En Bogotá hay un espacio que pocos frecuentan o saben que existe: el Museo de la Fiscalía. Es pedagógico, entretenido y está bien montado. Vale la pena visitarlo. Las historias de criminalidad expuestas, con objetos reales, leyendas explicativas y sus periodizaciones, cumplen las veces de relato oficial y vitrina. Reflejan nuestros males y dificultades tanto como la participación discursiva del Estado en los mismos.
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En Bogotá hay un espacio que pocos frecuentan o saben que existe: el Museo de la Fiscalía. Es pedagógico, entretenido y está bien montado. Vale la pena visitarlo. Las historias de criminalidad expuestas, con objetos reales, leyendas explicativas y sus periodizaciones, cumplen las veces de relato oficial y vitrina. Reflejan nuestros males y dificultades tanto como la participación discursiva del Estado en los mismos.
Una foto de avionetas y glifosato en el capítulo del narcotráfico llama la atención. La avioneta que esparce el herbicida se parece a cualquier otra avioneta encargada de las fumigaciones. El paisaje rural y verde también es indistinguible de otros. En la leyenda que acompaña la imagen, sin embargo, vale la pena detenerse: “Monitoreo ambiental”.
Así le llamaban durante el Plan Colombia al ejercicio aéreo que llevó al ecocidio que supuso el uso de glifosato esparcido sobre personas, animales, plantas, ríos, bosques y territorios fronterizos. Y así le llaman ahora algunos de sus defensores a la necesidad de una base militar en la isla de Gorgona, con muelle, alojamientos y radar.
Cualquiera sea la realidad material de la obra militar (subestación de guardaparques, según el traductor a lengua biodiversa), las necesidades regionales de los gringos en materia de seguridad se camuflan en el lenguaje de la importancia de lo ambiental y su protección.
Conservación habrá, pero de un statu quo en el que Colombia es un escenario más de la batalla por el control del Pacífico. Otro capítulo de la guerra contra las drogas y el narcotráfico, que no termina de reinventarse. En esta oportunidad y en continuidad con administraciones anteriores, bajo el gobierno del presidente amigo de la naturaleza y enemigo acérrimo de los imperios y su poderío militar.
Se dirá con razón que Petro no tiene cómo oponerse a semejante exigencia (el chantaje debe ser enorme e imposible de evitar), pero que por lo menos no lo hagan ver como una preocupación heroica por la defensa de la biodiversidad.