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El activismo trans se tornó tan insólito y delirante que ya podría considerarse una variante del surrealismo. Lamentablemente, le falta la genialidad, la estética, y el sentido del humor de ese movimiento artístico.
“Aborto libre para todes” es el título de un escrito en el que con pasmosa seriedad, de manera contundente y transcendental, una reconocida feminista celebra la expedición de la Resolución 051 de 2023 del Ministerio de Salud Colombiano, en la que “uno de sus puntos más importantes está en el lenguaje, porque habla de abortos para mujeres, niñas, hombres trans y personas no-binarias”. Reconoce que tener en cuenta todas esas identidades ha causado un gran debate dentro del feminismo pues “al no reconocer que los hombres trans y las personas no-binarias que necesitan abortos, se añadía una capa más de discriminación y una barrera extra de acceso a un aborto libre, seguro y oportuno”.
Para calibrar la magnitud del descache, conviene tratar de imaginar el escenario de un hombre trans que solicite un aborto. Se trataría de una persona nacida mujer que, al identificarse como hombre, probablemente se inyectó testosterona, se dejó crecer la barba, utilizó prendas masculinas para vestirse etc… etc… pero dejó su aparato reproductor intacto por si luego quería tener hijos. Por lo general estos hombres trans -que en realidad conservan el sexo femenino con el que nacieron y por eso pueden dar a luz- se emparejan con mujeres. Así, para quedar embarazadas deben encontrar un donante de esperma. Y si necesitan abortar es porque algo falla en sus planes. No parece verosímil plantear que buscan interrumpir su embarazo motivo violación.
En cualquier caso, este no es un escenario al que valga la pena dedicarle demasiada reflexión. Sería árido desvelarse por una mujer contundentemente excepcional, un épsilon % de la población, porque la ley no hace explícito el género que eligió, concordante con su apariencia pero no con su sexo ni su anatomía ni su posibilidad de ser madre.
El movimiento artístico surrealista buscaba enviar un mensaje subversivo y perturbador pero divertido, alegre, armonioso, estético y libertario. Su relación con el público fue siempre peculiar. No se preocupaban por agradar y algunos iban al extremo de querer hacer difícil el acceso a su obra. Con bastante soberbia, André Breton sentenciaba que “la aprobación del público debe evitarse a toda costa. Es imperioso evitar que el público entre si se quieren evitar confusiones”. Y aunque las obras, una vez publicadas, ya se escapaban de su autor, varios de los ellos “multiplicaron los obstáculos, psicológicos y materiales, para hacer difícil el acceso”. Tirajes limitados, ediciones ilustradas y costosas caracterizaron con frecuencia las obras de este excéntrico grupo. Antonin Artaud hizo explícito su deseo de que la gente acudiera a ver sus piezas de teatro con la impresión de arriesgar su vida. “El lector del surrealismo debe estar preparado a una transformación radical de su ser: se lanza a una aventura al abordar un texto ilegible, incomprensible”.
A pesar de lo anterior este movimiento parisino logró extenderse al resto de Europa y al mundo. La parte gráfica del movimiento dejó un legado que ha llegado a artistas contemporáneos de distintos países. René Magritte es tal vez el más conocido de los pintores. Los posters y postales basados en sus obras son un fenómeno masivo.
Hace un año asistí a una excelente exposición de la obra de este pintor belga en Barcelona. Me sorprendió la cantidad de asistentes -todas las edades y muchas nacionalidades- que admiraban detenidamente su obra. En particular, me llamaron la atención varias grupos que parecían miembros de una misma familia embarcados en animadas discusiones sobre lo que se asemejaba a una realidad más real que la de una fotografía. Es apreciable y necesario el arte que desafía el statu quo, cautiva por su belleza, invita a la reflexión y simultáneamente, genera animadas discusiones sobre la posibilidad de distintos puntos de vista e interpretaciones. El Jardín de las Delicias del Bosco o el Guernica de Picasso son ejemplos de esas obras desconcertantes pero populares que sólo incomodan a la caverna más reaccionaria.
En el otro extremo, el surrealismo LGBT ha logrado exactamente lo contrario con su teoría de género: imponer de manera cada vez más autoritaria, coercitiva y hasta violenta una visión del mundo y de los seres humanos que solo acepta una reducida élite intelectual o académica que progresivamente se queda sola respaldando la charlatanería.
Sospecho que somos muchos quienes preferimos, de lejos, el cuadro de Magritte titulado “Esto no es una pipa” con una representación detallada de ese objeto que el reportaje sobre Rubén Castro, joven madrileño de 27 años, educador infantil, que quedó embarazado y dio a luz a su hije Luar ilustrado con una foto de perfil que ni siquiera se molestaron en titular “esto no es una mujer”.
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