Naufragio de la ideología trans

Mauricio Rubio
09 de febrero de 2023 - 02:00 a. m.
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Si las ideas de un grupo son contrarias al conocimiento científico y a la evidencia, si además le hacen daño a otros colectivos más amplios y a la coherencia de las leyes, es inevitable que entren en crisis y fenezcan.

Al criticar un escrito que celebraba la posibilidad de que los hombres trans pudiesen abortar, afirmé con ligereza que no parecía verosímil que tal situación la generara una violación. Una amiga reviró: estas personas sí podían “ser violadas y además ultrajadas y asesinadas”. Me invadieron las dudas y busqué con Google casos de hombres trans (mujeres que se identifican como hombres sin renunciar a su aparato genital) sexualmente agredidos.

Encontré una sola noticia de hace unos días: la “primera violación a un hombre trans”. Un periódico español reportó que el exnovio de la víctima “la habría secuestrado con su coche cuando caminaba por una población murciana… En el interior del automóvil habría tenido lugar la violación, con penetración”.

Plenamente identificado, el agresor fue detenido. Además de esa agresión, ya tenía problemas por una denuncia anterior en otra provincia, también de su exnovia, que había obtenido una orden de alejamiento. Para ese incidente del año pasado hubo confusión pues el asunto fue rechazado por un juzgado especializado: dado que la víctima manifestaba ser varón y mostraba la respectiva documentación no se trataba de un episodio de violencia machista. “Sería un contrasentido poner la protección de violencia de género a un hombre que insiste en que es hombre”. El juzgado pidió colaboración de Medicina Legal para saber si la víctima sufría disforia de género. A pesar de que el profesional forense determinó que no era una mujer, “se consultó a la Sala y la causa se quedó en (el juzgado de) Violencia de Género”. En síntesis, tanto el hombre trans como las instituciones que protegen a las víctimas de violencia machista consideraron conveniente que este individuo, que se identifica como varón, fuera atendido en un juzgado dedicado a los ataques contra las mujeres. Menuda confusión, y disforia, legal e institucional.

Aún más insólito, e indignante es el caso de una mujer española agredida por su pareja que burló la severa ley de violencia machista modificando su nombre e identidad de género en el registro civil. En el verano de 2022 Carmen denunció los golpes e insultos que sufría de Agustín, su pareja por más de una década. No podía creer que no tendría el amparo contemplado por la llamada “Ley de Violencia Machista” pues unos meses antes, sin saberlo, vivía con Julia, como se llamaba ahora su ex compañero. No obtuvo una orden de alejamiento puesto que, para la justicia, el conflicto que sufre es asimilable al de dos hermanos que se llevan mal. Quedó condenada a seguir atada a Agustín, y a vivir en la misma casa, pues su pensión no contributiva le impide irse.

Ambos cincuentones, Carmen y Agustín empezaron un noviazgo en 2011. Tras nueve años juntos, él empezó a cambiar. “Quería ponerse ropa interior femenina en momentos íntimos. Pensé que podía ser fetichismo pero después me decía que se sentía mujer y me pidió permiso para hormonarse. Nunca ha querido cambiar de sexo”. La sorprendida compañera decidió terminar la relación. Le dijo a Agustín que lo acompañaría en ese proceso como amiga, “nunca como pareja porque soy heterosexual”. Vinieron el acoso y las vejaciones que la llevaron a ponerle candado a su habitación. “Cada vez que me duchaba, se metía en la bañera y me toqueteaba, al igual que por la noche, cuando creía que yo estaba dormida, se metía en la cama para tocarme”.

El punto de no retorno fue una tarde en que ella cuidó a sus nietos. Al volver a casa, el candado estaba forzado y todas sus pertenencias en el suelo. Al pedir explicaciones, la respuesta fue “a callar coño” seguida de empujones, golpes y arañazos.

Consciente de la protección especial para mujeres maltratadas por su pareja fue a hacerse los exámenes al hospital. No salía de su asombro cuando la policía le aclaró que no podrían hacer mucho puesto que su compañero había cambiado de género cinco meses antes. Ahora era Julia.

Antes de la golpiza, Carmen le había conseguido a Agustín una cita con una psiquiatra de la sanidad pública que lo molestó bastante al conceptuar que “tenía tendencias al travestismo y no rasgos transexuales”.

Las abogadas que representan a Carmen, ambas feministas, califican de exabrupto el borrador de la llamada Ley Trans española que le facilitará aún más la vida a personajes como Agustín, ahora Julia. “Es retrógrada, dictatorial y lo más sexista que hemos visto en la vida… Pervierte el fin de la norma y desprotege a las mujeres. Es una barbaridad”.

Esperpentos legales de ese calibre, y las ideologías que los estimulan, están condenados a desaparecer.

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