Paradojas nórdicas

Mauricio Rubio
25 de agosto de 2022 - 05:00 a. m.
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Hace décadas los países escandinavos son el modelo en igualdad de género. Según el Informe Global sobre la Brecha de Género (IGBG), Suecia ocupó en 2015 el cuarto lugar ―tras Islandia, Dinamarca y Finlandia― en “aprovechamiento del talento femenino”. El ranking está basado en indicadores económicos, educativos, sanitarios y políticos.

Un aspecto muy promovido por el feminismo anglosajón ha sido la política sueca de penalización de los clientes de la prostitución. Además, se da por descontado que esta medida, sumada a los demás esfuerzos contra la desigualdad de género, contribuye a disminuir la violencia contra la mujer.

En Suecia, los permisos no son por paternidad ni por maternidad. Son parentales: 16 meses para repartir entre ambos, 3 exclusivos para la madre y otro tanto para el padre. El gobierno es paritario y el 44% del parlamento son mujeres. Tienen la tasa de empleo femenino más alta del mundo y una arzobispa.

Uno de los principales sindicatos del país, Unionen, montó una línea telefónica para denunciar la existencia en los lugares de trabajo del mansplainning o sea cuando “un hombre da una explicación condescendiente y no solicitada a una mujer, a menudo sobre materias en las que ella es experta”. En pocas horas se recibieron cientos de llamadas.

La Fundación Albright creada por una economista elabora una lista negra de las empresas que cotizan en bolsa en las que no hay mujeres en el equipo directivo ni el consejo de administración. Después visitan universidades para decirles a las estudiantes en dónde no les convendría trabajar. Todo esto afecta la imagen de empresas empeñadas en mejorarla.

En Estocolmo funciona Egalia, una escuela pública infantil en la que se refuerzan los principios igualitarios que se enseñan en todos los colegios. “Los muñecos no tienen sexo. Son de trapo, blancos y negros, y sus caras tienen muecas de risa, llanto o ira para trabajar las emociones. Hay un póster con distintos grupos familiares: unos tienen dos padres y dos madres, otro es una madre y un niño; otro más un padre, una madre y dos bebés…”.

A pesar de todas estas medidas, la ministra de igualdad señaló hace años que la violencia contra las mujeres no cede: “las agresiones no han bajado en la última década”. Diversas encuestas lo demuestran. En Suecia, 46% de las mujeres han sufrido violencia, cifra superior en 13% al promedio de la Unión Europea. Esta “paradoja nórdica” no es exclusividad sueca: según la primera encuesta sobre violencia contra la mujer realizada con metodología uniforme en los 28 países comunitarios, los escandinavos que puntean en el IGBG también encabezan el reporte de la llamada violencia machista. Fue en Suecia donde la presentadora de TV María Carlshamre hizo público que su esposo llevaba una década golpeándola y anotó que su caso no era excepcional.

Lo que sugiere la paradoja sueca es que los esfuerzos para “cambiar mentalidades” y erradicar la cultura patriarcal con educación, un logro que se percibe en todos los indicadores de igualdad, son insuficientes para aliviar la violencia de pareja. La doctrina en boga no explica esa manifestación del machismo.

Otra paradoja nórdica se observa en Noruega, la sociedad más igualitaria del planeta, donde se han hecho esfuerzos increíbles por erradicar los estereotipos de género. Sin embargo, allí se ha mantenido una situación que podría considerarse machista: 90% de los ingenieros son hombres y una proporción similar de quienes trabajan en enfermería son mujeres. No se trata de discriminación en la escuela: ellas son mejores que ellos en todas las materias, menos en deporte. El gobierno ha emprendido infructuosamente programas para reclutar ingenieras y enfermeros. Personas entrevistadas explican el asunto con candidez: “la construcción sigue siendo cosa de hombres: es sucia, hay que derrumbar” dice un ingeniero. Una enfermera anota que no le interesan los computadores, le parecen aburridos, nada que ver con “encontrar personas cada día y hablar con ellas”.

A pesar de esa diferencia tan persistente entre oficios masculinos y femeninos, cuyo origen recuerda la inclinación infantil por juguetes distintos ―artefactos o muñecas―, Noruega es el país con menos discriminación por género: tuvo una mujer a la cabeza del gobierno hace cuatro décadas, y hoy por hoy es el mejor lugar del mundo para ser mamá. Es una sociedad pacificada y desarrollada, con buena seguridad social, en la que cualquier oficio permite vivir bien y se escoge trabajo de acuerdo con las preferencias. No se plantean dilemas entre maternidad y capacidad económica, o acceso al poder. Las mujeres se dedican a lo que les gusta y nadie se angustia porque los hombres jueguen con máquinas, ni se teme que por eso van a agredir mujeres.

En Escandinavia, como en todo el mundo, muchas golpizas en la pareja son por celos, que requieren tratamiento específico. El misterio serían los celos nórdicos o vikingos, que parecen más violentos.

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