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La prueba ácida de cualquier teoría es soportar distintos tipos de evidencia: testimonial, estadística, histórica… Así ocurre con el planteamiento de diferencias naturales en la sexualidad.
Christian Rudder fundó OkCupid, un sitio de encuentros actualmente utilizado por más de 10 millones de personas al año para encontrar su media naranja. Rudder analiza el big data que genera su compañía. Según él, esa información es aún más reveladora que las encuestas anónimas pues ante el computador la gente actúa como si nadie la observara.
Una de sus principales conclusiones es que al buscar pareja los hombres y las mujeres realizan “cálculos sexuales” radicalmente distintos. Básicamente, ellas “lamentan el sexo que tuvieron mientras ellos añoran el que no lograron”.
Difícil concebir una descripción más gráfica de lo que la teoría de la selección sexual viene repitiendo desde Darwin en contra de la pretensión idealista de que la sexualidad femenina y masculina son idénticas. Las repercusiones del sexo, sobre todo con personas desconocidas, son totalmente asimétricas y recaen de manera desproporcionada sobre la mujer, que no puede darse el lujo de ser irresponsable. Muchas militantes, que exigen derecho al aborto y piden controlar la violencia sexual contra la mujer, respaldan implícitamente esa abismal discrepancia que por otro lado insisten en negar.
La diferencia entre los altos costos que asumen las mujeres, por el riesgo de quedar embarazadas, versus los nimios inconvenientes enfrentados por los hombres, que pueden largarse inmediatamente después de tener sexo, es lo que lleva a la necesidad de preámbulos, incluso engaños, a los que recurren ellos para seducirlas y a sofisticados filtros para detectarlos por parte de ellas.
Geoffrey Miller ha empujado al extremo el argumento que la mayor parte del cerebro humano es redundante para la supervivencia y que buena parte de actividades ausentes en otras especies, como literatura, música o pintura aparecieron precisamente para el juego de la seducción. Si componer una sinfonía no da ninguna ventaja para conseguir recursos o evitar depredadores, ¿de dónde y por qué surgió esa capacidad tan apreciada por muchísimas personas? Creer que la mente sirve sólo para resolver problemas prácticos materialistas, anota Miller, ha impedido que se investigue la evolución de la creatividad, la moralidad y el lenguaje.
Francesco Alberoni, terapeuta y ensayista, cita a un pintor japonés, para quien “el objeto sexual en los hombres está dirigido a muchas mujeres; en la mujer este se dirige hacia pocos y determinados hombres… (Para ellos) la finalidad es el placer del sexo; en las mujeres, alcanzar la felicidad y mantener una relación dulce y de colaboración”. Alberoni se refiere luego a un sexólogo italiano que tras haber atendido a un centenar de mujeres jóvenes concluye que si bien en técnicas sexuales le podrían dar lecciones, “no entienden sus propios sentimientos ni tampoco los del hombre… y ello las conduce a tener experiencias conflictivas y desastrosas, a consumir drogas y terminar en manos del psicólogo”.
Sería reconfortante saber que se trata de mujeres analfabetas que con un poco de educación superarían sus problemas, pero es todo lo contrario: son precisamente las mujeres pertenecientes a las clases sociales favorecidas, las que tal vez han tomado cursos y seminarios de género, las más obsesionadas por desconocer diferencias innatas entre sus actitudes hacia el sexo y las masculinas. Y, como hace siglos muestran la biología y la medicina, desconocer la naturaleza humana acaba pasando factura.
Nada más diferente en costumbres sexuales que la cultura japonesa y la italiana, pero el mensaje básico es similar. Muchísimos testimonios de usuarias de sitios de encuentro en los países más diversos apuntan también en esa dirección: con todo tipo de artimañas los hombres buscan sexo mientras que las mujeres deben desplegar un arsenal de exigencias y filtros para evitar hacerlo con quien no deben. Las únicas que no ponen obstáculos para que el sexo fluya sin preámbulos por las redes sociales son las escorts que captaron el potencial de portales como Tinder para ofrecer sus servicios.
Señalar tendencias naturales en la sexualidad no implica afirmar que estas sean inmodificables con cultura o educación. En el amor romántico, movimiento idealista francés del siglo XII, “el auténtico caballero servía a su dama generosa y exclusivamente, y con la misma dedicación que los vasallos debían a su señor o las esposas a sus maridos. La dama llevaba a cabo una completa transformación en el caballero al conducirlo a la perfección espiritual, mientras que ella permanecía hermética”. Este sofisticado entrenamiento y control de la sexualidad varonil era orquestado por poderosas damas aburridas de sus matrimonios de conveniencia, y de sus esposos. Buscaban aventuras sexuales, pero en términos minuciosamente definidos e impuestos por ellas: con mucho preámbulo, romance, delicadeza y exclusividad. Nada que ver con las múltiples, variadas y efímeras aventuras que mantenían sus esposos con doncellas de cualquier origen social.