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La ponencia que buscaba destronar al procurador hizo que pasaran inadvertidos los 70 años del frustrado intento de golpe de Estado contra el presidente Alfonso López Pumarejo.
A pesar de que había rumores de una intentona militar, el jefe del Estado, con la tranquilidad que lo caracterizaba, viajó a Pasto el 9 de julio de 1944 con su hijo Fernando y su ministro de Trabajo, Adán Arriaga Andrade. Se hospedó en el hotel Niza, entonces el mejor de la ciudad. Al amanecer del 10 el coronel Luis F. Agudelo y el capitán Olegario Camacho llegaron hasta la propia habitación, le avisaron del movimiento militar y le manifestaron que le ofrecían plenas garantías. Le dieron la espalda y el presidente, guardando la calma, utilizó el tiempo necesario para bañarse, afeitarse, desayunar y vestirse.
Mientras tanto el coronel Agudelo buscaba afanosamente en toda la ciudad una hoja de papel sellado. Finalmente la consiguió y a las nueve y media de la mañana se la mostró al presidente López, quien a esa hora ya estaba vestido impecablemente con su traje londinense, bien peinado y con corbatín Sulka, perfectamente anudado. La hoja tenía un texto escrito a máquina, que decía: “Ante los graves problemas que afronta el país, he decidido renunciar voluntariamente a la Presidencia de la República y encargar del mando al coronel Diógenes Gil”.
—¿Para qué quieren ustedes que firme esta mentira? —respondió con indignación López —porque esto es una mentira innecesaria. Yo estoy preso, a sus órdenes.
—Si no quiere, no firme —dijo el coronel con sumisión propia de un militar de baja graduación.
El movimiento fue abortado, el designado Darío Echandía asumió el poder en Bogotá; el ministro de Gobierno, Alberto Lleras, se dirigió el país con su voz de locutor, y el coronel Diógenes Gil manifestó su deseo de que lo nombraran ministro de Guerra para que las tropas “no se molestaran”. Por supuesto, no se cumplieron sus aspiraciones. Terminó preso.
De pronto el golpe fracasó porque el papel sellado resultó ser ecuatoriano.