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Cualquiera que sea el futuro director del Centro de Memoria Histórica, el riesgo siempre será el mismo: o continúan los esfuerzos hechos para construir una memoria diversa y plural del conflicto, o arranca, de plano, la era del revisionismo como política de Estado.
Para lo primero todavía falta por hacer. En la Casa de la Memoria de Tumaco, por ejemplo, son tantos los retos que se hace memoria de lo que pasó y lo que está pasando. La memoria del conflicto se reconstruye y es vital para las nuevas generaciones tumaqueñas pese a que el conflicto continúa.
Para la llegada del revisionismo, entre tanto, bastaría con que el uribismo menos democrático tome las riendas de la memoria histórica. Inmediatamente después se le convertiría en una fábrica de medias verdades con el propósito de volver a la narrativa de la amenaza terrorista.
Lo peor es que ni siquiera los militares, cuyo honor dicen defender los uribistas, están en esa onda. Bastaría con leer los trabajos conjuntos que se hacen con militares y memoria histórica para entender que el Ejército ya integró los derechos humanos y el derecho internacional humanitario a sus propias formas de explicar el conflicto armado.
Confieso que la idea de un Alfredo Rangel despachando desde el uribismo como reemplazo del historiador Gonzalo Sánchez produce escalofríos. Sería el fin de una era en la que las víctimas fueron escuchadas y dignificadas. Incluidas las víctimas de la guerrilla. El problema está en que los críticos ni siquiera han leído los informes. Ni les interesa. Para el Centro Democrático, la memoria histórica es un botín y no un lugar de encuentro y construcción colectiva de verdades.
¿Y si nos salvamos de Rangel pero sube una persona abiertamente homofóbica y convencida de la inexistencia del conflicto, como es el caso de Mario Javier Pacheco? ¿Qué harán con las bases de datos y los testimonios de las personas contrarias al uribismo? ¿Los perseguirán?