En vez de usar el testimonio del niño que admira a Pablo Escobar como justificación para la construcción de otra sala en la Casa de la Memoria, una que permita una conversación abierta sobre lo narco, el alcalde Federico Gutiérrez optó por una salida mucho más infantil: prefirió dinamitar el pasado.
Infantil, costosa y grandilocuente, además de inútil. Y si no inútil (igual y le sacó un provecho personal a punta de aplausos fáciles y espectáculo), por lo menos imposible. Desaparecer el pasado es de magos, máquinas del tiempo y, por supuesto, políticos demagogos. No solo no se puede eliminar el pasado por fuera de las...
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