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El estudio cuantitativo de los datos etnohistóricos reunidos por antropólogos y arqueólogos en las Américas hace evidente que el poder y las instituciones políticas de los pueblos precolombinos y quienes les hemos sucedido no se basan, generalmente, en la acumulación de bienes y riquezas o en la defensa de estados terratenientes. Si no, más bien, en el valor dado a lo que dichos estudiosos denominan sacra y ambientes bioculturales.
Sitios como la Amazonía, por ejemplo, no son simples reservas de fauna, flora u otros materiales, sino también, y más importante, marcos y medios de evaluación y valoración de lo que ahora describiríamos como objetos y eventos inmateriales e incorpóreos. Constituyen entonces el asiento y una parte fundamental del intelecto general. Incluyendo cosas tales como fórmulas, conocimientos astronómicos o médicos, historias, el derecho a bordar un determinado patrón, a interpretar una canción o bailar, a moverse, y el derecho al tiempo y la historia.
Todo ello es lo que se ha estado quemando en el Brasil. Por ello resulta preocupante el escaso cubrimiento que han recibido los incendios forestales que se han extendido ya al resto de ese hermano país, y en particular el hecho de que buena parte de esos incendios fueron causados de manera deliberada. En el estado de São Paulo, y en varias otras regiones, hay pruebas de que esos incendios fueron iniciados de manera criminal con el objeto de desplazar poblaciones indígenas y campesinas o abrirlas a la explotación de caña y otros empeños agroindustriales.
Hasta la semana pasada, diez millones de personas habían sido afectadas directamente por dichos incendios. Buena parte de ellas en zonas de protección ambiental. Algo así como el área total de un país europeo como Austria, la mitad de Chile o tres veces Uruguay. En lo que va del año, la población directamente afectada habría crecido 2,500 veces. Pero la población indirecta nos incluye a todos, pues lo destruido no es un hábitat salvaje, como suele creerse, sino el asiento de nuestro intelecto general.
En las sociedades amerindias y campesinas contemporáneas, a menudo es la propiedad sobre tales bienes incorpóreos lo que permite desbloquear derechos de algo similar a lo que se conoce entre los juristas como usufructo sobre tierras, sitios y recursos. Desde armas, herramientas y cotos de caza que podían ser compartidos más o menos libremente hasta poderes para garantizar el éxito en dichos menesteres, o derechos a moverse y migrar, a trascender y transformarse a sí mismos y al entorno.
A menudo, estos sacra y simulacra tienen propiedades tanto materiales como inmateriales. Se trata no solo de objetos físicos, sino también de representaciones rituales e ideas estéticas relacionadas con los derechos al movimiento y al tiempo que pueden ser agrupados en nociones políticas más prácticas y relevantes como lo que el escritor brasilero Ailton Krenak denomina forestanía, una alternativa cosmopolita a la ciudadanía corriente.
Dichas imágenes y sonidos evocan eventos o nombres. No solo las personas en entornos urbanos, sino también animales y espíritus protectores, incluso los afectos o el habla y las acciones previas reportadas a un yo presente, para que puedan ser figuradas y reinterpretadas, revalorizadas y transformadas. Si ello es así, lo que se quema no es simplemente un espacio, un medio ambiente, sino también la posibilidad de darnos un futuro mejor y diferente.
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