Paces locales y la gran Paz

Mauricio Rubio
03 de noviembre de 2016 - 02:00 a. m.
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La academia y los medios internacionales se empecinaron en que lo fundamental, lo único, es la paz con la guerrilla más vieja del mundo. Las paces locales brillan mucho menos.

La caída del sicariato y la violencia juvenil, la reinserción de pandillas no resultaron de ambiciosas reformas legales, ni fueron lideradas por gobiernos que llevaron a algunos barrios la guerra sin cuartel contra la droga. Jamás hubieran motivado un Nobel, pero en territorios urbanos sin influencia guerrillera estas dinámicas han sido cruciales: determinan las muertes violentas, la delincuencia, la gestión del espacio público, así como las relaciones de vecindad y las de la comunidad con las autoridades.

Recientemente quedé envuelto en uno de esos procesos. En el barrio aledaño al Externado de Colombia varias pandillas vivían del atraco a turistas y viajeros hacia Choachí y el oriente de Cundinamarca; su territorio era el Cerro de Guadalupe, el bosque, y la estrecha carretera que los atraviesa. Hace unos meses, saturados de violencia, preocupados por sus hijos, los líderes de una de las bandas hicieron un pacto de convivencia con la policía: se comprometieron a no delinquir y a mejorar la infraestructura y la situación social del barrio. Conscientes de la importancia de formarse para vivir limpios, pidieron respaldo de la universidad a través de un profesor con casi dos décadas de labor social en esa parroquia. Se les ofrecieron tres cursos y, tras una reunión de los líderes con el rector, se decidió apoyar un esfuerzo espontáneo, exploratorio pero aterrizado, pertinente, y desligado de la gran Paz.

La historia de Egipto es peculiar: una comunidad tradicional, con fuertes lazos entre vecinos y, bien entroncada en el barrio, una pujante actividad delictiva desde hace décadas. Fidel Baquero, contrabandista de aguardiente tape tusa, amigo de Jorge Eliécer Gaitán, fue el  primer gran capo. Después hubo cuatreros, ladrones en el mercado y por último atracadores. Típicos Robin Hood cachacos, sin retórica izquierdista, los pandilleros actuales son la tercera o cuarta generación de bandidos que, simultáneamente, ayudan a mujeres y familias vecinas, ofreciéndoles no sólo protección sino parte del botín a cambio de cooperación.

A diferencia de los subversivos que aún hacen soñar a la izquierda radical y buscan gobernar con una sólida estructura jerárquica, estos son pequeños empresarios del rebusque, independientes, pragmáticos, decididos a dejar el bajo mundo para emprender actividades legales. Más que ayuda paternalista, buscan socios para sus proyectos. Se consideran “constructores de su propio destino”. Qué ironía que una sociedad desangrada por políticos parásitos y “servidores públicos” rapaces, ambiciosos e intocables, sólo considere válido dialogar con guerreros apenas arrepentidos, soberbios, más estatistas y autoritarios que cualquier burócrata y no con quienes motu proprio se acogen a la ley, desarrollan iniciativas sin recursos públicos, sin reformas legales ni constitucionales, sin pretender cambiar la sociedad con unos acuerdos.

Fundamental en este proceso es el ejercicio de “memoria histórica” en el que están empeñados los reinsertados: recordar, reconocer y narrar los crímenes, para establecer una clara y contundente diferencia con lo que está ocurriendo ahora y, todavía más, con lo que harán por su futuro, su gente y  su barrio. “No me interesa la plata, quiero que me recuerden por haber hecho el bien y ayudar a mi comunidad” anota quien sabe que la plata que llega a chorros también se va así.

El proyecto estrella es guiar senderistas por los mismos parajes por donde delinquían. Una reflexión del cabecilla en la cárcel fue el punto de quiebre. Comprendió que su vida era el Cerro; que él y los suyos, muchos del barrio, siempre vivieron del Cerro; decidió seguir haciéndolo, “pero a lo sano”. Saben que a los turistas extranjeros que se alojan en La Candelaria les gusta la naturaleza, el paisaje, la comida típica y las artesanías que le darán impulso económico al barrio, pero también los minuciosos relatos de cómo atracaban.

En Egipto oí de una mujer con un hijo detenido, por minucias que no serán indultadas, la más enérgica protesta contra el acuerdo con las Farc. No es la única indignada; hay un pelao detenido que todo el mundo sabe inocente pero al que le puede caer una dura condena. “Hasta el proceso con los paras fue más justo, profe: pagaban unos años y muchos nos beneficiamos”, comenta el líder. No votaron, nunca lo hacen; por favor, no los sumen al uribismo, ni a los conservadores, ni a los grupos cristianos. Tampoco se apresuren a acusarlos por no apoyar la Paz: están construyendo la suya, estable y duradera.  No exigen una amnistía que, sin duda, les caería bien.

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