La lista de cargos contra la mujer era larga. Trabajando como secretaria había sido “amiga de los enemigos” en varias oportunidades. Al convertirse en amante de uno de ellos se atrevió a afirmar que el amor no dependía de la guerra.
Sentada en el banquillo de los acusados, con una pañoleta para ocultar su cabeza rapada, había sido elegida por la prensa local campeona de todas las formas de colaboración. Condenada por un aborto a tres meses de prisión, cumplió su sentencia, cambió de dirección y de identidad. No negó haberse enamorado pero dejó claro que nunca se involucró en ningún aspecto del conflicto.
“Colaboración horizontal” –una de las acusaciones contra esta mujer juzgada en Montpellier- fue el término que se utilizó para referirse a cualquier contacto sexual, de noviazgo o simple amistad de las mujeres francesas con los militares alemanes durante la ocupación. El castigo para estas supuestas aliadas del nazismo fue raparlas en público. La práctica se generalizó con la Liberación y algunos pusilánimes la justificaron anotando que así por lo menos no se derramaba sangre.
Los cargos contra ellas surgían de simples rumores. “Nunca las ví con alemanes pero con frecuencia oí decir que las habían visto”. “Iba en compañía de soldados, esos paseos eran muy cordiales”. En los gritos lanzados desde la multitud eran frecuentes los términos de “puta” o “zorra”. Las connotaciones sexuales y los paralelos con la prostitución fueron corrientes al lado de acusaciones políticas vagas y confusas.
Se estima en veinte mil el número de mujeres rapadas, por lo general jóvenes y solteras, en esta campaña purificadora, quintaesencia del sexismo. Trabajaban en oficios indispensables para el funcionamiento de la administración alemana -secretarias, intérpretes, limpiadoras, cocineras o lavanderas- o en ocupaciones en contacto directo con el invasor -tendera, peluquera o mesera- que provocaban la sospecha de haber favorecido a un alemán. Estaban también las esposas o novias de los colaboradores reconocidos. Lo más insólito es que algunas de las rapadas fueron detenidas, amenazadas y entregadas a la turba por las mismas autoridades que habían hecho parte del régimen de Vichy.
En Colombia hay testimonios de mujeres “calveadas” en zonas bajo control paramilitar. Al igual que en Francia, el castigo fue por “salirse de los parámetros y roles deseados” y las acusaciones de rumbera o infiel no siempre surgieron del grupo armado. Un comandante anota que la decisión de rapar unas jóvenes la tomaron atendiendo quejas de la comunidad sobre su comportamiento. “Eran acusadas de llegar tarde a la casa, de hacer escándalo”.
La lista de cargos contra la mujer era larga. Trabajando como secretaria había sido “amiga de los enemigos” en varias oportunidades. Al convertirse en amante de uno de ellos se atrevió a afirmar que el amor no dependía de la guerra.
Sentada en el banquillo de los acusados, con una pañoleta para ocultar su cabeza rapada, había sido elegida por la prensa local campeona de todas las formas de colaboración. Condenada por un aborto a tres meses de prisión, cumplió su sentencia, cambió de dirección y de identidad. No negó haberse enamorado pero dejó claro que nunca se involucró en ningún aspecto del conflicto.
“Colaboración horizontal” –una de las acusaciones contra esta mujer juzgada en Montpellier- fue el término que se utilizó para referirse a cualquier contacto sexual, de noviazgo o simple amistad de las mujeres francesas con los militares alemanes durante la ocupación. El castigo para estas supuestas aliadas del nazismo fue raparlas en público. La práctica se generalizó con la Liberación y algunos pusilánimes la justificaron anotando que así por lo menos no se derramaba sangre.
Los cargos contra ellas surgían de simples rumores. “Nunca las ví con alemanes pero con frecuencia oí decir que las habían visto”. “Iba en compañía de soldados, esos paseos eran muy cordiales”. En los gritos lanzados desde la multitud eran frecuentes los términos de “puta” o “zorra”. Las connotaciones sexuales y los paralelos con la prostitución fueron corrientes al lado de acusaciones políticas vagas y confusas.
Se estima en veinte mil el número de mujeres rapadas, por lo general jóvenes y solteras, en esta campaña purificadora, quintaesencia del sexismo. Trabajaban en oficios indispensables para el funcionamiento de la administración alemana -secretarias, intérpretes, limpiadoras, cocineras o lavanderas- o en ocupaciones en contacto directo con el invasor -tendera, peluquera o mesera- que provocaban la sospecha de haber favorecido a un alemán. Estaban también las esposas o novias de los colaboradores reconocidos. Lo más insólito es que algunas de las rapadas fueron detenidas, amenazadas y entregadas a la turba por las mismas autoridades que habían hecho parte del régimen de Vichy.
En Colombia hay testimonios de mujeres “calveadas” en zonas bajo control paramilitar. Al igual que en Francia, el castigo fue por “salirse de los parámetros y roles deseados” y las acusaciones de rumbera o infiel no siempre surgieron del grupo armado. Un comandante anota que la decisión de rapar unas jóvenes la tomaron atendiendo quejas de la comunidad sobre su comportamiento. “Eran acusadas de llegar tarde a la casa, de hacer escándalo”.