Las monumentales discrepancias entre la soltería femenina y la masculina invitan a replantear la discusión sobre sexo y poder.
En 2014, un universitario californiano fracasado colgó en YouTube “La venganza de Elliot Rodger”. Allí explicaba por qué atacaría indiscriminadamente a un grupo de mujeres y, además, la sede de la “hermandad femenina más caliente” de la universidad. “Tengo 22 años y aún soy virgen, ni siquiera he besado a una chica. Con dos años y medio en la universidad, sigo virgen. Ha sido muy tortuoso. La universidad es para experimentar cosas como el sexo, la diversión y el placer. En esos años he tenido que pudrirme en la soledad, no es justo. Ustedes, niñas, nunca se sintieron atraídas por mí. No entiendo por qué, pero las castigaré a todas. Es una injusticia, un crimen… soy el tipo perfecto y aún prefieren hombres odiosos en lugar de a mí, el caballero supremo”. Tras matar seis personas, herir a otras y suicidarse, Rodger se convirtió en el más conocido de los solteros involuntarios, los Incel (involuntary celibate).
El mes pasado, en Toronto, Alek Minassian atropelló con una furgoneta a varios peatones dejando 10 muertos y 15 heridos. Había escrito en Facebook: “¡La ‘Rebelión Incel’ ha comenzado! ¡Derrocaremos a todos los Chads y Stacys! ¡Saluden al supremo caballero Elliot Rodger!”. En la jerga Incel, los Chads son los hombres seductores y arrogantes que conquistan y monopolizan a las Stacys que sucumben a sus encantos. Los Normies somos el resto de mortales.
Al estudiar a las maras y pandillas centroamericanas planteé que una razón para esa violencia entre pares es la lucha por mujeres. Héctor Abad llegó a la misma conclusión observando a los sicarios de Medellín, “muchachos desempleados, sin estudio… sin futuro productivo ni reproductivo, es decir, sin oficio y con peladas que pasan y nunca se los dan”.
En distintas sociedades y épocas los grupos de jóvenes solteros han sido, más que un problema, una bomba de tiempo. Muchas rebeliones en la historia resultaron de desequilibrios demográficos con marcado déficit femenino. El consuetudinario afán militar por ofrecerle a la tropa algún tipo de “consuelo” ha sido más una necesidad que un capricho machista. En la Edad Media, las autoridades de algunos pueblos franceses y andaluces montaron mancebías, burdeles municipales, para aplacar a las bandas que violaban casadas y doncellas. Civilizar jóvenes y guerreros no ha sido una tarea fácil. Los Incels hacen explícita la razón de su ira.
Una característica de la sexualidad femenina es ser excluyente. Las hembras de los chimpancés son promiscuas sin importarles con quién copulan. En los seres humanos las mujeres eligen de manera muy selectiva. La violación es un ataque directo a esa prerrogativa de elegir, que normalmente apunta por encima del promedio: en salud, apariencia y productividad, características que en conjunto implican un estatus privilegiado. La idea de un sistema patriarcal bajo el cual hombres homogéneos someten mujeres no concuerda con la rígida estratificación de la población masculina: existen pocos Chads, sexualmente atractivos y poderosos, el bulto somos Normies monóganos, y una minoría rechazada de Incels ansían sexo pero son rechazados, o aniquilados por rivales.
No es accidental que entre los ancestros de la humanidad haya el doble de mujeres que de hombres. “En promedio, a lo largo de la evolución, las mujeres han tenido más chances de reproducirse (80%) que los hombres (40%)”, entre quienes las diferencias en el éxito reproductivo han sido mucho mayores. Cerca del 8% de la población de un vasto territorio asiático desciende de Genghis Khan y sus parientes varones. La angustia existencial de los Incels es más visceral, genuina y cruel que la de Jean Paul Sartre.
Las culturas no surgieron de un enfrentamiento de hombres contra mujeres, como plantea la teoría del patriarcado, sino de grupos masculinos luchando entre sí, asumiendo enormes riesgos, estableciendo “relaciones poco profundas, menos necesarias para la supervivencia… compitiendo por respeto y otros recursos que acabaron distribuidos de manera muy desigual”. Un economista provocador se pregunta: “Si tanto nos preocupa la distribución justa de la propiedad y el dinero, ¿por qué suponemos que buscar algún tipo de redistribución sexual es inherentemente ridículo?”.
Los Incels violentos deben ser capturados y sancionados con todo el peso de la ley, llamémoslos agresores, violadores potenciales, asesinos o terroristas, condenemos cualquier relación no consensual que pretendan tener, aceptemos que requieren algún tipo de terapia, reivindiquemos los avances de esta cultura que grupos de hombres compitiendo, guerreando y tardíamente reforzados por el feminismo lograron imponer pero, por favor, no acusemos de misóginos a esos solteros vírgenes, furiosos y enceguecidos por no poder conquistar a la mujer con la que sueñan tener sexo, tal vez reproducirse y, en últimas, darle sentido a sus vidas y alcanzar alguna trascendencia.
* Facultad de Economía, Externado de Colombia.
Las monumentales discrepancias entre la soltería femenina y la masculina invitan a replantear la discusión sobre sexo y poder.
En 2014, un universitario californiano fracasado colgó en YouTube “La venganza de Elliot Rodger”. Allí explicaba por qué atacaría indiscriminadamente a un grupo de mujeres y, además, la sede de la “hermandad femenina más caliente” de la universidad. “Tengo 22 años y aún soy virgen, ni siquiera he besado a una chica. Con dos años y medio en la universidad, sigo virgen. Ha sido muy tortuoso. La universidad es para experimentar cosas como el sexo, la diversión y el placer. En esos años he tenido que pudrirme en la soledad, no es justo. Ustedes, niñas, nunca se sintieron atraídas por mí. No entiendo por qué, pero las castigaré a todas. Es una injusticia, un crimen… soy el tipo perfecto y aún prefieren hombres odiosos en lugar de a mí, el caballero supremo”. Tras matar seis personas, herir a otras y suicidarse, Rodger se convirtió en el más conocido de los solteros involuntarios, los Incel (involuntary celibate).
El mes pasado, en Toronto, Alek Minassian atropelló con una furgoneta a varios peatones dejando 10 muertos y 15 heridos. Había escrito en Facebook: “¡La ‘Rebelión Incel’ ha comenzado! ¡Derrocaremos a todos los Chads y Stacys! ¡Saluden al supremo caballero Elliot Rodger!”. En la jerga Incel, los Chads son los hombres seductores y arrogantes que conquistan y monopolizan a las Stacys que sucumben a sus encantos. Los Normies somos el resto de mortales.
Al estudiar a las maras y pandillas centroamericanas planteé que una razón para esa violencia entre pares es la lucha por mujeres. Héctor Abad llegó a la misma conclusión observando a los sicarios de Medellín, “muchachos desempleados, sin estudio… sin futuro productivo ni reproductivo, es decir, sin oficio y con peladas que pasan y nunca se los dan”.
En distintas sociedades y épocas los grupos de jóvenes solteros han sido, más que un problema, una bomba de tiempo. Muchas rebeliones en la historia resultaron de desequilibrios demográficos con marcado déficit femenino. El consuetudinario afán militar por ofrecerle a la tropa algún tipo de “consuelo” ha sido más una necesidad que un capricho machista. En la Edad Media, las autoridades de algunos pueblos franceses y andaluces montaron mancebías, burdeles municipales, para aplacar a las bandas que violaban casadas y doncellas. Civilizar jóvenes y guerreros no ha sido una tarea fácil. Los Incels hacen explícita la razón de su ira.
Una característica de la sexualidad femenina es ser excluyente. Las hembras de los chimpancés son promiscuas sin importarles con quién copulan. En los seres humanos las mujeres eligen de manera muy selectiva. La violación es un ataque directo a esa prerrogativa de elegir, que normalmente apunta por encima del promedio: en salud, apariencia y productividad, características que en conjunto implican un estatus privilegiado. La idea de un sistema patriarcal bajo el cual hombres homogéneos someten mujeres no concuerda con la rígida estratificación de la población masculina: existen pocos Chads, sexualmente atractivos y poderosos, el bulto somos Normies monóganos, y una minoría rechazada de Incels ansían sexo pero son rechazados, o aniquilados por rivales.
No es accidental que entre los ancestros de la humanidad haya el doble de mujeres que de hombres. “En promedio, a lo largo de la evolución, las mujeres han tenido más chances de reproducirse (80%) que los hombres (40%)”, entre quienes las diferencias en el éxito reproductivo han sido mucho mayores. Cerca del 8% de la población de un vasto territorio asiático desciende de Genghis Khan y sus parientes varones. La angustia existencial de los Incels es más visceral, genuina y cruel que la de Jean Paul Sartre.
Las culturas no surgieron de un enfrentamiento de hombres contra mujeres, como plantea la teoría del patriarcado, sino de grupos masculinos luchando entre sí, asumiendo enormes riesgos, estableciendo “relaciones poco profundas, menos necesarias para la supervivencia… compitiendo por respeto y otros recursos que acabaron distribuidos de manera muy desigual”. Un economista provocador se pregunta: “Si tanto nos preocupa la distribución justa de la propiedad y el dinero, ¿por qué suponemos que buscar algún tipo de redistribución sexual es inherentemente ridículo?”.
Los Incels violentos deben ser capturados y sancionados con todo el peso de la ley, llamémoslos agresores, violadores potenciales, asesinos o terroristas, condenemos cualquier relación no consensual que pretendan tener, aceptemos que requieren algún tipo de terapia, reivindiquemos los avances de esta cultura que grupos de hombres compitiendo, guerreando y tardíamente reforzados por el feminismo lograron imponer pero, por favor, no acusemos de misóginos a esos solteros vírgenes, furiosos y enceguecidos por no poder conquistar a la mujer con la que sueñan tener sexo, tal vez reproducirse y, en últimas, darle sentido a sus vidas y alcanzar alguna trascendencia.
* Facultad de Economía, Externado de Colombia.