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Para comenzar, seamos claros. No fue un “repunte”. Tampoco una “victoria relativa”. El triunfo de la izquierda en Francia y Gran Bretaña en los comicios de la semana pasada en Europa fue decisivo, contundente, y sin precedentes. Para quienes esperaban o deseaban en secreto y de manera explícita el triunfo de las derechas y la ultraderecha, cada vez más indistinguibles, también fue un triunfo “inesperado”, “sorprendente”.
En el caso de Gran Bretaña, el triunfo del partido de los trabajadores y los sindicatos británicos, el Partido Laborista, no fue una sorpresa sino una “avalancha” que sepultó a los Conservadores y junto al triunfo de los izquierdistas independientes contuvo el avance de los ultraderechistas dentro de ese partido y fuera de él. Parlamentarios de alto rango dentro del conservatismo como Jacob Rees-Mogg, Penny Mordaunt, y la reciente primera ministra Liz Truss perdieron sus curules. Se trata de preclaros representantes del ultraderechismo antiinmigrante, antiizquierdista, neoimperialista y “anti woke” —lo que sea que esto último quiera decir—. En general se trata de una manera de justificar concepciones racistas y azuzar el sentimiento antiinmigrante y antifeminista entre las clases medias disfrazándolas como cuestiones de seguridad o “guerra cultural”.
Algunos sobrevivieron por los pelos. Es el caso del antiguo líder del Partido Conservador, Ian Duncan-Smith, quien se benefició de la torpeza de los “centristas” proisraelíes en el entorno del hoy primer ministro Keir Starmer al preferir sacrificar la candidatura casi asegurada de Faiza Shaheen imponiendo un candidato de los suyos a última hora. Ello importa porque el caso de Shaheen y otros como ella apunta a una de las razones principales del triunfo de la izquierda en Gran Bretaña y Francia: Gaza. Las equivocaciones del líder laborista Keir Starmer al respecto y el alinderamiento de las derechas con el gobierno israelí habrían contribuido al triunfo de al menos cuatro independientes más a la izquierda en este punto que el líder del laborismo. Entre ellos, el antiguo líder del laborismo, el izquierdista Jeremy Corbyn, quien obtuvo en su constituencia más votos que el actual líder del Partido Laborista en la suya a pesar de que este último no le apoyase. De hecho, Starmer vio reducida su propia mayoría en Holborn. En buena parte debido a la oposición del activista de origen sudafricano en favor de Palestina, Andrew Feinstein.
Si a ello se suma la marea de banderas y frases propalestinas en París cuando Jean-Luc Melenchon, el Corbyn francés, celebró con sus copartidarios el triunfo del Frente Popular este domingo en Francia la lección es clara. No es aceptable rechazar la ocupación ilegal e inmoral de Ucrania por parte de la Rusia de Putin sin hacer lo mismo en el caso de la ocupación ilegal de Gaza y la masacre en curso por parte del gobierno Netanyahu en Palestina.
La segunda razón que explica el triunfo “sorpresivo” de la izquierda en Europa esta semana es el rechazo al sacrificio de los derechos a la salud y la educación pública y universal en el altar del mercado, la privatización, y el neoliberalismo. Los británicos están hartos de 14 años de gobierno conservador durante los cuales se aceleró el intento de privatizar aún mas el Servicio Nacional de Salud, y se profundizaron los ataques a la educación primaria y superior para beneficiar intereses particulares en estos sectores, que quizá sean lo último que queda del estado de derechos y bienestar de la posguerra.
En el caso de Francia, el rechazo al aumento de la edad de retiro a los trabajadores franceses, el ataque a sus derechos, junto al aumento de la desigualdad económica y la inequidad ambiental durante la era Macron explican no solo el rotundo rechazo e impopularidad del derrotado presidente francés, sino también el rechazo a los ultraderechistas y el apoyo creciente al Frente Popular. Este incluye a la Francia Insumisa de Mélenchon, al Partido Socialista, los Ecologistas verdes y el Partido Comunista. No se trata de una alianza fácil, pero sí constituye un ejemplo a seguir de disciplina y acuerdo nacional alrededor de un programa progresista. Uno cuya propuesta económica busca romper con la tibieza del centrismo precisamente en lo que hace a la reforma laboral y pensional, el apoyo a un sistema de salud pública universal o uno en todo caso más justo, transición a la economía verde, inversión en servicios públicos, paz en vez de guerra y el reconocimiento del Estado palestino.
He aquí el significado del triunfo de la izquierda europea para Colombia. Los electores prefieren recompensas materiales, paz y reformas concretas en salud, educación, pensiones, derechos laborales, servicios públicos, ambientalismo y una política exterior justa en vez de los bulos y distracciones provenientes de las derechas conservadora y ultra. Al contrario de lo que parecen cantar a cuatro vientos los medios al servicio de los poderes económicos y financieros, no hay nada inevitable acerca del supuesto auge de la derecha y ultraderecha fascistoide estilo Milei y Ayuso. En Francia y Gran Bretaña, el sentido común de los electores les ha permitido rechazar esas mentiras y distracciones. Con todo, la amenaza aún persiste. Al menos cuatro millones votaron en Inglaterra (no en Irlanda del Norte ni en Escocia) por la alternativa ultraderechista de Farage. Y falta ver qué dirección tome el partido Conservador para recuperarse de tamaña derrota. En Francia resta ver lo que suceda con la difícil cohabitación entre Macron y un gabinete de izquierda a partir de esta fecha y hasta las elecciones presidenciales. Pero algo es claro. Solo un acuerdo nacional progresista puede contener el avance de las derechas y ultraderechas destructoras. Con o sin constituyente.
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