Carlos Pizarro Leongómez era hijo de un almirante de la Armada Colombiana y, por el lado materno, nieto de un coronel edecán de presidente. Un hermano y una hermana también fueron guerrilleros.
Durante la dictadura de Rojas Pinilla, el padre estuvo en Washington como Agregado Naval y subdirector de la Junta Interamericana de Defensa. Allí, Pizarro estudió en el Saint Patrick School. Al regresar la familia a Cali en 1959 lo matricularon en el colegio Berchmans, de padres jesuitas. Frecuentaba el Club San Fernando y la finca de su familia.
Por una fugaz vocación, Pizarro entró al seminario de La Ceja, para hacer 3° y 4° bachillerato. “Voy a ser sacerdote porque así puedo trabajar para los pobres”. Un familiar, cura conservador, fue crucial en esa decisión. Durante las vacaciones, Charly Boy, volvía a Cali y a la finca. La madre hacía voluntariado con niñas abandonadas y madres solteras. El futuro comandante anota: “Yo no nací en el seno del pueblo. Pero tengo una formación cristiana muy profunda, dentro de los ideales muy verticales de mi familia”. Después los flexibilizaría.
Un condiscípulo de adolescencia recuerda: “El arribo de Carlos al seminario fue un suceso… se regó la noticia de que llegaba un muchacho de Cali que hablaba inglés y era muy rico, dos cosas que generaban gran expectativa porque la mayoría veníamos de zonas rurales y casi todos éramos bastante arrancados. La decepción inicial es cuando dice que vivió en Estados Unidos de chiquito, pero que del inglés es bien poco lo que se acuerda. No se pudo negar que era rico porque en el seminario estaba prohibido tener plata y ni tienda había para gastarla; pero tampoco se confirmó, porque no le mandaban mayor cosa de la casa. La decepción mayor fue cuando se puso en la portería con soberbio buzo negro, guantes y rodilleras y le marcaron 9 goles. A los pocos días Carlos parecía ser un cristiano como todos”.
Un compañero de colegio anota: “Fui amigo de Carlos en La Salle y hacíamos lo de todo el mundo: deporte, estudiar, hablar, soñar con novias bien queridas… Recuerdo dos cosas muy precisas: una pasión desbordante en el deporte y un sentido grande de la amistad… Me llamó mucho la atención verlo a lo último, tan igual y tan distinto a como lo había conocido. Era bien parecido, mirando la foto del grado sí es verdad que el apodo de Clark Kent le cayó como anillo al dedo”.
Desde esa época abundaban en Cali las barras juveniles o pandillas. Pizarro perteneció a una de las más inofensivas. Según un amigo “siendo oligarca, es orgulloso, petulante y vanidoso. Egocentrista, narcisista, ególatra y buen mozo. Es el Dios de las mujeres, el favorito del dinero, el sol de los burgueses, el adorno del árbol navideño, el conquistador del mundo. Es erudito en muchas ciencias que se compran con dinero, el Don Juan de la República pues no hay mujer que se resista a ese conquistador que brota como un manantial de amor de sus cabellos. Su mirada es penetrante, por eso a mirar solo se atreve a través de un lente oscuro para no fundir las cosas que contempla”. También aporta de su archivo un poema dedicado a Pizarro:
CARLOMAGNO
He aquí al hijo de Pipino el almirante,
al rey de los francos oligarcas,
al bachiller de los billetes y al soberano burgués de los hermosos.
Es él... Don Carlos... el príncipe azul de las mujeres "
Pizarro se trasladó a Bogotá y entró al Little American School, propiedad de una tía materna; después pasó por Nuestra Señora del Pilar y finalizó secundaria en el Instituto de La Salle, de los Hermanos Cristianos, gracias a un tío abuelo que había sido profesor. Obtuvo su bachillerato en 1968 para ser admitido en la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Javeriana, en donde el padre Giraldo elegía a dedo y formaba la dirigencia del país. Por pura casualidad “sesentaiochera” encontró allí el caldo de cultivo para su rebeldía con el movimiento estudiantil bogotano: manifestaciones, pedreas y cierre de universidades o facultades problemáticas.
En toda Latinoamérica hubo elitistas seductores con estricta formación católica y capacidad de liderazgo mediocre. Algunos añoraron el populismo de héroes idealizados y abrazaron con júbilo la revuelta estudiantil francesa adobada con nacionalismo, son cubano, sandinismo y la consigna incendiaria de Camilo Torres: el deber de todo buen cristiano es hacer la revolución. Muy silenciados en Colombia fueron los ecuatorianos de “¡Alfaro vive, carajo!”, pupilos militares del M-19. Al envejecer, los alfaristas mejor educados superaron la trascendencia revolucionaria para condenar la violencia burlándose de su locura y soberbia juveniles. Pizarro, el comandante Papito, murió vilmente asesinado, sintiéndose prócer, apóstol de la paz, con una hinchada realmente insólita para el daño que causó.
Carlos Pizarro Leongómez era hijo de un almirante de la Armada Colombiana y, por el lado materno, nieto de un coronel edecán de presidente. Un hermano y una hermana también fueron guerrilleros.
Durante la dictadura de Rojas Pinilla, el padre estuvo en Washington como Agregado Naval y subdirector de la Junta Interamericana de Defensa. Allí, Pizarro estudió en el Saint Patrick School. Al regresar la familia a Cali en 1959 lo matricularon en el colegio Berchmans, de padres jesuitas. Frecuentaba el Club San Fernando y la finca de su familia.
Por una fugaz vocación, Pizarro entró al seminario de La Ceja, para hacer 3° y 4° bachillerato. “Voy a ser sacerdote porque así puedo trabajar para los pobres”. Un familiar, cura conservador, fue crucial en esa decisión. Durante las vacaciones, Charly Boy, volvía a Cali y a la finca. La madre hacía voluntariado con niñas abandonadas y madres solteras. El futuro comandante anota: “Yo no nací en el seno del pueblo. Pero tengo una formación cristiana muy profunda, dentro de los ideales muy verticales de mi familia”. Después los flexibilizaría.
Un condiscípulo de adolescencia recuerda: “El arribo de Carlos al seminario fue un suceso… se regó la noticia de que llegaba un muchacho de Cali que hablaba inglés y era muy rico, dos cosas que generaban gran expectativa porque la mayoría veníamos de zonas rurales y casi todos éramos bastante arrancados. La decepción inicial es cuando dice que vivió en Estados Unidos de chiquito, pero que del inglés es bien poco lo que se acuerda. No se pudo negar que era rico porque en el seminario estaba prohibido tener plata y ni tienda había para gastarla; pero tampoco se confirmó, porque no le mandaban mayor cosa de la casa. La decepción mayor fue cuando se puso en la portería con soberbio buzo negro, guantes y rodilleras y le marcaron 9 goles. A los pocos días Carlos parecía ser un cristiano como todos”.
Un compañero de colegio anota: “Fui amigo de Carlos en La Salle y hacíamos lo de todo el mundo: deporte, estudiar, hablar, soñar con novias bien queridas… Recuerdo dos cosas muy precisas: una pasión desbordante en el deporte y un sentido grande de la amistad… Me llamó mucho la atención verlo a lo último, tan igual y tan distinto a como lo había conocido. Era bien parecido, mirando la foto del grado sí es verdad que el apodo de Clark Kent le cayó como anillo al dedo”.
Desde esa época abundaban en Cali las barras juveniles o pandillas. Pizarro perteneció a una de las más inofensivas. Según un amigo “siendo oligarca, es orgulloso, petulante y vanidoso. Egocentrista, narcisista, ególatra y buen mozo. Es el Dios de las mujeres, el favorito del dinero, el sol de los burgueses, el adorno del árbol navideño, el conquistador del mundo. Es erudito en muchas ciencias que se compran con dinero, el Don Juan de la República pues no hay mujer que se resista a ese conquistador que brota como un manantial de amor de sus cabellos. Su mirada es penetrante, por eso a mirar solo se atreve a través de un lente oscuro para no fundir las cosas que contempla”. También aporta de su archivo un poema dedicado a Pizarro:
CARLOMAGNO
He aquí al hijo de Pipino el almirante,
al rey de los francos oligarcas,
al bachiller de los billetes y al soberano burgués de los hermosos.
Es él... Don Carlos... el príncipe azul de las mujeres "
Pizarro se trasladó a Bogotá y entró al Little American School, propiedad de una tía materna; después pasó por Nuestra Señora del Pilar y finalizó secundaria en el Instituto de La Salle, de los Hermanos Cristianos, gracias a un tío abuelo que había sido profesor. Obtuvo su bachillerato en 1968 para ser admitido en la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Javeriana, en donde el padre Giraldo elegía a dedo y formaba la dirigencia del país. Por pura casualidad “sesentaiochera” encontró allí el caldo de cultivo para su rebeldía con el movimiento estudiantil bogotano: manifestaciones, pedreas y cierre de universidades o facultades problemáticas.
En toda Latinoamérica hubo elitistas seductores con estricta formación católica y capacidad de liderazgo mediocre. Algunos añoraron el populismo de héroes idealizados y abrazaron con júbilo la revuelta estudiantil francesa adobada con nacionalismo, son cubano, sandinismo y la consigna incendiaria de Camilo Torres: el deber de todo buen cristiano es hacer la revolución. Muy silenciados en Colombia fueron los ecuatorianos de “¡Alfaro vive, carajo!”, pupilos militares del M-19. Al envejecer, los alfaristas mejor educados superaron la trascendencia revolucionaria para condenar la violencia burlándose de su locura y soberbia juveniles. Pizarro, el comandante Papito, murió vilmente asesinado, sintiéndose prócer, apóstol de la paz, con una hinchada realmente insólita para el daño que causó.