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La Vicepresidencia de la República no es un cargo sino una expectativa. Se acostumbra, entre nosotros, que le asignen determinadas funciones para que no esté ocioso quien ostenta ese título. Pueden ser hasta ministros o también cumplir algunas otras responsabilidades, a criterio del jefe del Estado.
Hace un par de semanas la señora vicepresidenta viajó a los Estados Unidos y no se reunió con su colega, Kamala Harris, sino con el secretario de Estado, Antony Blinken, quien es el canciller y con seguridad creyó que la señora Marta Lucía Ramírez era su colega y actuaba como tal, cuando no lo era. Habló con el secretario general de la OEA, Luis Almagro, fue a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, a quienes les aplazó una visita a Colombia y luego se las adelantó. En fin, desempeñó funciones de canciller cuando no se había posesionado.
Algo similar ocurrió con el hoy ministro de Hacienda, José Manuel Restrepo, quien ocho días antes de posesionarse cumplió funciones como jefe de las finanzas y solo vino a posesionarse el 17 de mayo.
La señora vicepresidenta solo se posesionó como canciller el lunes siguiente a su regreso de Washington. Luego solo a partir de ese día podía actuar en cumplimiento de tal investidura.
El artículo 122 de la Constitución señala: “Ningún servidor público entrará a ejercer el cargo sin prestar juramento de cumplir y defender la Constitución y desempeñar los deberes que le incumben”.
Está bien que en nuestra frontera violen la Carta, como ocurrió con el ministro de Hacienda que, antes de posesionarse, se reunió con los bancos, con la ANDI y otros organismos económicos. Pero lo que es inconcebible es que la vicepresidenta, sin ser canciller, se haya reunido con su futuro colega, el secretario de Estado de Biden, con el secretario general de la OEA y con otros altos funcionarios más. ¡Qué pena! ¡Qué oso!
Por algo Biden no ha hablado con Duque.