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                                                                                                                                Un cubano libre, rebelde, versátil, genial

                                                                                                                                Carlos Acosta, Yuli, es un extraordinario bailarín y coreógrafo mulato, nacido en Cuba. Su trayectoria, rica en varias dimensiones, es inspiradora. Mundialmente reconocido, brilló gracias a su padre y a pesar del régimen comunista.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Qué contraste con las nuevas generaciones narcisistas, voluntaristas y mimadas, que pretenden acceso a las artes, a la cultura e incluso a la historia desde un cómodo safe space inmaculado y sin referencias dolorosas o desagradables. En su casa, desde niño, Acosta aguantó no sólo la terquedad y violencia paternal, sino un duro racismo. Su madre y su hermana —que acabaría suicidándose— eran las únicas que, por ser blancas en el territorio libre de América, podían ir a la playa de Varadero y tenían un pasaporte para emigrar. Yuli y su hermana Marilín “eran los negros, hijos de un hombre de carácter rudo, descendiente de esclavos, que desde pequeño trató de inculcarles que por ser negros y pobres tenían que esforzarse y luchar el triple que los demás”.

                                                                                                                                Con 16 años ganó la medalla de oro en el Grand Prix de Lausanne y a los 18 lo contrataron como primer bailarín del English National Ballet. Volvió al Ballet Nacional de Cuba, pero se sintió menospreciado y se marchó. “Yo ya era primer bailarín, había bailado con grandes figuras, y al venir para acá me pusieron como tres categorías por debajo”. No sorprende esta reacción de un régimen obsesionado por la igualdad de resultados, no de oportunidades, que no tolera el éxito personal sin entender que el móvil primario de la competencia entre individuos, de la evolución misma, “no es la supervivencia del apto sino de la aptitud en general”. El principal interés de un régimen comunista como el cubano es “exaltar el mérito de no tener méritos”. Eso garantiza sumisión y lealtad. La espontaneidad, el éxito individual, aun alcanzado con trabajo, sufrimiento, sacrificio y dolor, se perciben con recelo y envidia. Así, se instala “la planificación ejercida por un déspota rodeado de servidores”, encargados de decidir quiénes alcanzan posiciones favorables dentro de un rígido sistema jerárquico.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                El éxito súbito alcanzó a marearlo. “Si soy una estrella, me tengo que vestir como tal. Me puse mi Prada y mi Cartier, me miré en el espejo… y me di cuenta de que estaba poniéndome encima un total de $6.000 [dólares], lo suficiente para comprarle un apartamento en Cuba a mi familia”. Hubiera querido llamarlos, pero recordó la principal enseñanza de su padre: nunca mirar para atrás.

                                                                                                                                Siguiendo ese sabio consejo persistió en sus sueños. Regresó a Cuba buscando rehabilitar el sitio encantado de su infancia: las ruinas de la Escuela Nacional de Arte. La envidia y los dogmas volvieron a sabotear su iniciativa con el cliché de que la educación, incluso bien financiada, no puede ser privada.

                                                                                                                                Ver más…

                                                                                                                                Carlos Acosta, Yuli, es un extraordinario bailarín y coreógrafo mulato, nacido en Cuba. Su trayectoria, rica en varias dimensiones, es inspiradora. Mundialmente reconocido, brilló gracias a su padre y a pesar del régimen comunista.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Qué contraste con las nuevas generaciones narcisistas, voluntaristas y mimadas, que pretenden acceso a las artes, a la cultura e incluso a la historia desde un cómodo safe space inmaculado y sin referencias dolorosas o desagradables. En su casa, desde niño, Acosta aguantó no sólo la terquedad y violencia paternal, sino un duro racismo. Su madre y su hermana —que acabaría suicidándose— eran las únicas que, por ser blancas en el territorio libre de América, podían ir a la playa de Varadero y tenían un pasaporte para emigrar. Yuli y su hermana Marilín “eran los negros, hijos de un hombre de carácter rudo, descendiente de esclavos, que desde pequeño trató de inculcarles que por ser negros y pobres tenían que esforzarse y luchar el triple que los demás”.

                                                                                                                                Con 16 años ganó la medalla de oro en el Grand Prix de Lausanne y a los 18 lo contrataron como primer bailarín del English National Ballet. Volvió al Ballet Nacional de Cuba, pero se sintió menospreciado y se marchó. “Yo ya era primer bailarín, había bailado con grandes figuras, y al venir para acá me pusieron como tres categorías por debajo”. No sorprende esta reacción de un régimen obsesionado por la igualdad de resultados, no de oportunidades, que no tolera el éxito personal sin entender que el móvil primario de la competencia entre individuos, de la evolución misma, “no es la supervivencia del apto sino de la aptitud en general”. El principal interés de un régimen comunista como el cubano es “exaltar el mérito de no tener méritos”. Eso garantiza sumisión y lealtad. La espontaneidad, el éxito individual, aun alcanzado con trabajo, sufrimiento, sacrificio y dolor, se perciben con recelo y envidia. Así, se instala “la planificación ejercida por un déspota rodeado de servidores”, encargados de decidir quiénes alcanzan posiciones favorables dentro de un rígido sistema jerárquico.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                El éxito súbito alcanzó a marearlo. “Si soy una estrella, me tengo que vestir como tal. Me puse mi Prada y mi Cartier, me miré en el espejo… y me di cuenta de que estaba poniéndome encima un total de $6.000 [dólares], lo suficiente para comprarle un apartamento en Cuba a mi familia”. Hubiera querido llamarlos, pero recordó la principal enseñanza de su padre: nunca mirar para atrás.

                                                                                                                                Siguiendo ese sabio consejo persistió en sus sueños. Regresó a Cuba buscando rehabilitar el sitio encantado de su infancia: las ruinas de la Escuela Nacional de Arte. La envidia y los dogmas volvieron a sabotear su iniciativa con el cliché de que la educación, incluso bien financiada, no puede ser privada.

                                                                                                                                Ver más…

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