Lo explicó elocuentemente Jacqueline Castillo, una de las madres de Soacha: “Sabemos que hace 16 años nuestros familiares fueron tirados en fosas comunes y él viene y ahora tira esas botas en la basura como hicieron… con los cuerpos de nuestros familiares”. Mucho más que una acusación, una descripción de las últimas andanzas del apadrinado de María Fernanda Cabal.
Como se sabe, en esta ocasión Polo Polo decidió recoger las botas con las que las madres de los colombianos recuerdan a los asesinados por los militares para hacerlos pasar por guerrilleros muertos en combate. Cualquiera sea la indignación que produce el lamentable acto, no deja de ser diciente que sean justamente las botas las que llaman la atención del joven e inarticulado congresista. Las mismas botas que el ejército utilizaba para su teatro de los héroes encargados de salvar la patria.
El gesto artístico con el que las madres las han convertido en artefacto es tan sutil como efectivo. Algo poderoso le evocarán las botas al congresista como para que se decida a intervenir. Ese querer enderezar el sentido de las botas arrojándolas a una bolsa de basura es una actuación más del teatro con el que otros camuflaron ejecuciones extrajudiciales en supuestos enfrentamientos armados.
Basta con escuchar algunos de los testimonios de los militares que ya han aceptado su responsabilidad ante la JEP para encontrar la importancia de la puesta en escena, del engaño. Una y otra vez.
Sin darse cuenta, Polo Polo pasó de su performance de estridente tonto útil de la extrema derecha, que con seguridad habrá celebrado, a protagonista de una historia que todavía estamos escribiendo. Como cuando mandaron a pintar de blanco el mural con la pregunta de quién dio la orden, sin darnos la respuesta, pero corroborando la relevancia de la pregunta.
A Polo Polo no queda sino agradecerle su simpleza para mantener viva la memoria de los falsos positivos.
Lo explicó elocuentemente Jacqueline Castillo, una de las madres de Soacha: “Sabemos que hace 16 años nuestros familiares fueron tirados en fosas comunes y él viene y ahora tira esas botas en la basura como hicieron… con los cuerpos de nuestros familiares”. Mucho más que una acusación, una descripción de las últimas andanzas del apadrinado de María Fernanda Cabal.
Como se sabe, en esta ocasión Polo Polo decidió recoger las botas con las que las madres de los colombianos recuerdan a los asesinados por los militares para hacerlos pasar por guerrilleros muertos en combate. Cualquiera sea la indignación que produce el lamentable acto, no deja de ser diciente que sean justamente las botas las que llaman la atención del joven e inarticulado congresista. Las mismas botas que el ejército utilizaba para su teatro de los héroes encargados de salvar la patria.
El gesto artístico con el que las madres las han convertido en artefacto es tan sutil como efectivo. Algo poderoso le evocarán las botas al congresista como para que se decida a intervenir. Ese querer enderezar el sentido de las botas arrojándolas a una bolsa de basura es una actuación más del teatro con el que otros camuflaron ejecuciones extrajudiciales en supuestos enfrentamientos armados.
Basta con escuchar algunos de los testimonios de los militares que ya han aceptado su responsabilidad ante la JEP para encontrar la importancia de la puesta en escena, del engaño. Una y otra vez.
Sin darse cuenta, Polo Polo pasó de su performance de estridente tonto útil de la extrema derecha, que con seguridad habrá celebrado, a protagonista de una historia que todavía estamos escribiendo. Como cuando mandaron a pintar de blanco el mural con la pregunta de quién dio la orden, sin darnos la respuesta, pero corroborando la relevancia de la pregunta.
A Polo Polo no queda sino agradecerle su simpleza para mantener viva la memoria de los falsos positivos.