La industria de servicios financieros viene atravesando una revolución. Pero la fuerza motriz no son las aplicaciones sobrevaloradas de blockchain como el bitcoin. Es una revolución creada con base en inteligencia artificial, grandes bases de datos y la Internet de las Cosas.
Ya hay miles de negocios reales que están utilizando estas tecnologías para alterar cada aspecto de la intermediación financiera. Decenas de servicios de pago electrónico —PayPal, Alipay, WeChat Pay, Venmo y demás— tienen cientos de millones de usuarios diarios. Y las instituciones financieras están tomando decisiones precisas de préstamo en segundos en vez de semanas, gracias a una riqueza de datos online sobre individuos y empresas. Con el tiempo, estas mejoras en la asignación de créditos impulsadas por los datos hasta podrían eliminar las alzas y caídas cíclicas impulsadas por el crédito.
De la misma manera, la suscripción de seguros, la evaluación y gestión de reclamos y el control del fraude se han vuelto más rápidos y más precisos. Y las carteras gestionadas de manera activa cada vez más están siendo reemplazadas por robo-asesores pasivos, que pueden tener el mismo desempeño o inclusive mejor que los asesores financieros súper costosos.
Ahora, comparemos esta revolución real y en curso de las finanzas y la tecnología (fintech) con el historial del blockchain, que existe desde hace casi diez años, y que todavía sigue teniendo una sola aplicación: las criptomonedas. Los impulsores del blockchain dirían que sus primeros días se asemejan a los primeros días de internet, antes de tener aplicaciones comerciales. Pero esa comparación es absolutamente falsa. Mientras que Internet rápidamente dio lugar al correo electrónico, a la World Wide Web y a millones de emprendimientos comerciales viables utilizados por miles de millones de personas, las criptomonedas como el bitcoin ni siquiera cumplen el objetivo que se propusieron.
Como moneda, el bitcoin debería ser una unidad de cuenta, un medio de pago y una reserva de valor estable y útil. No es nada de esas cosas. Nadie cotiza nada en bitcoin. Pocos comerciantes lo aceptan. Y es una reserva de valor pobre, porque su precio puede fluctuar un 20-30% en un solo día.
Peor aún, las criptomonedas en general están basadas en una premisa falsa. Según sus promotores, el bitcoin tiene una oferta estable de 21 millones de unidades, de manera que no se lo puede devaluar como a las monedas fiduciarias. Pero ese argumento es a las claras fraudulento, considerando que ya se ha dividido en tres ramas: Bitcoin Cash, Litecoin y Bitcoin Gold. Además, cientos de otras criptomonedas se inventan cada día, junto con estafas conocidas como “ofertas iniciales de monedas”, que están principalmente destinadas a eludir las leyes bursátiles. De manera que las criptomonedas “estables” están creando una oferta monetaria y devaluándola a un ritmo mucho más rápido que cualquier banco central importante hasta la fecha.
Como es típico de una burbuja financiera, los inversores están comprando criptomonedas no para usarlas en transacciones, sino porque esperan que aumenten su valor. Por cierto, si alguien efectivamente quisiera utilizar el bitcoin, le costaría muchísimo hacerlo. Producirlo implica un consumo enorme de energía (con lo que resulta ambientalmente tóxico), y conlleva costos de transacción tan elevados, que hasta las conferencias sobre el bitcoin no lo aceptan como una forma válida de pago.
Hasta ahora, el único uso real del bitcoin ha sido facilitar actividades ilegales como transacciones relacionadas a las drogas, evasión impositiva, evasión de controles de capital o lavado de dinero. No sorprende que los Estados miembros del G20 hoy estén trabajando en conjunto para regular las criptomonedas y eliminar el anonimato que supuestamente otorgan, al exigir que todas las transacciones que generan ingresos o ganancias de capital sean reportadas.
Después de una campaña de parte de los reguladores asiáticos, los valores de las criptomonedas cayeron un 50 % respecto de su pico de diciembre. Se habrían desmoronado mucho más si no se hubiera implementado rápidamente un plan amplio para sostener su precio mediante una manipulación directa. Pero, al igual que en el caso de la burbuja de las hipotecas de alto riesgo, la mayoría de los reguladores de Estados Unidos todavía están dormidos al volante.
Desde la invención del dinero hace miles de años, nunca existió un sistema monetario con cientos de monedas diferentes que operen en paralelo. El sentido del dinero es que permite que las partes hagan transacciones sin tener que negociar. Pero para que el dinero tenga valor, y genere economías de escala, sólo una cantidad de monedas pueden operar al mismo tiempo.
En Estados Unidos, la razón por la que no usamos euros o yenes además de dólares es obvia: hacerlo no tendría sentido y haría que la economía fuera mucho menos eficiente. La idea de que cientos de criptomonedas pudieran operar juntas de una manera viable no sólo contradice el propio concepto del dinero; también es absolutamente estúpida.
Pero también lo es la idea de que hasta una criptomoneda única podría sustituir el dinero fiduciario. Las criptomonedas no tienen un valor intrínseco, mientras que las monedas fiduciarias sí lo tienen, porque se pueden utilizar para pagar impuestos. Las monedas fiduciarias también están protegidas de la devaluación de los bancos centrales comprometidos con la estabilidad de precios; y si una moneda fiduciaria pierde credibilidad, como en algunos sistemas monetarios débiles con alta inflación, será cambiada por monedas fiduciarias extranjeras más estables o por activos reales.
Sin ir más lejos, la supuesta ventaja del bitcoin también es su talón de Aquiles, porque aunque en verdad tuviera una oferta estable de 21 millones de unidades, eso lo descalificaría como una moneda viable. A menos que la oferta de una moneda esté alineada con el potencial PIB nominal, los precios sufrirán deflación.
Eso significa que si una oferta estable de bitcoin realmente reemplazara gradualmente una moneda fiduciaria, el índice de precios de todos los bienes y servicios caería continuamente. Por extensión, cualquier contrato de deuda nominal denominado en bitcoin aumentaría su valor real con el tiempo, lo que llevaría al tipo de deflación de deuda que, para el economista Irving Fisher, precipitó la Gran Depresión. Al mismo tiempo, los salarios nominales en bitcoin aumentarían eternamente en términos reales, sin importar el crecimiento de la productividad, lo que incrementaría la probabilidad de un desastre económico.
Claramente, el bitcoin y otras criptomonedas representan la madre de todas las burbujas, lo que explica por qué cada ser humano con el que hablé entre el Día de Acción de Gracias y Navidad de 2017 me preguntó si debía comprarlas. Estafadores, defraudadores, embusteros y charlatanes de feria (todas personas con información privilegiada) han apelado al FOMO (sigla en inglés correspondiente a “miedo a perderse una oportunidad”) de inversores minoristas desinformados, y los han embaucado.
En lo que concierne a la tecnología de blockchain subyacente, todavía hay enormes obstáculos en su camino, aunque tenga más potencial que las criptomonedas. El principal es que carece del tipo de protocolos comunes y universales básicos que hicieron que Internet fuera universalmente accesible (TCP-IP, HTML y demás). Más importante, su promesa de transacciones descentralizadas sin ninguna autoridad intermediaria no es más que una quimera sin ensayar y utópica. No en vano el blockchain está posicionado cerca del pico del ciclo de sobreexpectación de tecnologías con expectativas infladas.
Así, olvidémonos del blockchain, del bitcoin y de otras criptomonedas, y empecemos a invertir en firmas de fintech con modelos de negocios reales, que estén intentando revolucionar la industria de los servicios financieros. No nos volveremos ricos de la noche a la mañana; pero habremos hecho una inversión más inteligente.
* Profesor de Economía en la Escuela de Negocios Stern, Universidad de Nueva York.
Project Syndicate 1995–2018.
La industria de servicios financieros viene atravesando una revolución. Pero la fuerza motriz no son las aplicaciones sobrevaloradas de blockchain como el bitcoin. Es una revolución creada con base en inteligencia artificial, grandes bases de datos y la Internet de las Cosas.
Ya hay miles de negocios reales que están utilizando estas tecnologías para alterar cada aspecto de la intermediación financiera. Decenas de servicios de pago electrónico —PayPal, Alipay, WeChat Pay, Venmo y demás— tienen cientos de millones de usuarios diarios. Y las instituciones financieras están tomando decisiones precisas de préstamo en segundos en vez de semanas, gracias a una riqueza de datos online sobre individuos y empresas. Con el tiempo, estas mejoras en la asignación de créditos impulsadas por los datos hasta podrían eliminar las alzas y caídas cíclicas impulsadas por el crédito.
De la misma manera, la suscripción de seguros, la evaluación y gestión de reclamos y el control del fraude se han vuelto más rápidos y más precisos. Y las carteras gestionadas de manera activa cada vez más están siendo reemplazadas por robo-asesores pasivos, que pueden tener el mismo desempeño o inclusive mejor que los asesores financieros súper costosos.
Ahora, comparemos esta revolución real y en curso de las finanzas y la tecnología (fintech) con el historial del blockchain, que existe desde hace casi diez años, y que todavía sigue teniendo una sola aplicación: las criptomonedas. Los impulsores del blockchain dirían que sus primeros días se asemejan a los primeros días de internet, antes de tener aplicaciones comerciales. Pero esa comparación es absolutamente falsa. Mientras que Internet rápidamente dio lugar al correo electrónico, a la World Wide Web y a millones de emprendimientos comerciales viables utilizados por miles de millones de personas, las criptomonedas como el bitcoin ni siquiera cumplen el objetivo que se propusieron.
Como moneda, el bitcoin debería ser una unidad de cuenta, un medio de pago y una reserva de valor estable y útil. No es nada de esas cosas. Nadie cotiza nada en bitcoin. Pocos comerciantes lo aceptan. Y es una reserva de valor pobre, porque su precio puede fluctuar un 20-30% en un solo día.
Peor aún, las criptomonedas en general están basadas en una premisa falsa. Según sus promotores, el bitcoin tiene una oferta estable de 21 millones de unidades, de manera que no se lo puede devaluar como a las monedas fiduciarias. Pero ese argumento es a las claras fraudulento, considerando que ya se ha dividido en tres ramas: Bitcoin Cash, Litecoin y Bitcoin Gold. Además, cientos de otras criptomonedas se inventan cada día, junto con estafas conocidas como “ofertas iniciales de monedas”, que están principalmente destinadas a eludir las leyes bursátiles. De manera que las criptomonedas “estables” están creando una oferta monetaria y devaluándola a un ritmo mucho más rápido que cualquier banco central importante hasta la fecha.
Como es típico de una burbuja financiera, los inversores están comprando criptomonedas no para usarlas en transacciones, sino porque esperan que aumenten su valor. Por cierto, si alguien efectivamente quisiera utilizar el bitcoin, le costaría muchísimo hacerlo. Producirlo implica un consumo enorme de energía (con lo que resulta ambientalmente tóxico), y conlleva costos de transacción tan elevados, que hasta las conferencias sobre el bitcoin no lo aceptan como una forma válida de pago.
Hasta ahora, el único uso real del bitcoin ha sido facilitar actividades ilegales como transacciones relacionadas a las drogas, evasión impositiva, evasión de controles de capital o lavado de dinero. No sorprende que los Estados miembros del G20 hoy estén trabajando en conjunto para regular las criptomonedas y eliminar el anonimato que supuestamente otorgan, al exigir que todas las transacciones que generan ingresos o ganancias de capital sean reportadas.
Después de una campaña de parte de los reguladores asiáticos, los valores de las criptomonedas cayeron un 50 % respecto de su pico de diciembre. Se habrían desmoronado mucho más si no se hubiera implementado rápidamente un plan amplio para sostener su precio mediante una manipulación directa. Pero, al igual que en el caso de la burbuja de las hipotecas de alto riesgo, la mayoría de los reguladores de Estados Unidos todavía están dormidos al volante.
Desde la invención del dinero hace miles de años, nunca existió un sistema monetario con cientos de monedas diferentes que operen en paralelo. El sentido del dinero es que permite que las partes hagan transacciones sin tener que negociar. Pero para que el dinero tenga valor, y genere economías de escala, sólo una cantidad de monedas pueden operar al mismo tiempo.
En Estados Unidos, la razón por la que no usamos euros o yenes además de dólares es obvia: hacerlo no tendría sentido y haría que la economía fuera mucho menos eficiente. La idea de que cientos de criptomonedas pudieran operar juntas de una manera viable no sólo contradice el propio concepto del dinero; también es absolutamente estúpida.
Pero también lo es la idea de que hasta una criptomoneda única podría sustituir el dinero fiduciario. Las criptomonedas no tienen un valor intrínseco, mientras que las monedas fiduciarias sí lo tienen, porque se pueden utilizar para pagar impuestos. Las monedas fiduciarias también están protegidas de la devaluación de los bancos centrales comprometidos con la estabilidad de precios; y si una moneda fiduciaria pierde credibilidad, como en algunos sistemas monetarios débiles con alta inflación, será cambiada por monedas fiduciarias extranjeras más estables o por activos reales.
Sin ir más lejos, la supuesta ventaja del bitcoin también es su talón de Aquiles, porque aunque en verdad tuviera una oferta estable de 21 millones de unidades, eso lo descalificaría como una moneda viable. A menos que la oferta de una moneda esté alineada con el potencial PIB nominal, los precios sufrirán deflación.
Eso significa que si una oferta estable de bitcoin realmente reemplazara gradualmente una moneda fiduciaria, el índice de precios de todos los bienes y servicios caería continuamente. Por extensión, cualquier contrato de deuda nominal denominado en bitcoin aumentaría su valor real con el tiempo, lo que llevaría al tipo de deflación de deuda que, para el economista Irving Fisher, precipitó la Gran Depresión. Al mismo tiempo, los salarios nominales en bitcoin aumentarían eternamente en términos reales, sin importar el crecimiento de la productividad, lo que incrementaría la probabilidad de un desastre económico.
Claramente, el bitcoin y otras criptomonedas representan la madre de todas las burbujas, lo que explica por qué cada ser humano con el que hablé entre el Día de Acción de Gracias y Navidad de 2017 me preguntó si debía comprarlas. Estafadores, defraudadores, embusteros y charlatanes de feria (todas personas con información privilegiada) han apelado al FOMO (sigla en inglés correspondiente a “miedo a perderse una oportunidad”) de inversores minoristas desinformados, y los han embaucado.
En lo que concierne a la tecnología de blockchain subyacente, todavía hay enormes obstáculos en su camino, aunque tenga más potencial que las criptomonedas. El principal es que carece del tipo de protocolos comunes y universales básicos que hicieron que Internet fuera universalmente accesible (TCP-IP, HTML y demás). Más importante, su promesa de transacciones descentralizadas sin ninguna autoridad intermediaria no es más que una quimera sin ensayar y utópica. No en vano el blockchain está posicionado cerca del pico del ciclo de sobreexpectación de tecnologías con expectativas infladas.
Así, olvidémonos del blockchain, del bitcoin y de otras criptomonedas, y empecemos a invertir en firmas de fintech con modelos de negocios reales, que estén intentando revolucionar la industria de los servicios financieros. No nos volveremos ricos de la noche a la mañana; pero habremos hecho una inversión más inteligente.
* Profesor de Economía en la Escuela de Negocios Stern, Universidad de Nueva York.
Project Syndicate 1995–2018.