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Hay quienes opinan que la vida de un rehén cautivo debe salvarse cueste lo que cueste. Persiste un dilema entre estas palomas humanitarias y los despiadados halcones que no negocian esperando disuadir tales ataques.
El Gallino Vargas fue un provinciano que hizo fortuna con la compra-venta de tierras alrededor de Bogotá. De sus muchos hijos con varias mujeres, en 1965 Efraín González le secuestró uno por cuyo rescate pedía un millón de pesos, más de mil millones de pesos de hoy. La respuesta del Gallino fue escueta: “Es más fácil hacer un hijo que hacer un millón de pesos”. Tal dureza no caracteriza a quienes negociaron la liberación de secuestrados en Colombia durante las últimas décadas: la gran mayoría de los casos llevaron al pago del rescate.
Tras la invasión de Irak, en 2004 dos ciudadanos norteamericanos y uno británico fueron tomados como rehenes por Al Qaeda. En el mismo distrito de Bagdad también fueron secuestradas dos cooperantes italianas que incrementaron el número de occidentales retenidos como rehenes en ese país, incluidos dos periodistas franceses. Mientras los primeros fueron decapitados, “los italianos y franceses regresaron a casa ilesos”. En 2014 un periodista norteamericano fue decapitado por los yihadistas en Siria por la negativa a pagar por él. Cuatro colegas franceses víctimas del mismo grupo fueron liberados tras el presunto pago de unos 18 millones de euros por su Gobierno, que negó haberlo hecho. “Los países que pagamos somos considerados por los terroristas una vaca para ordeñar”, reconoce un exfuncionario francés.
A pesar de las resoluciones de la ONU que prohíben el pago de rescates, en privado no se sabe cómo abordar esta controversial cuestión. En mayo de 2017, Catar habría pagado mil millones de dólares a una célula afiliada a Al Qaeda para liberar un grupo de secuestrados en Irak.
Un célebre rehén de principios del siglo XX fue Ion Perdicaris, hijo del embajador norteamericano en Grecia y una rica heredera. Nacido en 1840, empezó su formación universitaria en Harvard pero la abandonó para estudiar ingeniería eléctrica en Londres. Su affaire con Ellen Varley, una inglesa casada y con cuatro hijos, los obligó a exilarse en Marruecos mientras ella tramitaba su divorcio.
Perdicaris renunció a la ciudadanía norteamericana y optó por la griega. En 1887 compró 70 hectáreas de bosques al borde del mar en las afueras de Tánger y construyó una elegante mansión en un acantilado para instalarse allí con su nueva familia. Ofrecía pomposas fiestas y se convirtió en representante no oficial de la comunidad de expatriados en la cosmopolita ciudad mediterránea. Su vida hogareña estaba en Tánger, pero por su trabajo viajaba constantemente. Llevó a su dominio marroquí animales salvajes y plantas exóticas de todo el mundo. La fauna no sobrevivió, pero la flora sí. Le permitió crear un frondoso jardín, ahora parque público, que servía para los paseos de Ellen, quien padecía tuberculosis.
La plácida vida de los Perdicaris dio un giro inesperado a raíz de su secuestro el 18 de mayo de 1904. Una cuadrilla de bandidos liderada por Moulay Ahmed Raisuli entró en la propiedad, cortó la línea telefónica, controló el escueto servicio de seguridad, encerró a Ellen y se llevó al griego con uno de sus hijastros. Durante la noche cabalgaron hasta las montaña de Rif, de donde era nativo Raisuli, para refugiarse. La esposa alertó a las autoridades locales y estas telegrafiaron a las norteamericanas que de inmediato se involucraron de lleno en el incidente. Durante su cautiverio, Perdicaris y Raisuli se hicieron amigos. En una especie de síndrome de Estocolmo, el temido bandido, que recibió unos dos millones de dólares de hoy por liberar al rehén, lo visitaba después en su mansión.
Si bien el móvil del secuestro fue netamente económico, las razones para liberarlo tras el pago de una millonaria suma se mezclaron con motivos políticos. En los EE. UU., Theodore Roosevelt, el mismo de I took Panama, enfrentaba acusaciones de chantaje y corrupción que afectaban sus posibilidades de reelección. El presidente candidato declaró que debía rescatar a Perdicaris por ser ciudadano norteamericano, sin importarle que ya no lo era. “Roosevelt hizo un rápido llamado a la acción. Siete buques de guerra estadounidenses que recorrían el Mediterráneo fueron enviados a Tánger. Los marines irrumpieron en suelo marroquí. Se hicieron llamamientos al sultán de Marruecos para que llevara al bandido Raisuli ante la justicia”. Francia, Reino Unido e Italia también se involucraron. Trataban de evitar la escalada de tensiones internacionales que terminarían contribuyendo a la Primera Guerra Mundial.
En el frente doméstico, Roosevelt logró imponer en la Convención Republicana el lema “Perdicaris vivo or Raisuli muerto”. Con mano firme ante un secuestro, imperturbable al chantaje, el astuto halcón imperialista demostró liderazgo y mano de hierro en su política exterior. Que Perdicaris fuera ciudadano griego resultó irrelevante, como lo fue que el sultán de Marruecos hubiese pagado el millonario rescate para evitar una confrontación internacional.