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Para intervenir en el conflicto colombiano Fidel Castro nunca tuvo una herramienta tan poderosa como las supersticiones de Hugo Chávez con las que infiltró la burocracia venezolana.
Gracias a la santería, la inteligencia cubana penetró progresivamente las instituciones del vecino país empezando por el estamento militar. Uno de los síntomas inequívocos del auge de esta práctica en su vertiente más escabrosa fueron las profanaciones de tumbas en el Cementerio del Sur en Caracas y el activo comercio ilegal de cadáveres por encargo. Para la práctica santera del palo mayombe se utilizan huesos humanos. Los paleros buscan grandes poderes con la osamenta obtenida en una tumba. “Todas la cualidades en vida del muerto son absorbidas por quien ordenó arrancar los huesos del cementerio para guardarlos en su propia casa”. La energía adquirida depende de manera crítica del origen del cadáver. Mientras más rango haya tenido el difunto en vida, más apreciados y costosos son sus restos.
Un indicio del origen castrense del súbito impulso a la demanda por huesos fue el alto precio de los cadáveres de militares, que además ya estaban adecuadamente clasificados de acuerdo al grado militar que tenían al morir.
Cuando el diácono Rafael Plaza llegó como representante de la Iglesia al cementerio entendió que entraba en un lugar sin ley donde se desarrollaban actividades ilegales con una estructura más o menos organizada: “Los que cavan, los que vigilan y los que negocian y venden los huesos”. Averiguó y entendió no solo que el valor dependía del rango sino del tipo de hueso, siendo el cráneo la pieza más apreciada por concentrar la mayor parte del potencial del difunto. Los paleros practican hechizos con huesos que reúnen en un cuenco en el que también ponen un cráneo robado junto con ramas secas y palos de distintos árboles. Puesto que el objetivo de la mayoría de estos rituales es hacerle daño a alguien, además de militares o policías, “el espíritu ideal es el de un delincuente, alguien que en vida haya tenido el atrevimiento de violar la ley, de robar o de matar”.
Los familiares de personas cuya tumba ha sido profanada han estado convencidos de que la red de traficantes de huesos estaba dirigida y protegida por policías. Por eso la mayoría temían poner una denuncia al percatarse del robo. Esta posibilidad le pareció verosímil al diácono que indagó sobre los profanadores de tumbas y mercaderes de osamentas.
Este observador directo también aprendió que estas redes “giran en torno al padrinazgo con una especie de líder del grupo al que los integrantes deben respeto, obediencia y con el que adquieren una obligación económica … El padrino que guía a sus ahijados por los caminos espirituales de la santería celebra rituales individuales y colectivos en su propia casa y autoriza el ingreso de nuevos miembros”. El padrinazgo como sistema de reclutamiento fue la pieza clave de la infiltración cubana en Venezuela a través de los servicios de inteligencia y el Ejército como precursores para la cooptación de varias agencias estatales. Desde su primera visita a la isla, Castro convenció a Chávez de que llevara oficiales cubanos como padrinos de militares venezolanos.
Un hito en el mundo de la palería fue cuando Hugo Chávez decidió exhumar el cadáver de Simón Bolívar. Hizo público su escepticismo sobre la tuberculosis como causa de la muerte del Libertador: pudo ser asesinado. “Hay dudas sobre la autopsia de Bolívar. Tenemos la obligación moral de despejar esta incógnita”, sentenció. Tampoco era claro para él que los restos existentes en el Panteón Nacional fueran realmente suyos. De Colombia pudieron mandar otra cosa. “¿Quién sabe si hasta los huesos de Bolívar los desaparecieron?”.
Así, desde el año 2007, en un acto para conmemorar su fallecimiento, el mandatario anunció que el sarcófago del prócer sería abierto. Pasaron varios años y en julio de 2010 mandó sacar los restos de su tumba para ser analizados “por la ciencia” durante 19 horas. El mismo Chávez, “en éxtasis ante los huesos del Libertador”, se encargó de dar la noticia. “Padre Nuestro que estás en la tierra, en el agua y en el aire … Despiertas cada cien años, cuando despierta el pueblo. Confieso que hemos llorado. Les digo: tiene que ser Bolívar ese esqueleto glorioso, pues puede sentirse su llamarada. Cristo mío, mientras oraba en silencio viendo aquellos huesos, pensé en Ti. Y cómo hubiese querido que ordenaras como a Lázaro: ¡Levántate, Simón, que no es tiempo de morir! De inmediato recordé que Bolívar vive. Carajo. Somos su llamarada”.
Además, culpó a los norteamericanos por “pretender acusar a Bolívar de coronarse rey … ¡Que si quería traerse un príncipe europeo para ponerse al frente del Gobierno! La guerra psicológica. Mucha gente terminó creyendo esta patraña”. También reprochó a las oligarquías y a los historiadores oficiales por haber engañado al pueblo, porque “distorsionaron y falsificaron” la verdad.