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En vez de hacer preguntas y contrastar fuentes, la revista Semana convirtió la versión del Ejército sobre lo ocurrido en Puerto Leguízamo (Putumayo) en una verdad periodística.
No es la primera ni será la última vez que Vicky Dávila confunde lo uno con lo otro. Si lo hace con agenda escondida o de una manera inocente, poca importancia tiene. Lo que sorprende en esta ocasión es la facilidad con la que nos venden la narrativa del Ejército sobre lo degeneradas que serían las zonas cocaleras.
Para justificar los desmanes del operativo militar y no explicar el asesinato de civiles, ya vamos en que se trató, en realidad, de un “bazar cocalero”. El nombre es casi divertido y típicamente infantil. Muy al estilo de Dávila. O de las salidas del propio ministro de Defensa, Diego Molano.
Sin embargo, vale la pena detenerse unos instantes en los supuestos que hay en la idea del bazar cocalero.
Por “bazar” debemos entender mucho más que una fiesta en torno a la música, la comida y el licor. Estamos ante una bacanal. Una orgía. Si además es un bazar cocalero, cualquier cosa inimaginable puede pasar y está permitida. En el diccionario periodístico de la nueva revista Semana no hay familias cocaleras. Hay narcos y mafiosos que no pueden contener sus instintos más primarios.
Hay una gente que no es gente.
La representación de los territorios cocaleros como espacios de parranda y desenfreno no se la inventó Vicky ni es, por supuesto, muy original. Pero la posibilidad de justificar abiertamente la militarización de estos espacios sí es un legado de los ministros de Defensa de Duque.
Lo que le sigue al bazar cocalero entendido como agasajo de personajes moralmente inferiores y al margen de la ley es, en la lógica militar, la justificación de la violencia. Esa sí, incontenible y a todo dar. Sin tregua, como dicen.