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Solo un demócrata y del Partido Demócrata, como Jimmy Carter, pudo entregarle el Canal a la República de Panamá. Esa decisión le significó que no fuera reelecto y que ganara las presidenciales de 1980 el republicano Ronald Reagan. Mucha es la diferencia entre el Carter que acaba de fallecer y el Trump que acaban de reelegir los norteamericanos.
La historia del canal de Panamá parece que no la conociera el presidente que debe posesionarse el próximo 20 de enero. La obra la iniciaron los franceses cuando Panamá pertenecía a Colombia. En esos años había la posibilidad de hacer la conexión interoceánica, bien por Panamá o por Nicaragua. Por todos los inconvenientes que se presentaron nunca se descartó desechar la vía del istmo y acoger la solución de Nicaragua. El presidente William McKinley parecía estar inclinado por esta segunda fórmula, pero los habituales temblores que se registraban en ese país hacían inviable asumir el riesgo, a lo cual se sumó que el mandatario fue víctima de un atentado que lo llevó a la muerte. Su deceso contribuyó a escoger a Panamá. Al asumir, el vicepresidente Teodoro Roosevelt declaró: “I took Panama”. El nuevo mandatario no lo pensó más y resolvió continuar las obras del istmo iniciadas por los franceses, a cualquier costo. Fue así como impulsó el tratado que se discutía con Colombia y, ante el fracaso de esas conversaciones, patrocinó la separación y la creación de la República de Panamá.
Otro habría sido el curso de nuestra historia si el dubitativo presidente Marroquín, en vez de tomar chocolate, jugar tresillo y hacer versos hubiera tomado decisiones de Estado que le hubieran permitido a Colombia beneficiarse del canal interoceánico.
El tratado Torrijos-Carter, que patrocinó el presidente norteamericano recientemente fallecido, le permitió a Panamá recobrar la soberanía en la zona del canal sin que haya la más mínima posibilidad de que se acepten las pretensiones del recién elegido presidente Trump.
Lo que Nicaragua merece no es uno sino muchos canales, pero democráticos.