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Femen, el grupo feminista español más radical e intransigente, logra hacerse oír, mostrar su indignación y llegar a un amplio público sin causar daño ni perturbar la tranquilidad ciudadana.
La disciplina y precisión con la que se organizó en Madrid una protesta frente al Ministerio de Justicia el pasado 11 de junio fue casi castrense. Vestidas de negro, las manifestantes se reunieron en un bar cercano, se pusieron coronas de flores en la cabeza y desnudaron su torso en el que pintaron consignas. “Negar el machismo nos mata” clamaba la pancarta. Graduada en Historia del Arte, con 28 años, Lara Alcázar, la capitana, insiste que “nosotras no cantamos, gritamos”.
La principal consigna de seguridad es “si te coge la policía, peso muerto”. Eso no sólo hay que decirlo sino ensayarlo. Hace nueve años que este grupo de mujeres practica el sextremismo: usan su cuerpo como arma política. Todas las semanas entrenan y reciben instrucciones sobre cómo enfrentar a las autoridades. Lara escribe en un tablero y las demás observan con atención. La jerarquía es indiscutible. “Entro y empiezo a gritar eslóganes… Aquí no podemos improvisar”. Eso las pondría en riesgo.
El martes anterior a la protesta hubo cambio de planes. No empezaron a las 19:00 sino una hora antes. Decidieron que en vez de cortar el tráfico, que es un delito, se pararían en la puerta del Ministerio. Como mucho, incomodarían a algunos peatones.
La resistencia a la policía, explica la líder, debe “ser activa, pero pacífica, pues está prohibido que las activistas agredan a la autoridad en mitad de una acción, ni siquiera como forma de defensa”. De ese afán por cumplir la ley viene la insistencia en mantener una posición fija, un peso muerto para evitar ser derribadas por la policía. Esa prudencia elemental no debe confundirse con sumisión. Su actitud es firme y audaz pero no violenta. Una veterana al mando de la retaguardia explica que “el miedo al comienzo se olvida cuando te llenas de rabia por lo que estás denunciando, las ganas de cambiar las cosas te darán la fuerza”.
Al acercarse al sitio, hacen fila de dos en dos, y no con cualquiera sino con la persona designada por la líder. “Aquí como en el cole, con la que te dice la profesora, esa te toca”. Recomiendan pensar en “algo que te dé mucha rabia”. Con eso practican los gritos y desnudan cierta incoherencia con la cartilla feminista según la cual la agresión verbal, si es masculina, anuncia maltrato físico, golpes e incluso feminicidio, al que consideran “una emergencia nacional”.
En los ensayos, unas mujeres hacen de activistas que sostienen carteles y otras de policías que intentan derribarlas. La consigna es no reaccionar, solo “aguantar la posición lo más firme posible, lo más vertical que puedan… Tiene que ser una resistencia pacífica” insiste Lara para justificar las maniobras de evasión.
A pesar de la precisión de las formas, algunos contenidos de las protestas de Femen están contaminados por cierta retórica vaga e incongruente del feminismo y la prensa española. Por los mismos días del plantón ante el Ministerio de Justicia hubo indignación ante el hallazgo del cadáver de Olivia, la niña de seis años asesinada por su padre quien también desapareció a su hermana. De entrada, el crimen de este hombre fue calificado de “violencia machista”, esa que se ejerce solo contra las mujeres por el simple hecho de serlo.
La apresurada calificación del móvil se impuso a pesar de que el autor del crimen también habría podido suicidarse e “improvisó el asesinato” sedando a sus hijas previamente para que no vivieran con la madre y su nueva pareja, un hombre belga. O sea, la escena clásica de celos inmortalizada por Medea, el personaje de la tragedia Eurípides que, abandonada por su esposo Jasón para casarse con otra, decide vengarse asesinando a sus dos hijos.
No hace falta remontarse a la mitología griega para entender que una mujer puede, en un arranque de celos o desesperación, matar a sus propios hijos sin que se le endilgue el epíteto de misándrica. El mismo día del escándalo por el asesinato de Olivia, se supo de Yaiza, una niña de 4 años asesinada por su madre en Cataluña. El padre se quejaba por la escasa atención al caso en los medios.
Aunque tenga deslices doctrinarios, la protesta de Femen es, de lejos, preferible a las que azotan el país hace varias semanas. No solo porque en el paro colombiano abundan incoherencia e irresponsabilidad sino porque, definitivamente, una manifestación diseñada y ensayada para no ser violenta es preferible a una sin ningún control. Además, tras meses de entrenamiento y cerca de dos horas de preparación, la protesta feminista duró muy poco. Nada que ver con el sabotaje de sindicalistas que, improvisando cotidianamente, amenazan con un paro que podría durar hasta las elecciones en 2022, importándoles bien poco los estragos que causan.