En la página 235 de su libro sobre la protesta en Colombia, Mauricio Archila escribió que en 1988 los derechos humanos llegaron a ser “el principal motivo de movilización de todos los sectores sociales subalternos”. Se oponían, si se quiere, a la violencia. A la violencia contra la propia posibilidad de la movilización. Y de la protesta. A las detenciones arbitrarias. A la tortura. A la violencia estatal y paramilitar.
A este tipo de reconstrucciones históricas ha dedicado buena parte de su carrera el profesor Mauricio Archila. Con fuentes que se pueden rastrear. Con reparos sobre el comportamiento violento de los grupos armados. Con una mirada completamente crítica al ejercicio violento de las guerrillas. Con métodos verificables y teorías compartidas y debatidas por una comunidad académica ya no solo nacional sino transnacional.
Con su pionero trabajo sobre algo tan fundamental como la capacidad de reacción colectiva frente a las injusticias, varias generaciones nos hemos educado. A Archila lo leemos en Colombia, pero también lo siguen en universidades estadounidenses, canadienses y europeas. No son casuales las voces locales e internacionales de solidaridad ante los viles ataques de Uribe.
Estamos, sin duda, ante un clásico. Que por supuesto el expresidente no se ha tomado la molestia de leer. Ligero y visceral como es, Uribe prefirió cortar camino y volver a su ya conocida formulita de la inculpación sin fundamentos, que la aplica aquí y allá como mejor le parece y sin ninguna consideración. Pues bien, nada de lo que el impune amenazador de personas diga sobre el historiador logrará desaprender la influencia que tiene su obra. Esa lucha ya está perdida.
Queda, sin embargo, la otra. La del matoneo como estrategia. No es que de tanto calumniar algo quede, como se dice. Es que personas pierden vidas. Mauricia Archila, uno de los serios estudiosos más urgentes del país, se le antoja a Uribe un promotor del terrorismo. Comuníquese, sépase ¿y cúmplase? ¿No estamos, también, ante una amenaza?
En la página 235 de su libro sobre la protesta en Colombia, Mauricio Archila escribió que en 1988 los derechos humanos llegaron a ser “el principal motivo de movilización de todos los sectores sociales subalternos”. Se oponían, si se quiere, a la violencia. A la violencia contra la propia posibilidad de la movilización. Y de la protesta. A las detenciones arbitrarias. A la tortura. A la violencia estatal y paramilitar.
A este tipo de reconstrucciones históricas ha dedicado buena parte de su carrera el profesor Mauricio Archila. Con fuentes que se pueden rastrear. Con reparos sobre el comportamiento violento de los grupos armados. Con una mirada completamente crítica al ejercicio violento de las guerrillas. Con métodos verificables y teorías compartidas y debatidas por una comunidad académica ya no solo nacional sino transnacional.
Con su pionero trabajo sobre algo tan fundamental como la capacidad de reacción colectiva frente a las injusticias, varias generaciones nos hemos educado. A Archila lo leemos en Colombia, pero también lo siguen en universidades estadounidenses, canadienses y europeas. No son casuales las voces locales e internacionales de solidaridad ante los viles ataques de Uribe.
Estamos, sin duda, ante un clásico. Que por supuesto el expresidente no se ha tomado la molestia de leer. Ligero y visceral como es, Uribe prefirió cortar camino y volver a su ya conocida formulita de la inculpación sin fundamentos, que la aplica aquí y allá como mejor le parece y sin ninguna consideración. Pues bien, nada de lo que el impune amenazador de personas diga sobre el historiador logrará desaprender la influencia que tiene su obra. Esa lucha ya está perdida.
Queda, sin embargo, la otra. La del matoneo como estrategia. No es que de tanto calumniar algo quede, como se dice. Es que personas pierden vidas. Mauricia Archila, uno de los serios estudiosos más urgentes del país, se le antoja a Uribe un promotor del terrorismo. Comuníquese, sépase ¿y cúmplase? ¿No estamos, también, ante una amenaza?