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Cuando a Jennifer Arias Falla eligieron presidenta de la Cámara 130 de los 153 representantes, la oposición y algunos medios de comunicación cuestionaron su designación, porque parientes suyos habían tenido problemas con la justicia. Un hermano, condenado por narcotráfico en EE. UU., y su padre, sindicado por homicidio. Entonces se dijo que no había delitos de sangre. Eso es cierto, pero casos se han dado, que no es el de ella. Si bien no hay delitos de sangre, sí hay transfusiones.
Ahora se habla de un caso de plagio de su tesis. La Universidad Externado de Colombia, que le había otorgado el título de maestría, comprobó, luego de una investigación, que existía “un importante número de coincidencias con fuentes y documentos publicados en internet de autores diferentes a las señoras Arias Falla y Largo Alvarado. (…) En cinco casos se hizo evidente que concurren los elementos necesarios para la existencia de una infracción al derecho de autor”. (Transcribo en comillas para no incurrir en el mismo delito).
La tesis fue de las dos, lo cual supone que ambas participaron en la investigación y redacción del trabajo. Mi experiencia en la cátedra, precisamente en el Externado, me hacía dudar de monografías colectivas. ¿Quién hizo más? ¿Quién hizo menos? En este caso, supongo, el aporte fue conjunto, medido en partes iguales. Pero la circunstancia de que una sea hoy presidenta de la Cámara y la otra subalterna suya en la misma corporación, con menos obligaciones, hace suponer que la jefa hizo menos y delegó en la otra la mayor parte del trabajo. Esta, ni corta ni perezosa, abrió la internet y comenzó el copiado. Largo, como su apellido. Y ahí pudo estar la Falla, también como el apellido de la señora presidenta.
¿Especulaciones? Es posible, pero pudo suceder. De ser cierta esta tesis —otra tesis—, la presidenta es doblemente culpable. Y como dirían los abogados procesalistas, en este caso de Jennifer, lo que hay es una compulsa de copias.