Aunque todavía faltan debates, pues requiere reforma constitucional, parecería que esta vez sí se aprobará la descrimilización del consumo de marihuana en Colombia.
La progresiva prohibición de esta sustancia tiene varias capas de mitos superpuestos. El primero es que los males atribuidos a la hierba llegaron a Colombia del exterior y del imperio. Aunque hubo un gran aumento de la demanda norteamericana que, sumado a la represión en México, trajo la bonanza marimbera de los años setenta, en el país ya existía un importante mercado doméstico de marihuana.
El tabaco, el yahé, el yopo o el hayo han sido sustancias utilizadas en rituales místicos por las culturas indígenas americanas. El cannabis lo introdujeron los españoles en el siglo XV, pero su uso fue siempre profano.
Desde 1925 “las autoridades ya tenían noticia de la existencia de cultivos de marihuana… lo mismo que de su consumo por parte de marineros, estibadores y prostitutas en los puertos”. Un informe oficial anterior de 1939 señalaba que en la Costa Caribe los cigarrillos de marihuana “se expenden en los lupanares o en los establecimientos frecuentados por los bajos fondos sociales. También en fritangas y en ventas de guarapo”.
Lo que vino desde el norte fue la presión para ilegalizar una sustancia con pésima reputación por supuestamente provocar comportamientos irracionales, violentos y criminales. Un artículo de la Revista de Higiene publicado en 1939 se titulaba “Marihuana, la hierba que enloquece”. En Cuba, las campañas contra la marihuana repetían el discurso gringo que asociaba su uso con la delincuencia. En México hubo esfuerzos de algunos sectores de opinión por desafiar esa visión, pero acabó imponiéndose la represión del consumo.
La evidencia a favor de la yerba como detonante de ataques era inexistente. Tras una intensa arqueología de prensa y registros policiales en los estados norteamericanos que lideraron la prohibición se encontró el incidente que desencadenó la ola de pánico. El 1 de enero de 1913, en Ciudad Juárez, un enmarihuanado mexicano con cuchillo “comenzó a perseguir turistas americanos por la calle mientras gritaba ¡muerte a los protestantes! Después apuñaló unos caballos y asesinó a un policía que lo perseguía antes de ser capturado en un salón de billar”. El caso aterrorizó al alguacil de El Paso, Texas, quien logró que el Concejo Municipal y el Gobierno Federal endurecieran la legislación. En 1915 la marihuana ya estaba prohibida en esa ciudad y muchas otras que adoptaron en cadena medidas restrictivas.
Ese mismo año, el Departamento del Tesoro introdujo una enmienda a la Ley de Alimentos y Medicamentos que en la práctica ilegalizó la importación de cannabis a los EEUU. En 1917, el Departamento de Agricultura envió un equipo para investigar los efectos de la medida sobre el tráfico de marihuana hacia Texas. Se hicieron casi cien entrevistas con funcionarios de aduanas, farmacéuticos, empleados de tiendas de comestibles y policías. Es la mejor evidencia disponible sobre uso y tráfico de sustancias psicoactivas a principios del siglo XX. Esa información desbarata el mito de una supuesta cadena de suministro que se iniciaba en la capital mexicana y era mantenida por emigrantes víctimas de la precariedad laboral. Lo que muestra el trabajo de campo es que “la fuente más importante de suministro en el sur de Texas durante la década de 1910 era el cannabis empacado y comercializado por las principales compañías farmacéuticas de EE. UU., la mayoría de las cuales probablemente lo importaban de la India”.
Este hallazgo corrobora varios trabajos que desafiaron el mito que a principios del siglo XX oleadas de inmigrantes mexicanos consumidores de marihuana en su país la llevaron a los EE. UU. Este proceso, según la leyenda, habría inspirado las primeras leyes prohibicionistas mientras “alimentaba fantasías racistas de que la droga causaba locura, crimen, y violencia entre sus usuarios”. La asociación era paralela a la que se hizo con el opio vinculado a los chinos y la cocaína a los afroamericanos. En realidad, la marihuana en México prácticamente no la consumían los emigrantes y su uso estaba concentrado en prisioneros y militares.
Incluso antes de esta “hipótesis mexicana” sobre el origen de la prohibición, estuvo de moda responsabilizar a Harry Anslinger, controvertido director del Federal Bureau of Narcotics (FBN) con enorme influencia sobre el Marihuana Tax Act de 1937 que en la práctica consolidó la ilegalización de facto en todo el país. Esta explicación fue bastante popular entre quienes plantean que muchas políticas públicas resultan del “emprendimiento moral” de algunos burócratas. Una debilidad de esta hipótesis es que la criminalización no se dio de manera simultánea en todo el territorio norteamericano, sino que fue progresiva y a nivel local, municipal o estatal.
Al levantamiento de esta absurda restricción a la libertad individual no le hacen falta iluminados con la pretensión de ser los primeros en entender su sinsentido. La sensatez se impuso hace rato, y en muchos países.
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Aunque todavía faltan debates, pues requiere reforma constitucional, parecería que esta vez sí se aprobará la descrimilización del consumo de marihuana en Colombia.
La progresiva prohibición de esta sustancia tiene varias capas de mitos superpuestos. El primero es que los males atribuidos a la hierba llegaron a Colombia del exterior y del imperio. Aunque hubo un gran aumento de la demanda norteamericana que, sumado a la represión en México, trajo la bonanza marimbera de los años setenta, en el país ya existía un importante mercado doméstico de marihuana.
El tabaco, el yahé, el yopo o el hayo han sido sustancias utilizadas en rituales místicos por las culturas indígenas americanas. El cannabis lo introdujeron los españoles en el siglo XV, pero su uso fue siempre profano.
Desde 1925 “las autoridades ya tenían noticia de la existencia de cultivos de marihuana… lo mismo que de su consumo por parte de marineros, estibadores y prostitutas en los puertos”. Un informe oficial anterior de 1939 señalaba que en la Costa Caribe los cigarrillos de marihuana “se expenden en los lupanares o en los establecimientos frecuentados por los bajos fondos sociales. También en fritangas y en ventas de guarapo”.
Lo que vino desde el norte fue la presión para ilegalizar una sustancia con pésima reputación por supuestamente provocar comportamientos irracionales, violentos y criminales. Un artículo de la Revista de Higiene publicado en 1939 se titulaba “Marihuana, la hierba que enloquece”. En Cuba, las campañas contra la marihuana repetían el discurso gringo que asociaba su uso con la delincuencia. En México hubo esfuerzos de algunos sectores de opinión por desafiar esa visión, pero acabó imponiéndose la represión del consumo.
La evidencia a favor de la yerba como detonante de ataques era inexistente. Tras una intensa arqueología de prensa y registros policiales en los estados norteamericanos que lideraron la prohibición se encontró el incidente que desencadenó la ola de pánico. El 1 de enero de 1913, en Ciudad Juárez, un enmarihuanado mexicano con cuchillo “comenzó a perseguir turistas americanos por la calle mientras gritaba ¡muerte a los protestantes! Después apuñaló unos caballos y asesinó a un policía que lo perseguía antes de ser capturado en un salón de billar”. El caso aterrorizó al alguacil de El Paso, Texas, quien logró que el Concejo Municipal y el Gobierno Federal endurecieran la legislación. En 1915 la marihuana ya estaba prohibida en esa ciudad y muchas otras que adoptaron en cadena medidas restrictivas.
Ese mismo año, el Departamento del Tesoro introdujo una enmienda a la Ley de Alimentos y Medicamentos que en la práctica ilegalizó la importación de cannabis a los EEUU. En 1917, el Departamento de Agricultura envió un equipo para investigar los efectos de la medida sobre el tráfico de marihuana hacia Texas. Se hicieron casi cien entrevistas con funcionarios de aduanas, farmacéuticos, empleados de tiendas de comestibles y policías. Es la mejor evidencia disponible sobre uso y tráfico de sustancias psicoactivas a principios del siglo XX. Esa información desbarata el mito de una supuesta cadena de suministro que se iniciaba en la capital mexicana y era mantenida por emigrantes víctimas de la precariedad laboral. Lo que muestra el trabajo de campo es que “la fuente más importante de suministro en el sur de Texas durante la década de 1910 era el cannabis empacado y comercializado por las principales compañías farmacéuticas de EE. UU., la mayoría de las cuales probablemente lo importaban de la India”.
Este hallazgo corrobora varios trabajos que desafiaron el mito que a principios del siglo XX oleadas de inmigrantes mexicanos consumidores de marihuana en su país la llevaron a los EE. UU. Este proceso, según la leyenda, habría inspirado las primeras leyes prohibicionistas mientras “alimentaba fantasías racistas de que la droga causaba locura, crimen, y violencia entre sus usuarios”. La asociación era paralela a la que se hizo con el opio vinculado a los chinos y la cocaína a los afroamericanos. En realidad, la marihuana en México prácticamente no la consumían los emigrantes y su uso estaba concentrado en prisioneros y militares.
Incluso antes de esta “hipótesis mexicana” sobre el origen de la prohibición, estuvo de moda responsabilizar a Harry Anslinger, controvertido director del Federal Bureau of Narcotics (FBN) con enorme influencia sobre el Marihuana Tax Act de 1937 que en la práctica consolidó la ilegalización de facto en todo el país. Esta explicación fue bastante popular entre quienes plantean que muchas políticas públicas resultan del “emprendimiento moral” de algunos burócratas. Una debilidad de esta hipótesis es que la criminalización no se dio de manera simultánea en todo el territorio norteamericano, sino que fue progresiva y a nivel local, municipal o estatal.
Al levantamiento de esta absurda restricción a la libertad individual no le hacen falta iluminados con la pretensión de ser los primeros en entender su sinsentido. La sensatez se impuso hace rato, y en muchos países.
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