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Más de un especialista en política de drogas tiene razón en que el llamado del presidente Gustavo Petro a que el Estado compre la cosecha de coca fue hecho a la carrera y sin lineamientos claros. La iniciativa contrasta, además, con las palabras de la ministra de Justicia sobre la posibilidad de regresar a la aspersión con un químico diferente al glifosato.
Como se sabe, administraciones anteriores a la de Petro ya habían sugerido la compra de hoja coca a los campesinos cultivadores, Uribe incluido, así como se ha hablado insistentemente de sustitución de cultivos sin ningún éxito real. O de fumigaciones, que las ha habido en todas las intensidades y formas imaginables.
El único camino que seguimos sin transitar es el de la legalización. O, cuando menos, el de la regulación por parte de las propias comunidades. Mientras tanto, el gobierno persiste, ahí sí por el camino que es, en presionar en las Naciones Unidas la salida de la hoja de coca de los tratados internacionales que desde 1961 la consideran un narcótico al nivel de la heroína.
Por estos días se celebró en Nueva York un evento en el que las misiones permanentes de Colombia y Bolivia, bajo el bien escogido título de “La planta sagrada: desintoxicando narrativas alrededor de la hoja de coca”, retomaron la infinita lista de razones por las que es necesario corregir y actualizar las convenciones de estupefacientes existentes.
La exposición ‘Coca, Palabra-Mundo’ merece más de un texto y entrevista con los artistas invitados. Entre tanto, ilustrativa y entretenida la intervención de Wade Davis. De rescatar la anécdota sobre un cargamento de droga proveniente de Colombia y confiscado en Filadelfia hace un par de años con gestos de complacencia entre los valientes y listos encargados de las aduanas. Tan intoxicadas están las narrativas que lo que era a todas luces mambe fue confundido con una suerte de ingeniosa y peligrosísima “cocaína verde”.