Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Negociar en política pasó de moda. Incluso en países con larga tradición de pragmatismo y búsqueda de acuerdos empiezan a imponerse el voluntarismo y la confrontación irracional.
“La política real casi siempre acaba devorando a sus potenciales alternativas una vez que acceden al poder […] Por eso mismo sorprende que se busque refugio en quienes se limitan a ofrecer una emoción como único argumento […] Es el epítome del absurdo: cuando más compleja se hace la gobernanza, tanto más infantil y primaria resulta la respuesta de los ciudadanos insatisfechos. No gusta lo que vemos y recurrimos a los más ineptos e indeseables, a quienes se guían por las vísceras, no a los potencialmente más capaces”.
Cualquier petrista convencido pensaría que las afirmaciones anteriores son de antipetristas ibidem describiendo lo que está pasando con el gobierno del cambio. Algo similar ocurrió hace un cuatrienio, con hinchadas diferentes, como reacción a la victoria de Duque. Pero no, se trata de un analista español comentando el giro a la ultraderecha de los “indignados” alemanes.
Si en lo que se creía el oasis político del norte de Europa ya priman las emociones, la campaña española para las elecciones municipales es vergonzosa. La compra abierta y descarada de votos en Melilla —entre €100 y 150€ por papeleta— permitió multiplicar por siete el número de electores por correo. “Hacen lo que sea con tal de conseguir votos”, comentaba un habitante. Esa misma observación le cabe a la oferta de Pedro Sánchez para atraer votantes mayores de 65 años: entrada subsidiada al cine los martes.
El intenso mercadeo proselitista lo enmarcan insultos recíprocos entre izquierda y derecha con el centro en silencio. Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, es famosa por sus “malas formas” durante las sesiones de control a su gobierno. “¡Sinvergüenzas, bolcheviques, delincuentes, mezquinos!”, son algunos de los epítetos que la oposición ha recibido en estos últimos dos años. La tirria que la estrella del PP les tiene a sus adversarios se entiende no solo por destapar chanchullos que la salpican sino porque algunos socialistas pesados han hecho público su desprecio hacia ella. En plena campaña electoral del 2021, José Félix Tezanos, presidente del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), escribió sobre su “escasa entidad intelectual y política”. A sus votantes los calificó de “tabernarios”, ese “amplio sector en torno al mundo de las tabernas, los bares, los restaurantes y similares” que abundan en Madrid. Con esa base, la candidata y sus asesores habrían desarrollado “un discurso sociológico y político que, bajo la bandera de la libertad —libertad de tabernas—, ha logrado movilizar un amplio apoyo”. Como si a la izquierda no hubiera vida nocturna, Tezanos se limita a “un variopinto substrato de apoyos integrado por empresarios del sector que operan como eficientes agentes electorales permanentes, junto a bastantes jóvenes y adultos habituales de tal tipo de establecimientos”.
La mezcla de corrupción endémica, retórica insulsa y resultados mediocres —casi siempre en seguridad o inmigración— ayuda a entender el péndulo de preferencias electorales que busca evitar los males sufridos con el gobernante inmediatamente anterior sin importar cómo logrará cumplir sus promesas quien llega al poder.
Sin Bolsonaro no se entiende el reencauche de Lula da Silva, que ahora aparece como estadista global capaz de terminar la guerra de Ucrania dialogando con Putin, pero que como presidente no logró solucionar los enfrentamientos entre policía y pandillas en sus ciudades. “En las favelas de Brasil, esa década (2007-2016) estuvo repleta de campañas de pacificación que solo desviaban la violencia hacia otros lados mientras el Gobierno parecía incapaz de salir adelante”, anotaba en 2018 un reportaje de The New York Times sobre un flagelo existente desde la presidencia de Lula que sigue sin resolver. En 2023 Euronews reporta que “un operativo policial en una favela de Río de Janeiro termina en un baño de sangre”.
El yoyo con la Constitución chilena lo inició un soñador sin experiencia animado por una aguda confrontación ideológica entre allendistas y pinochetistas. Cuando la política muta a enfrentamientos perennes e irreconciliables entre visiones del mundo antagónicas es imposible lograr acuerdos para superar problemas específicos. Además, se siguen tratando de diseñar todas las reformas, en distintos ámbitos, con la misma ideología cuando unos sectores requieren ajustes a la izquierda, otros necesitan ortodoxia y todos un buen polo a tierra con mucha información rigurosa. Si no se desmenuzan, las dificultades se refuerzan y enredan hasta el punto de dejar al gobernante con evadirse a echar globos como opción más atractiva.
Ante la hecatombe constitucional, tal vez Boric opte por buscar invitaciones internacionales para dar cátedra sobre fortalecimiento de la democracia. Las dificultades con la Paz Total podrían provocar el impulso histórico de apoyar a Lula en su diálogo con Putin.