A pesar de todo, el desprestigiado arreglo de pareja monogámica y heterosexual sigue siendo mayoritario.
Una paradoja contemporánea es que los activismos que promueven causas colectivas y rechazan el egoísmo como motivación coinciden con un auge jamás visto del individualismo y el culto al bienestar personal, con plena libertad de elegir como pregonaba Milton Friedman, apóstol del neoliberalismo.
En este contexto, un resultado interesante de la encuesta sobre la percepción del amor y las relaciones afectivas en España, publicada en El País, es que, con plena autonomía e independencia para decidir, la mayoría de las personas “se decanta por vivir un amor exclusivo, monógamo y bajo el mismo techo, es decir, lo mismo que eligieron nuestros abuelos, bisabuelos y tatarabuelos” bajo la rígida influencia familiar que coartaba las decisiones individuales.
Carmen Ruis Repullo, experta en asuntos de género, anota que el feminismo radical “ha trabajado para deconstruir una idea del amor romántico, una trampa para las mujeres”. A pesar de esto, tanto ellas como ellos evalúan sus prioridades y restricciones en forma casi idéntica. En particular, hombres y mujeres prefieren una pareja “heterosexual, monógama, conviviente y estable”.
Así, la doctrina según la cual toda relación sentimental presupone un vínculo de dominación heredado del patriarcado no corresponde con lo que muestran los datos españoles más recientes. Solamente una de cada cinco personas, las más jovenes, cree ser más feliz sin pareja. La monogamia, poco apreciada por la doctrina, es el arreglo más atractivo para la inmensa mayoría de las personas (95%). Además, los hombres lideran, de lejos, la preferencia por esquemas alternativos como las parejas abiertas o el poliamor.
Los arreglos monogámicos son sorprendentemente estables: en promedio han durado más de veinte años. La terapia para lidiar con problemas es casi siempre iniciativa femenina salvo cuando el conflicto ha surgido por una infidelidad. “La encuesta corrobora que ellas son más monógamas y estrictas sobre lo que consideran una infidelidad y ellos más laxos y bastante más infieles”. Que esto ocurra en todas las culturas, aún más que en la judeocristiana, muestra la huella de la biología.
A pesar de los esfuerzos por inflarlas numéricamente, las orientaciones no heterosexuales representan una proporción baja de la población. Tan sólo 3,7% de las personas se declaran homosexuales, 9,2 bisexuales y un nimio 0,8% se dicen de otras orientaciones. El peso de las nuevas generaciones es determinante: tres de cada diez jóvenes se declaran no heterosexuales.
Convivir juntos es la elección del grueso de parejas españolas. Solo 10% de ellas optan por no cohabitar y en esa negativa el liderazgo es femenino. Además, la diferencia aumenta con la edad. Las mujeres “preferirían mucho más no compartir techo con su pareja que los hombres (13% contra 7%)”. Y las que rondan los sesenta años, “rechazan tres veces más la convivencia que los hombres de su generación”.
En la decisión de convivir median múltiples factores, siendo determinante el económico. “Es más fácil elegir el amor monógamo y duradero cuando se sabe que se tiene una opción de salida o cuando el espacio para la convivencia es más cómodo”.
No sólo los datos españoles desafían el escenario diverso pregonado por el activismo. Varias series de TV, a cuyos guionistas les interesa más aumentar audiencia con realismo que ganar adeptos con dogmas, muestran que la sociedad desarrollada, individualista y libre como nunca, solo ha abierto “una pequeña rendija a otras formas de amor”. Para la muestra un botón español: Cuéntame, que ya parece para toda la vida.
En la serie sueca Bonus Familjen, un adolescente astuto y pendenciero escucha al director de su colegio hablando por teléfono con su esposa: está molesto porque alguien se quedará más tiempo del previsto en la casa. Creyendo que se trata de la situación común para su familia recompuesta —problemas asociados a la custodia compartida— el joven le pregunta si hablan del hijastro.
- “No, se trata del novio de mi esposa”, aclara el rector.
- “¿Su esposa tiene un novio que vive con ustedes?”
- “Sí, tú eres joven y aún no entiendes algunos arreglos que aceptamos los adultos porque son normales”.
- “Usted tiene solo dos opciones: echar de la casa a su mujer o darle un puñetazo al novio. ¡Yo haría ambas cosas!”
Fuera de este golpe contundente a la peregrina idea de que las triejas son arreglos razonables e inocuos, la serie, concebida en Escandinavia, líder global del progresismo, muestra el cuidado y esmero de los personajes por sacar adelante su pareja actual. La rutina, los hijos, el oficio y el trabajo pesan. El agobio, el cansancio, surgen a menudo. Pero el hilo conductor recuerda a Lola, protagonista de una comedia de Javier Gomá, cuando le pregunta a Tristán, su marido: “¿quieres cansarte conmigo?”. Es imposible evitar cansarnos, pero sí podemos decidir con quién y cómo lo hacemos.
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A pesar de todo, el desprestigiado arreglo de pareja monogámica y heterosexual sigue siendo mayoritario.
Una paradoja contemporánea es que los activismos que promueven causas colectivas y rechazan el egoísmo como motivación coinciden con un auge jamás visto del individualismo y el culto al bienestar personal, con plena libertad de elegir como pregonaba Milton Friedman, apóstol del neoliberalismo.
En este contexto, un resultado interesante de la encuesta sobre la percepción del amor y las relaciones afectivas en España, publicada en El País, es que, con plena autonomía e independencia para decidir, la mayoría de las personas “se decanta por vivir un amor exclusivo, monógamo y bajo el mismo techo, es decir, lo mismo que eligieron nuestros abuelos, bisabuelos y tatarabuelos” bajo la rígida influencia familiar que coartaba las decisiones individuales.
Carmen Ruis Repullo, experta en asuntos de género, anota que el feminismo radical “ha trabajado para deconstruir una idea del amor romántico, una trampa para las mujeres”. A pesar de esto, tanto ellas como ellos evalúan sus prioridades y restricciones en forma casi idéntica. En particular, hombres y mujeres prefieren una pareja “heterosexual, monógama, conviviente y estable”.
Así, la doctrina según la cual toda relación sentimental presupone un vínculo de dominación heredado del patriarcado no corresponde con lo que muestran los datos españoles más recientes. Solamente una de cada cinco personas, las más jovenes, cree ser más feliz sin pareja. La monogamia, poco apreciada por la doctrina, es el arreglo más atractivo para la inmensa mayoría de las personas (95%). Además, los hombres lideran, de lejos, la preferencia por esquemas alternativos como las parejas abiertas o el poliamor.
Los arreglos monogámicos son sorprendentemente estables: en promedio han durado más de veinte años. La terapia para lidiar con problemas es casi siempre iniciativa femenina salvo cuando el conflicto ha surgido por una infidelidad. “La encuesta corrobora que ellas son más monógamas y estrictas sobre lo que consideran una infidelidad y ellos más laxos y bastante más infieles”. Que esto ocurra en todas las culturas, aún más que en la judeocristiana, muestra la huella de la biología.
A pesar de los esfuerzos por inflarlas numéricamente, las orientaciones no heterosexuales representan una proporción baja de la población. Tan sólo 3,7% de las personas se declaran homosexuales, 9,2 bisexuales y un nimio 0,8% se dicen de otras orientaciones. El peso de las nuevas generaciones es determinante: tres de cada diez jóvenes se declaran no heterosexuales.
Convivir juntos es la elección del grueso de parejas españolas. Solo 10% de ellas optan por no cohabitar y en esa negativa el liderazgo es femenino. Además, la diferencia aumenta con la edad. Las mujeres “preferirían mucho más no compartir techo con su pareja que los hombres (13% contra 7%)”. Y las que rondan los sesenta años, “rechazan tres veces más la convivencia que los hombres de su generación”.
En la decisión de convivir median múltiples factores, siendo determinante el económico. “Es más fácil elegir el amor monógamo y duradero cuando se sabe que se tiene una opción de salida o cuando el espacio para la convivencia es más cómodo”.
No sólo los datos españoles desafían el escenario diverso pregonado por el activismo. Varias series de TV, a cuyos guionistas les interesa más aumentar audiencia con realismo que ganar adeptos con dogmas, muestran que la sociedad desarrollada, individualista y libre como nunca, solo ha abierto “una pequeña rendija a otras formas de amor”. Para la muestra un botón español: Cuéntame, que ya parece para toda la vida.
En la serie sueca Bonus Familjen, un adolescente astuto y pendenciero escucha al director de su colegio hablando por teléfono con su esposa: está molesto porque alguien se quedará más tiempo del previsto en la casa. Creyendo que se trata de la situación común para su familia recompuesta —problemas asociados a la custodia compartida— el joven le pregunta si hablan del hijastro.
- “No, se trata del novio de mi esposa”, aclara el rector.
- “¿Su esposa tiene un novio que vive con ustedes?”
- “Sí, tú eres joven y aún no entiendes algunos arreglos que aceptamos los adultos porque son normales”.
- “Usted tiene solo dos opciones: echar de la casa a su mujer o darle un puñetazo al novio. ¡Yo haría ambas cosas!”
Fuera de este golpe contundente a la peregrina idea de que las triejas son arreglos razonables e inocuos, la serie, concebida en Escandinavia, líder global del progresismo, muestra el cuidado y esmero de los personajes por sacar adelante su pareja actual. La rutina, los hijos, el oficio y el trabajo pesan. El agobio, el cansancio, surgen a menudo. Pero el hilo conductor recuerda a Lola, protagonista de una comedia de Javier Gomá, cuando le pregunta a Tristán, su marido: “¿quieres cansarte conmigo?”. Es imposible evitar cansarnos, pero sí podemos decidir con quién y cómo lo hacemos.
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