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Por estos días el cristianismo celebra sus grandes milagros. Dos debates recientes sobre acciones estatales pusieron a prueba las peculiares creencias y la fe de una parte de la élite colombiana.
Por un lado, el director de la Policía Nacional, general Henry Sanabria, sorprendió a la opinión con sus declaraciones fanáticamente católicas. Tras asegurar que había visto al diablo, con toda tranquilidad reivindicó la práctica del exorcismo como parte esencial de la lucha contra la maldad criminal. También arremetió contra el uso del preservativo e incluso contra la celebración de la Noche de Brujas o Halloween por ser una fiesta importada que esconde una estrategia satánica: “detrás de los disfraces y los confites, lleva a los niños por el camino del ocultismo”.
Hubo relativo consenso en rechazar las delirantes declaraciones del principal responsable de la seguridad ciudadana. Sin embargo, sorprendió la débil reacción del primer mandatario, quien evitó responder con una destitución fulminante. “Intentamos que esas creencias no afecten las normas. Creo que él ha sido respetuoso”. Esta evasiva respuesta podría interpretarse como una extensión del confuso discurso adoptado para la Paz Total: la represión debe activarse sólo contra la corrupción. Para lo demás, sobre todo si no hay móvil económico, se debe recurrir al diálogo.
Una explicación alternativa para la pusilanimidad de Petro ante el devoto general es menos verosímil. Difícil pensar que un economista discípulo de Marx comparte con su subordinado la fe en métodos sagrados practicados por un obispo copartícipe en la lucha contra la violencia demoniaca. En cualquier caso, quienes creen en hechizos y sortilegios debieron sentirse reconocidos y satisfechos.
La segunda discusión relacionada con las creencias y la fe sorprende por su ausencia. No está relacionada con la vocación religiosa sino con ciertas doctrinas que también escapan a la argumentación razonada y al filtro de la evidencia pero cuentan con muchos seguidores y adeptos. Esta élite, aunque bastante educada y privilegiada, vive tan convencida de sus dogmas como quienes por estos días celebran una milagrosa resurrección.
El motivo de ese debate esquivo, que evadió el contenido y se enredó en las formas -si era una consultoría o una colaboración- fue el borrador de una propuesta presentada por la gurú Mariana Mazzucato. Por la bicoca de un millón de dólares, esta vedette académica ofrece sacar al país de su estancamiento estructural y ponerlo a la vanguardia global en términos de igualdad, sostenibilidad e inclusión gracias al milagro que ella pregona para el mundo: alianzas productivas entre un Entrepreneurial State y empresas privadas.
El borrador de la propuesta implícitamente invoca un ente superior todopoderoso para darle gusto al Mesías. Pretende, básicamente, que le conceda al actual gobierno la capacidad de reformar y transformar lo que se le antoje. Sin modestia ni agüero, busca “apoyar al gobierno colombiano para avanzar en un nuevo y audaz enfoque de la estrategia industrial que fundamentalmente reinvente el papel del Estado como forjador del mercado y coordine el crecimiento económico con objetivos críticos de inclusión y sostenibilidad que brinden valor a la gente de Colombia y al mismo tiempo posicionen al país como un líder mundial en la implementación de una nueva forma de capitalismo más inclusiva y sostenible”. ¿Alguien da más?
Entre los exorcismos del general Sanabria y la lista de milagros que se alcanzarían con una mágica alianza entre la economía de mercado y un Estado benefactor, dinámico y emprendedor, hay varios puntos en común.
Por un lado las iniciativas ni se molestan en esbozar un diagnóstico, al menos una somera descripción, de los afectados o beneficiarios de sus infalibles intervenciones. Segundo, aún más problemático, es que dividen el mundo de manera tajante entre dos grupos, casi siempre asociados con el bien y el mal. Por último, ambos se refieren a una sociedad en donde esa línea entre buenos y malos ha sido esquiva, difusa y cambiante.
Una pregunta que vale la pena hacerse para calibrar cualquiera de estas dos visiones intensivas en fe de carbonero es cómo encajan allí las mafias: si por naturaleza son perversas o a veces son útiles, si se oponen siempre al Estado y lo combaten o si a veces lo apoyan, refuerzan o reemplazan.
Como parte activa de la Paz Total da curiosidad saber si el director de la Policía ya tiene programado un exorcismo para los comandantes del Eln. La economista de origen italiano habrá reflexionado sobre los dilemas de las autoridades frente a las mafias que controlan territorios, negocios, votantes y organizaciones sociales. Ojalá de allí salgan propuestas audaces para la reinserción de grupos armados ilegales colombo-venezolanos que facilitarían la transición energética y la diversificación de exportaciones en asocio con el Gobierno del Cambio.
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