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En el mundo de los legados del narcotráfico y sus historietas de violencia que tanto gustan en televisión, suele haber uno que otro desenlace tan inesperado como entretenido. Si no es que inspirador.
El de la lavandería que idearon los hermanos Rodríguez Orejuela es uno de esos casos, con final todavía inacabado, que ameritaría libreto, videojuego, podcast, serie, libro y novela gráfica.
La idea de un emporio de droguerías cuyo nombre no sería otro que La Rebaja, dedicado a lavar el dinero de las drogas ilegales del Cartel de Cali, ya era en sí misma maravillosa en su simpleza, cinismo y rebeldía. Cientos de establecimientos conectados, bien distribuidos y mejor surtidos, vendiendo salud. Otra jugada del Ajedrecista, dirían los amigos de la infumable romantización. Mejor que un cartel: una red.
Como se sabe, la extinción de dominio de las más de 800 farmacias, ratificada por el Tribunal de Bogotá hace algunos meses, llevó a que el Estado quedase encargado del lucrativo negocio. La economía naranja jamás soñó tan alto.
Según lo anunciado recientemente desde la Sociedad de Activos Especiales, heredera del emprendimiento, la larga lista de locales hará parte de otra red. Esta vez, asociada a la fabricación nacional y la venta de medicamentos a bajo costo. Drogas La Rebaja... pero con drogas genéricas, el apoyo del Ministerio de Salud y la posibilidad de garantizar el trabajo de las familias que hacen viable el funcionamiento de la operación.
El futuro a mediano y largo plazo de tanto ir y venir todavía es incierto. O el relato termina en lo que va, o nos lanzamos, ojalá, a lo que viene. De la simple anécdota para contar en las facultades de administración de empresas pasamos a un documental sobre los oscuros años perdidos en que la marihuana y la cocaína no solo estaban prohibidas en las droguerías sino que tampoco enriquecían las arcas de la salud pública.