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Las nuevas sexólogas recomiendan superar la noción, burda y arraigada, de que la naturaleza sexual femenina es como la masculina pero más reprimida.
La evidencia contra ese credo igualitario es mucha y muy variada para seguir afirmando que el deseo y el sexo son sólo resultado de la cultura patriarcal. Desde las poluciones nocturnas o la frecuencia en la masturbación, hasta la diferencia entre violador y víctima, pasando por la concordancia entre la excitación objetiva y la subjetiva, la manera como se adapta el cuerpo a los estímulos sexuales, el tener orgasmos muy rápido contra el no poder alcanzarlos, la iniciativa usual para hacerlo en parejas establecidas, la disposición al sexo con extraños o a pagar por servicios sexuales, son demasiadas las manifestaciones de diferencias entre ellas y ellos, físicas, psicológicas y fisiológicas como para ignorarlas en aras de postulados políticos.
Lo que excita a los hombres es simple, más o menos universal, y guarda estrecha relación con sus preferencias sexuales manifiestas. En las mujeres, el deseo sexual es menos específico: responden inconscientemente tanto a lo que dicen preferir como a un amplio y muy personal repertorio de estímulos eróticos. Además, la respuesta corporal puede ser extremadamente corta, casi automática. La nueva sexología sugiere que se trata de un mecanismo protector que, por ejemplo, lubrica los genitales para reducir la posibilidad de heridas o infecciones durante el coito, incluso si este es forzado. Al parecer, el cuerpo femenino se autoprotege contra cualquier posible ataque sexual. Al respecto, brillan por su ignorancia los jueces penales responsables de condenar violadores.
La variedad de situaciones o personas que pueden excitar a una mujer es tal que el arcaico sistema de clasificación de las excentricidades sexuales –las llamadas parafilias- está lejos de poderlas clasificar de manera pertinente. En todas las categorías tradicionales, netamente varoniles, las mujeres aparecen subrepresentadas. Aún no se tiene una idea aproximada de cuáles serían las casillas relevantes para el inventario de posibles fuentes de placer en las mujeres. Incluso la idea de clasificarlas podría ser un prejuicio masculino para describir un deseo que frecuentemente es maleable. El desafío se complica pues, según Meredith Chivers, el sistema de reacción femenino es más pasivo que proactivo, algo del tipo “propóngame a ver”.
En defensa del desprestigiado piropo, estas investigadoras plantean que podría ser provechoso. El simple hecho de ser deseada es un poderoso detonante de la pasión femenina. Hay mujeres que, como si dijeran “lo mío es el striptease”, se ponen a mil excitando a varios hombres simultáneamente. Estas observaciones plantean un dilema peculiar pues van en contra de la idea, predominante desde la liberación sexual femenina, de que la mujer controla por completo su deseo, sin depender de los demás.
Los resultados del arrechómetro femenino dejan claro que algunas mujeres se excitan corporalmente sin ser conscientes de estarlo. La explicación tradicional apuntaría a la represión y al doble estándar educativo que no las deja manifestar lo que sienten. Esta visión simplista ya no convence. La sexualidad femenina es mucho más compleja y depende no sólo de estímulos visuales sino de un conjunto más variado de circunstancias y, sobre todo, con un rol más determinante del cerebro. Es precisamente por eso que en distintas épocas y culturas la sexualidad femenina ha podido ser manipulada más fácilmente que la masculina, mucho más simple, primaria e instintiva.
Han surgido imaginativas iniciativas comerciales para medir la excitación femenina. Una diseñadora italiana patentó ropa interior femenina fabricada con fibras sensibles al calor, que cambia de color y permite detectar el tibio, tibio, caliente. También se ha propuesto un termómetro labial para allá abajo.
De todas maneras, el medidor femenino de la excitación está lejos de alcanzar su potencial. Sólo para los sensores, la tecnología va rezagada con respecto a los juguetes sexuales. Aún no se cuenta con un dispositivo como el satisfyer para ese órgano clave que es el clítoris. Cuando se disponga de un periférico idóneo, tal vez deberá ir conectado no a un receptor de impulsos eléctricos sino a un escáner de resonancia magnética. Los laboratorios como el de Chivers también podrían incluir, además de porno clips, un abanico de estímulos como poesía, música, aromas, atardeceres, promesas, ayuda con las tareas domésticas, buen vino, regalos, baile, boleros, y hasta algún “vayamos vayamos proooonto” del Oso Libidinoso de Les Luthiers.
Los adelantos en las técnicas de medición confirmarán que las mujeres no son como varones reprimidos que necesitan liberarse. De la misma manera, sin más tecnología que el PPG de Freund, habría que empezar a aceptar que los hombres, aunque básicos y predecibles, no somos mujeres obsesionadas con el sexo clamando por mayores dosis de castidad. Las estigmatizadas, ubicuas y siempre listas ganas masculinas podrían reinterpretarse positivamente como detonantes y buenas promotoras del deseo femenino.