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En agosto se cumplen 50 años de haber llegado Virgilio Barco a la Alcaldía de Bogotá y 30 de posesionarse como presidente de la República.
Nadie discute que su gestión en lo primero, por designación del presidente Carlos Lleras Restrepo (en esa época no había elección popular de alcaldes), marcó un hito, en contraste con lo que nos han dejado la izquierda y los Transmilenios. Tuvo la visión de proyectar la Bogotá del futuro, pensar en un centro empresarial como lo es el sector del Salitre, construir nuevas avenidas (la 19 en el centro, la 68 en el occidente, por ejemplo). Con su eslogan de “cuando toca, toca” puso a marchar una ciudad que en 1965 aún quedaba con las ruinas del nueve de abril. Esa trayectoria como gran ejecutor (también había sido ministro de Obras Públicas) lo hizo ganarse, con sobrados méritos, la candidatura presidencial, tanto que cuando se barajaban opciones el presidente López Michelsen, con ese pragmatismo que lo caracterizaba, lanzó su célebre frase: “Y si no es Barco, ¿quién?”.
Los escépticos del momento sostenían que era un mal candidato, pero con seguridad iba a ser un buen presidente. Se equivocaron en lo primero y acertaron en lo segundo. ¿Mal candidato? Obtuvo la más alta votación que cualquier candidato lograba entonces: 4'214.510 contra 2'588.050 de su más cercano competidor, Álvaro Gómez Hurtado. Más de millón y medio de votos de diferencia.
Fue un liberal de convicción y de partido y estableció por primera vez, y ha sido la única vez, el esquema propio de las democracias occidentales: un partido que gobierna y otros que hacen oposición. Y como gobernante hizo importantes logros en muchos aspectos de la vida nacional, además de que, contra tirios y troyanos, consiguió la paz con el M-19 y sentar las bases para una nueva Constitución.
¿Que Barco no tenía memoria? Quienes no la tienen son aquellos que pretenden desconocer la grandeza de su obra.