palacio de Justicia en 1985.

                                                                                                                                Incluso entre estudiantes revolucionarios y parranderos el nadaísmo era visto con recelo. Para sus compañeros de sociología y sus amigos militantes, William padecía de “un peligroso aislacionismo político caracterizado por debilidades orgiásticas reincidentes”. Para contrarrestar las críticas decidió unirse a los comandos camilistas, aguerridos estudiantes dispuestos a sacrificar su vida por la emancipación nacional siguiendo al cura revolucionario. Ni siquiera así pudo superar su amor por “la noche libidinosa junto a poetas borrachos”.

                                                                                                                                El milagro que le permitió hacer coherentes ideas políticas y efervescencia amorosa se llamaba María Arango Fonnegra, “reina de la universidad, exponente de la clase alta bogotana y militante de la Juventud Comunista, hermosa oveja negra de su familia, encantadoramente descarriada y ferviente luchadora antiimperialista”. Militante comunista, María tenía los contactos necesarios para que jóvenes soñadores fueran a la isla caribeña que estrenaba revolución a que les dieran entrenamiento ideológico y militar para tumbar a bala el capitalismo en sus países. Cuando se encontraron en la Nacional ella sentenció: “lo voy a mandar a Cuba para que se le quiten esas güevonadas”. Semejante propuesta de quien viajaría a Moscú para ser formada en la Komsomol, organización juvenil del Partido Comunista soviético, era seria. A los pocos meses, William emprendería viaje a La Habana, donde conocería a Pedro Baigorri, el chef vasco de Fidel Castro, y a Tulio Bayer.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                La lectura en clave evangélica que Camilo Torres hacía de Marx inspiraba a muchos jóvenes que terminaban envueltos en profundas disertaciones psicoanalíticas mezcladas con intensos debates sobre las variantes del marxismo-leninismo más pertinentes. Los trotskos enfrentaban con vehemencia la línea comunista soviética y también las orientaciones de Mao desde Pekín. El debate también tenía que ver con la correlación de fuerzas políticas locales. Todos los factores atávicos, reaccionarios y opresores hacían impostergable la lucha revolucionaria siguiendo el ejemplo esperanzador de la Revolución cubana.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Una década antes de los rumberos y traviesos rebeldes urbanos del M-19, ya se cultivaba entre la pequeña burguesía capitalina de vanguardia la peculiar visión de que la revolución, así sea robando, secuestrando y matando, es una verdadera fiesta. “Actúe primero, reflexione después. Pensar paraliza la acción” sería la delirante fórmula tupamara importada al país por el grupo armado dirigido por Jaime Bateman Cayón, cocinero mayor del Gran Sancocho Nacional que conduciría trágicamente a la Toma del Palacio de Justicia en 1985.

                                                                                                                                Incluso entre estudiantes revolucionarios y parranderos el nadaísmo era visto con recelo. Para sus compañeros de sociología y sus amigos militantes, William padecía de “un peligroso aislacionismo político caracterizado por debilidades orgiásticas reincidentes”. Para contrarrestar las críticas decidió unirse a los comandos camilistas, aguerridos estudiantes dispuestos a sacrificar su vida por la emancipación nacional siguiendo al cura revolucionario. Ni siquiera así pudo superar su amor por “la noche libidinosa junto a poetas borrachos”.

                                                                                                                                El milagro que le permitió hacer coherentes ideas políticas y efervescencia amorosa se llamaba María Arango Fonnegra, “reina de la universidad, exponente de la clase alta bogotana y militante de la Juventud Comunista, hermosa oveja negra de su familia, encantadoramente descarriada y ferviente luchadora antiimperialista”. Militante comunista, María tenía los contactos necesarios para que jóvenes soñadores fueran a la isla caribeña que estrenaba revolución a que les dieran entrenamiento ideológico y militar para tumbar a bala el capitalismo en sus países. Cuando se encontraron en la Nacional ella sentenció: “lo voy a mandar a Cuba para que se le quiten esas güevonadas”. Semejante propuesta de quien viajaría a Moscú para ser formada en la Komsomol, organización juvenil del Partido Comunista soviético, era seria. A los pocos meses, William emprendería viaje a La Habana, donde conocería a Pedro Baigorri, el chef vasco de Fidel Castro, y a Tulio Bayer.

                                                                                                                                Read more!

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