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Llama la atención la manera como los argentinos acaban de elegir a sus nuevos gobernantes, en una fórmula en la cual la expresidenta Cristina Kirchner es la vicepresidenta y Alberto Fernández es el presidente. La verdad es que eso no es nuevo para nosotros. A esos juegos democráticos acudían los radicales con la Constitución de 1886, teniendo como figura principal a Rafael Núñez, a quien reeligieron hasta su muerte (el período era de seis años).
La jugadita era muy sencilla. La Carta prohibía la reelección inmediata siempre que no hubiera ejercido la Presidencia “dentro de los 18 meses inmediatamente precedentes a la nueva elección”. Como al presidente Núñez le encantaba la política pero no gobernar, y era el hombre de los votos, estaba un rato ejerciendo y luego se iba a Cartagena por mucho rato a recibir las brisas marinas en compañía de su adorada Soledad. Luego venían las elecciones y era reelecto, burlando la Constitución. Así sucedió desde 1886 hasta 1894, cuando falleció. En esas circunstancias ejercieron el poder, como vicepresidentes y designados, José María Campo Serrano, Eliseo Payán, Carlos Holguín, Miguel Antonio Caro y Guillermo Quintero Calderón.
Ni gobernar ni Bogotá le gustaban a Núñez, entre otras cosas porque gran parte de la sociedad de la capital (sobre todo los radicales) no veía con buenos ojos su segundo matrimonio civil con doña Soledad Román. Por eso cuentan que en una ocasión entraron al salón de recepciones de Palacio, estando Núñez allí, su esposa de brazo de monseñor José Telésforo Paúl, arzobispo de Bogotá. La escena dio margen para que alguien comentara: “Están juntos el excelentísimo, el ilustrísimo y la grandísima”.
En Argentina parece ocurrir lo contrario de lo que sucedía en la Colombia de hace más de 100 años. Si bien la señora Kirchner va de vicepresidenta, ella es la de los votos y sí le gusta gobernar.