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Salvador Allende es uno de los grandes timadores latinoamericanos. Como presidente, desbarató, fraccionó y radicalizó de tal manera a Chile que al final sólo contaba con el apoyo de la extrema izquierda.
El perfil de este médico bonachón pero irresponsable es típico del que varias veces ha sufrido la región: un joven oligarca que sueña redimir al pueblo oprimido para luego, desde el poder, dejarlo frustrado y en la miseria. Fidel Castro, su gran aliado, es el paradigma de ese nefasto gremio. Muchos de quienes han aspirado por medios violentos a gobernar proclamándose demócratas -Tupamaros, Montoneros y M-19- también encajan en esa categoría. Además, por tratarse de personas encantadoras, con enorme capacidad oratoria, lograron blanquear sus excesos y crímenes entre intelectuales de izquierda.
Allende nació en 1908 en una familia privilegiada y económicamente solvente: “no era de clase media sino de la alta burguesía”. A pesar de eso, le fue inculcada la ideología socialista tanto por su padre, abogado y notario, como sobre todo por su abuelo paterno “patriarca radical de Valparaíso, filántropo que alcanzó notoriedad por su obra social e importancia como figura pública”. Su nombre no podía ser más alegórico de una formación orientada a hacer grandes cosas por la humanidad. Desgraciadamente, el futuro mesías nunca se destacó como buen estudiante, ni en el colegio ni en la universidad. Su bajo rendimiento académico no sorprende. El padre, figura determinante, era “buen vividor, despreocupado y amante de los ambientes y objetos refinados…. La personalidad del padre la encontramos también en el hijo. Siempre un poco actores ambos, exhibían simpatía, gestos altaneros, desaprensión y grandiosidad con rango”.
Se graduó como médico con notas mediocres y se dedicó a la política. La mayoría de sus compañeros de estudio veían con recelo que un joven tan rico cómo él mostrara tal preocupación por la suerte de los desvalidos. El Salvador joven lanzaba cheques sin fondos que “sus amigos acumulaban en los cajones de sus escritorios”. Sólo al graduarse y trabajar en barrios marginales, el privilegiado galeno conoció la realidad que vivían muchas familias chilenas.
Con 25 años fundó el Partido Socialista, hizo parte de las milicias uniformadas y emprendió la titánica labor de agrupar a la izquierda. Como le pasó en la universidad, al iniciar su carrera política era poco apreciado por quienes veían al hijo de un rico abogado alejado de los problemas que sufría la población. Lo salvó su don de gentes y su labia: más que un orador nato era un verdadero seductor. Así lo confirma su arrollador éxito con las mujeres. Todas las que conquistó “fueron conocidas por su belleza y gracia, y por su devoción ciega hacia él”.
Antes de ser presidente, había sido congresista y ministro de Salud. A diferencia de su regular desempeño como médico, sí estuvo “preocupado por la salud de la población más pobre desde los cargos públicos (con) una creativa, activa y meticulosa labor legislativa”. Paradójicamente, desde el poder ejecutivo mostraría después muy poco respeto por las leyes, siempre injustas con el pueblo.
Desde su primer intento por ser presidente, en 1952, se alió con los comunistas más radicales. En 1970, gracias a ellos, ganó la presidencia con una pequeña ventaja. Apoyado apenas por la tercera parte de la población, el socialista soñador pretendió sacar adelante una verdadera revolución económica y social sin tener ni idea de cómo lograrlo. Reconoció que lo haría a espaldas de la mayoría de los votantes: “Soy presidente de la Unidad Popular (UP). Sería un hipócrita si dijera que soy presidente de todos los chilenos. Estoy aquí para hacer cumplir el programa de la UP, que no es el programa de todos los chilenos”. Algunos comentaristas empezaron a llamarlo PACH: Presidente de Algunos Chilenos.
Para cambiar una sociedad no bastan buenas intenciones y encanto personal, sobre todo cuando se está aliado con obsesos del poder para revolcar el establecimiento, cambiar la propiedad de los medios de producción e implantar el socialismo en contra de un porcentaje significativo de la población que valora la libertad y rechaza los medios coercitivos.
La formación política y económica de Allende presentaba serias lagunas. Aunque de joven “se enfrascaba en discusiones doctrinarias… nunca leyó a Marx, excepto trozos u obras breves. Posiblemente el Manifiesto Comunista y alguna otra”.
Sus primeras medidas de gobierno fueron voluntaristas e insensatas: aumento salarial del 25%, nacionalización de empresas, emisión monetaria, control de precios, expropiación agrícola, etc. con resultados catastróficos: enorme déficit fiscal, fuga de capitales y debacle económica. Allende se limitaba a ceder y aceptar peticiones laborales de los sindicatos. Siguiendo a su principal mentor, responsabilizó del descalabro al “invisible bloqueo financiero y económico” ejercido contra su gobierno por los EE. UU.
Tras impulsar la confrontación de clases desde el gobierno y manipular el régimen legal a su antojo, el mayor desacierto de este frustrado redentor fue indultar o amnistiar crímenes atroces para apoyar, con Cuba, la insurgencia armada en América Latina.